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Francisco “Pacho” Gangotena y su esposa, Maritza “Lili” Rubio, optaron por rebelarse contra lo establecido y apostar por volver a las raíces de la agricultura ancestral.
Todas las fotos por Francisco Gangotena
Conozco Chaupi Molino, la finca orgánica de Pacho Gangotena y Lili Rubio, desde que tenía siete u ocho años. Con Wali, Panchito y Camila, sus hijos, crecimos corriendo entre las hortalizas y respirando ese aire seco del callejón interandino, cargado de todos los aromas y los colores que esas tierras tienen para ofrecer. Nuestras familias compartían (y aún lo hacen) la búsqueda de una forma diferente de vivir, por lo que me tocó crecer rodeada de ideas y visiones del mundo que se salían del marco de lo tradicional en ese entonces. Una de esas ideas locas era la de cultivar tus propios alimentos y compartirlos con tu comunidad de la mejor manera posible.
Desde entonces nunca he dejado de visitar la finca. Los vegetales que nacen de ese suelo han alimentado mi existencia, nutricionalmente claro está, pero también al enseñarme lo que es ser un rebelde de verdad.
Y es que lo que Pacho y Lili levantaron aquí, en el Distrito Metropolitano de Quito, a pocos kilómetros de la capital de Ecuador, es una revolución. Una revolución agrícola, una revolución cultural, una revolución para los sentidos. Aquí la agricultura vuelve a ser como era en tiempos ancestrales y lo es tanto más hoy, con toda la familia involucrada en este proyecto que aún mantiene su esencia y su compromiso con la comunidad.
En sus inicios, Pacho y Lili trabajaron en distintas ONG con campesinos, apoyando proyectos de agua, reforestación y otros enfocados en el desarrollo de la mujer. Rápidamente se dieron cuenta de que la agricultura ancestral se estaba perdiendo, que las plantaciones estaban llenas de químicos que dañan la tierra y que esos aditivos no podían ser mucho mejores para las personas. “Iniciamos esta finca, hace van a ser ya cuarenta años, como un acto de rebeldía al ver cómo se estaba haciendo desaparecer todo el precioso sistema tradicional de la agricultura andina familiar”, me cuenta Pacho en nuestras conversaciones para explicar cómo el nuevo sistema que se imponía tuvo un impacto no solo cultural, sino también ambiental y social. “Poco a poco el gobierno, las instituciones, el pago de deudas con el que cargaban los indígenas por comprar las haciendas, las tierras que fueron de ellos, les empezaron a imponer un nuevo sistema agrícola. Entonces, cuando estábamos trabajando en el campo fuimos testigos de cómo se impulsaba el monocultivo con todos los insumos externos: fertilizantes, urea, abono 10-30-10, el NPK y todos esos venenos”.
Decididos a combatir ese modelo agrícola que fomentaba el gobierno en las década de los 70 y 80, Pacho y Lili decidieron aprender sobre agricultura orgánica y demostrar que era posible volver a las formas ancestrales que sanan la tierra en lugar de exprimirle hasta la última gota de vida. “Nosotros propusimos que se volviera a lo antiguo y nos dijeron: im-po-si-ble. Entonces empezamos la finca, como una forma de mostrar que sí se puede volver a lo tradicional y tener una agricultura independiente de todos esos insumos”, afirma Pacho.
El sueño era hacerle frente a eso que ellos veían como una injusticia. ¿Por qué había que callar frente a un modelo agrícola que dañaba el suelo y no ponía los alimentos a disposición de la comunidad?, ¿cómo podían ayudar a las personas a vivir más sano sin la necesidad de tener más dinero? Comenzaron a experimentar con el suelo, a buscar métodos antiguos, naturales y armónicos. Esa fue su revolución contra el sistema y contra los agroquímicos que envenenaban las tierras de los Andes.
La finca comenzó pequeña y abrirse camino en los mercados locales de Quito no fue fácil. Lili recuerda que ellos llegaban con su camión a ubicarse a un costado de los demás productores y todo el mundo los miraba raro. Pero con el paso de los años y un trabajo constante, compartiendo el conocimiento sobre lo que hacían y por qué lo hacían (de alguna manera evangelizando), se fueron ganando el respeto y la confianza tanto de los consumidores como de otros productores del sector.
Hoy en día, Chaupi Molino cubre aproximadamente cuatro hectáreas y distribuye las más de 40 variedades de hortalizas y 20 productos terminados que produce a los hogares de vecinos del sector así como también a un par de tiendas y restaurantes locales del Distrito Metropolitano, donde sus tomates, brócolis, calabacines, el pesto y su magnífico queso maduro complementan la visión de emprendedores y chefs que buscan sabores arraigados en la tierra. Además, sus productos se venden dos veces a la semana en un pequeño rincón de la ciudad, donde los vecinos pueden acceder a ellos a precios justos.
Uno puede ver la convicción que Pacho y Lili han transmitido a sus hijos por la forma en la que Wali, la menor de los tres y quien hoy dirige la operación de la finca, reacciona a los monocultivos de maíz o cualquier otro alimento cerca de Chaupi Molino. Ver esas granjas aritméticamente intervenidas, más enfocadas en el lucro que en alimentar a una comunidad, trae el recuerdo de una frase que su padre usa frecuentemente, “nuestra tierrita sana, llena de bichos”.
“Nosotros tenemos dos nietos chiquitos y nos aterra pensar el futuro que les estamos dejando”, me dice Lili. “Estamos tratando de que la mayor cantidad de gente se involucre en la producción de vegetales sin usar agrotóxicos justamente por el bienestar de la humanidad y del planeta, que ya no puede resistir tanta contaminación”.
Pacho y Lili son conscientes de que la única forma de triunfar es haciendo crecer el movimiento. Sus hijos fueron educados en la tierra y hoy cada miembro de la familia tiene un papel que cumplir. Pero también se han esforzado por llevar su mensaje fuera de los límites de la finca.
“Creo que este conocimiento es tremendamente importante”, dice Pacho. “Consideramos que es importante porque los campesinos indígenas literalmente han sido encadenados, maniatados a un sistema de compra de insumos externos. La gente tiene que volver a su conocimiento ancestral, si bien adaptado y modificado para la actualidad, en torno a una agricultura orgánica, sustentable, biológica. Creo que hay que provocar vivencias y la vivencia es a través de los sentidos. Los campesinos e indígenas tienen que ver que esto es posible y que las herramientas que se necesitan son sumamente sencillas”.
Una vez al año Chaupi Molino organiza una feria abierta donde todos pueden ir a visitar la finca y conocer cómo trabaja. Es una oportunidad para compartir lo que han aprendido en este viaje de la agricultura orgánica. Además, durante el año Pacho y Lili realizan talleres y charlas para personas, grupos o cursos universitarios que tengan interés en los métodos regenerativos.
Sus esfuerzos por hacer crecer el movimiento parecen estar dando frutos. Hoy en día son miles los campesinos, vecinos e incluso un buen número de seguidores internaciones los que se han inspirado en el ejemplo de convicción, perseverancia y amor por la tierra de los Gangotena Rubio para tener una finca propia, un huerto casero y seguir un estilo de vida diferente. Siempre generosos, sus puertas han estado abiertas para quien quiera aprender sobre sus procesos 100% naturales y lo que Pacho llama una “metodología de alianzas” entre los bichos y la tierra.
Para mí, además de vecinos y amigos, Pacho, Lili y sus hijos han sido una gran inspiración. Ellos son la prueba de que con perseverancia y siendo fieles a nuestros principios, se pueden generar cambios. Gracias a ellos aprendí que la rebeldía es una cualidad positiva y que puede expresarse en una infinidad de formas. Podemos ser rebeldes en cualquier profesión y con todo tipo de acciones en nuestra vida cotidiana. Si nuestra visión es auténtica y generosa, el resultado de esas acciones no tiene por donde fallar y contribuirá a una sociedad más justa y amable. Muchas veces le he escuchado al Pacho decir, “Es que yo soy un rebelde. Que vengan los agrónomos a mirar mi suelo, está lleno de vida, no hay nada que me puedan decir”. Y es verdad, no hay nada que puedan decir de ese suelo, porque está cultivado de la forma en que la naturaleza lo quiso en primer lugar y eso es lo que la finca ha defendido todos estos años.
Nuestra relación con la tierra y la forma en que nos alimentamos está directamente relacionada con los efectos que la crisis ambiental y sus consecuencias para el medioambiente y las poblaciones más vulnerables del planeta. La invitación desde el trabajo que se hace en Chaupi Molino es a sumarte al movimiento que avanza hacia la agricultura regenerativa y la protección de la tierra. Es una invitación a ser rebeldes y a tener un impacto positivo en el planeta.
Si quieres saber más sobre Chaupi Molino e inspirarte con lo que Pacho y Lili han construido, visítalos en fincaorganicachaupimolino.com
Juliana García
Juliana comenzó a visitar las cumbres de su Ecuador natal a los 15 años y al poco tiempo ya contaba con ascensos en Perú, Bolivia, Chile, Colombia, Pakistán, Estados Unidos y los Alpes. Con una energía volcánica y determinación inquebrantable, se convirtió en la primera guía UIAGM latinoamericana y luego obtuvo su certificado de instructora AIARE. La alegría que siente al estar en las montañas también se hace evidente cuando aboga por estos frágiles ecosistemas y, por supuesto, cuando cosecha los frutos del huerto de su casa.