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Haenyeo honoraria

Archana Ram / / 9 min de lectura / Surfing

Kimi Werner emprende un viaje a la isla de Jeju para encontrar lecciones sobre maternidad, cultura, buceo y cómo proveer para la familia, por parte de las “mujeres del mar” surcoreanas, también conocidas como las haenyeo.

“La maternidad es algo que pospuse por mucho tiempo. No sabía lo que el destino tenía preparado para mi carrera. Como figura pública y atleta, ¿perdería oportunidades? El mundo parece no caer en cuenta de lo increíble que es la maternidad”.

Es difícil culpar a Kimi Werner por tener estas dudas. Durante 15 años, esta experta en buceo en apnea criada en Maui ha construido una carrera impresionante, que la ha llevado a cazar con arpón en cada continente y en cada océano, le ha conseguido auspicios de cerca de una docena de marcas (incluida Patagonia) y ha sido coronada con el título de Campeona Nacional de Caza Submarina. Ha desarrollado una carrera en la que su oficina es el océano, sus herramientas son su cuerpo y su arpón, y el requisito de entrada es aceptar el riesgo. Pero cuando Kimi se embarazó el año pasado, a los 39 años, la angustia que le producía avanzar en su carrera mientras criaba una familia era igual a la de cualquier otra madre trabajadora. Y para Kimi, el buceo libre no es negociable.

“Bucear es lo que me gusta”, dice. “Ahí es donde me siento en casa. Necesito bucear para poder respirar. Pero, de repente, me vi con un bebé dentro mío y no veía ninguna otra mujer embarazada buceando. Me preguntaba si estaba haciendo lo correcto”.

Kimi, que ahora vive en O‘ahu, consultó con doctores y leyó artículos, pero nadie que ella conociera tenía información de primera mano sobre si era seguro bucear estando embarazada. Sentía que quienes tenían una opinión no eran de ayuda. “Me decían que estaba privando al feto de oxígeno, pero cuando estoy en el agua es cuando más me siento conectada con mi cuerpo y mi bebé. Cuando aguanto la respiración, es cuando más llena de oxígeno me siento. Confío en mí y cada vez que salgo del agua me siento más feliz y saludable”.

Pero ser mamá es preocuparse, dice. Ahí fue cuando Kimi pensó en las haenyeo. Por siglos, estas mujeres de la isla de Jeju, en Corea del Sur, han buceado en apnea por el abalón, el erizo, el pulpo y otros frutos del mar, para proveer el sustento de sus familias y sus pueblos. La primera vez que Kimi escuchó sobre las haenyeo fue durante una cena para recaudar fondos en su casa, 15 años atrás, cuando una de las invitadas—la poetiza coreana Ishle Yi Park—preguntó en medio de la cena si podía recitar para ellos. Lo que siguió fue una pieza sumamente íntima sobre la sensación de vergüenza porque su familia olía a pescado. No fue sino hasta que aprendió sobre las haenyeo de Jeju que algo cambió en la poetiza. Se volvió orgullosa de lo que era, orgullosa de que su hogar oliera a pescado.

“No sabia de otras mujeres que habitaran el mundo como yo lo hago”, explica Kimi. “Al escuchar este poema rindiéndole tributo a estas mujeres que alimentan a sus familias de esta manera, instantáneamente sentí que quería saber más sobre ellas”.

Los registros de las haenyeo, o “mujeres del mar”, datan de tan lejos como 1629, pero la historia sobre cómo las mujeres se hicieron cargo de esta difícil tarea hace casi 400 años es oscura. Hay quienes dicen que tuvieron que dar un paso al frente cuando sus maridos fueron enviados a la guerra en el siglo XVII; Kimi escuchó que en realidad tuvieron que hacerlo durante la ocupación japonesa como una forma de evitar pagar impuestos con los que se gravaba a los hombres; y hay quienes afirman que era inevitable: las mujeres resisten de mejor manera el agua helada.

Las “mujeres del mar” acogen a Kimi en su hermandad, en la que bucear y el embarazo no son mutuamente excluyentes (siendo el único desafío ponerse las aletas). Foto: Nicole Gormley

La sociedad coreana a menudo las calificó como de segunda clase, pero ahora es fácil ver a las haenyeo como una hermandad autosuficiente. Siguen buceando, ya bien entradas en sus 70 años e incluso algunas con más de 80. Hace años, los investigadores indicaron que la más anciana de las haenyeo tenía 92 años.

La carrera de Kimi la ha llevado del Ártico a Grecia, Nueva Zelanda y todo lo que pueda haber entre medio, por lo que no habría sido fácil averiguar más. Pero las cosas no se dieron. Kimi tampoco empujó para que sucediera. Hasta que quedó embarazada.

Sentía que las haenyeo eran sin duda las únicas que podrían responder a sus preguntas desde la experiencia. Al investigar encontró historias sobre haenyeo que, en situaciones complicadas, entraron en trabajo de parto en sus botes o incluso en el agua. Por lo que tienen que haber seguido buceando durante el embarazo. “Pero muchos de los artículos no profundizaban más o la afortunada persona que logró entrevistarlas no llegó a bucear con ellas”, dice. “Yo quería un entendimiento más íntimo”.

Kimi tuvo su oportunidad en octubre pasado. Su amiga, audiovisualsita y antigua colaboradora, Nicole Gormley, recordó una conversación que habían tenido sobre visitar Jeju.

“Por primera vez en mi vida, tenía ganas de estar en casa. Había rechazado viaje tras viaje el año pasado, a Nicaragua, Noruega, Fiyi. Pero luego dije, ‘En verdad hay un lugar al que, si tuviera la oportunidad, me gustaría ir ahora mismo más que nunca antes’”.

Una semana después, estaban haciendo sus maletas.

Su meta era meterse al agua con las haenyeo, aunque fuera solo por un momento. En cambio, Kimi recibió una invitación a trabajar por dos días. Su viaje, los momentos íntimos con un pequeño grupo de haenyeo y las lecciones entregadas desde la experiencia, están relatadas en un cortometraje próximo a estrenarse, Lecciones de Jeju.

“Les piden muchas entrevistas o aparecer en películas, pero no están interesadas. Tienen trabajo que hacer”, explica Kimi. “Pero las conmovió el hecho de que estuviera esperando un hijo. Me llamaron la haenyeo hawaiana”.

El primer día comenzó a las 8 a.m. en el bulteok de las haenyeo, una casa con murallas de piedra junto al océano donde cuelgan su equipo, se bañan, comen y duermen la siesta. Algunas de ellas incluso llegan ahí antes del amanecer para pasar más tiempo juntas.

“De donde yo vengo, la gente dice que no es muy inteligente bucear estando embarazada”, le dijo Kimi a las haenyeo a través de dos traductores, uno para traducir el dialecto de Jeju al coreano y otro del coreano al inglés. “Una vez que entendieron, todas comenzaron a reir. ‘¡Está bien! ¡Está bien! La única parte difícil de bucear estando embarazada es ponerte las aletas’”.

Desde el bulteok, un pequeño bote recoge a las haenyeo para llevarlas a cinco horas de buceo sin descanso. Kimi sabía, por experiencias anteriores, que conocer a tus héroes a veces puede ser decepcionante. Por lo que iba mentalmente preparada. Está bien si no bucean tan bien como dice el artículo, pensaba.

“¡Pero vaya! A penas pude llevarles el ritmo”, dice Kimi. “Puede que cojeen en tierra, pero en el minuto en que las haenyeo tocan el océano, podrías pensar que son criaturas del mar o del escuadrón de los Navy SEALs. Bajan 12 metros a través de las corrientes de retorno durante un minuto bien activo. Todo lo que podía ver eran sus aletas entre las algas antes de que subieran rápidamente con montones de caracolas en sus redes, para luego volver a bajar una y otra vez. Mi estilo es moverme lentamente, esperando que los peces vengan a mí. Pero las haenyeo me enseñaron un ritmo más rápido, que no sabía que era posible”.

Sobre la superficie del océano, Kimi escuchó algo como una manada de delfines. Reconoció el sumbisori, una especie de jadeo parecido a un pitido que ayuda a las haenyeo a recargar su aliento. Kimi había leído sobre él en la novela The Island of Sea Women (La isla de las mujeres del mar) y más temprano les había preguntado sobre él.

“Se trata de sobre morder con los labios y respirar antes de emitir ese pitido agudo. En el agua, sus expresiones se ven como alivio puro cuando lo hacen, como si estuvieran expulsando su cansancio y recargándose para su próxima inmersión. Cuando escuchas al grupo hacerlo juntas, cada una con su propio tono, el pitido suena como un coro misterioso pero bello”.

Tan pronto como vuelven al bote, se ponen a ordenar cerca de 30 kilos de caracola cada una, dividiendo lo que van a vender y lo que van a llevar a casa. (Las haenyeo implementan temporadas de recolección que permiten a las especies descansar y reproducirse. En esta época del año, la caracola estaba en el menú). De Vuelta en el bulteok, comparten una comida caliente junto con una ruidosa conversación y muchas risas. Años de buceo le han pasado la cuenta a su audición.

Kimi Werner (al medio) y sus dos experimentadas mentoras: Yang Yeongsuk (izquierda) y Moon Boksun (derecha). Foto: Nicole Gormley

“Aunque históricamente haya gente que las hizo ver como ciudadanas de clase baja, ellas se ríen de eso. Hay un enorme sentimiento de orgullo que viene con ser una haenyeo. Significaba que eras fuerte, que ganabas tu propio dinero y que podías cuidar de ti misma y de tu familia. Tenías una tribu para apoyarte todo el tiempo. Eso es lo que me encanta. Tienen una mentalidad como de ‘a la mierda’. Nunca había deseado tanto tener esas arrugas en mi vida”.

Pero las mujeres que Kimi conoció son consideradas algo así como la generación final. En la década de 1960 había más de 26.000 haenyeo. Para 2015, se contaban solo cerca de 4.000. Existen algunos esfuerzos de preservación: En 2006 se abrió un museo en Jeju; una escuela se fundó en 2007; y las haenyeo se sumaron a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de UNESCO en 2016. Pero los investigadores vaticinan que la cultura podría diluirse en una década. Las pesquerías industriales están ganando terreno. Los niños buscan carreras para ir a las grandes ciudades. El cambio climático afecta rápidamente a la recolección. Y algunas haenyeo no quieren traspasar la tradición.

“Me dijeron, ‘No es necesario que sufras como nosotras. Nosotras lo hicimos porque no teníamos otra opción’. Y yo trato de no sobre-romantizar las cosas. Me contaron historias sobre esos días más duros: sin arroz, sin café, sin agua limpia para lavar los pañales de tela. Por lo que habrían de tomar sus botes rumbo a otra isla (para tener recursos). Es doloroso pero ellas representan a la resiliencia, hacer lo que hay que hacer para cuidar de tu familia. El océano les da ese poder”.

Sus historias llevaron a Kimi de vuelta a su propia niñez. Al crecer en Maui sin mucho dinero, su padre se iba a cazar con arpón para poner comida sobre la mesa. Cuando ella comenzó a hacerlo, a los 24, recuerda que su padre estaba consternado. Eso cambió una vez que pudo ver la alegría y el reconocimiento que le trajo. “Entendió que yo podia tomar ese regalo que él me había dado y crear una versión híbrida para el mundo moderno. También le ayudó verme en revistas”, dice riendo.

Para Kimi, estos métodos de la vieja escuela se alinean con el ahupua‘a, el ancestral sistema de Hawai‘i para dividir la tierra en distritos verticales desde la montaña al mar, donde cada distrito comparte la comida de las regiones para sustentar a enormes comunidades. Las haenyeo y sus recuerdos pescando con su papá le mostraron a Kimi que esas lecciones sobre tomar solo lo que necesitas y ser una parte responsable de nuestro ecosistema aún tienen un lugar en nuestro mundo.

“No se va a ver exactamente como era en el pasado, pero esos valores aún pueden prosperar. Creo que así es como está diseñada la naturaleza, para que las comunidades se cuiden unas a otras y estén conectadas con sus recursos”.

Perfil de autor

Archana Ram

Archana es una periodista que cubre viajes, bienestar, alimentos y sustentabilidad. Su trabajo ha sido publicado en Vogue, Condé Nast Traveler, Fodor’s Travel y AFAR.