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Una oda a Raúl Revilla Quiroz, uno de los padres de la escalada mexicana.
Raúl Revilla Quiroz dejó una huella en la comunidad escaladora mexicana al vivir siguiendo su pasión. Respetado y admirado a lo largo y ancho del país, en reconocimiento a sus méritos verticales pasó a formar parte del Salón de la Fama del Alpinismo de la Confederación Deportiva Mexicana en 2009. Su muerte nos sorprendió en enero de 2022 y aquí en Patagonia siempre será recordado. Las palabras a continuación son un homenaje a sus cumbres, su trabajo como zapatero de montaña y su legado como mentor y promotor de la escalada.
“Únicamente los que han sentido la emoción de un paso sobre el vacío a cien metros sobre el suelo, quien haya tomado agua después de haber trabajado duramente en las rocas durante siete horas consecutivas, quien ha gozado de la cama caliente y blanda después de pasar dos o tres noches a campo abierto y sufriendo frío, quien ha sentido el afecto de los seres queridos cuando se regresa al hogar, quien ha comprendido el lazo invisible de comprensión y cariño que lo une al resto de la cordada, el inmenso placer de comer después de pasar todo un día sin probar bocado por estar demasiado ocupado escalando una roca; solamente esos pueden comprender el escalamiento de rocas y el amor a la montaña”. — Tomás Velázquez, Guía del Escalador Mexicano, 1955.
Raúl Revilla Quiroz, el nombre detrás de las legendarias Botas Revilla y uno de los principales aperturistas de grandes paredes en el estado de Hidalgo durante las décadas del 40 y 50, fue una de esas personas a las que se admira no solo por lo que hicieron sino también por lo que fueron. Escalador apasionado, artesano, buscador de soluciones y, sobre todo, un mentor para generaciones de escaladores y montañistas mexicanos — quienes con razón le acuñaron el apodo de “El Maestro” —, dejó en herencia a su comunidad una portentosa colección de rutas y una variedad de invenciones que allanaron el camino para el desarrollo de la escalada en el país.
Su historia comenzó en Pachuca, el 23 de enero de 1923, y los primeros años de su vida forjaron su personalidad. Ante la ausencia de sus padres a temprana edad Raúl es acogido como hijo por doña Aurelia, una amiga cercana de su madre. Juntos sobrellevarían dificultades como la fiebre tifoidea — que libró milagrosamente bajo la precaria receta de una galleta María y dos tragos de leche al día — y la falta de dinero, motivo por el que con solo nueve años se inició en el trabajo en la fábrica Ten - Pac, un taller de calzado de seguridad que fabricaba botas mineras. Allí aprendería a dominar las herramientas que más tarde le permiti rían desarrollar una de sus principales creaciones: las afamadas botas de cuero y suela de neumático de avión reciclado que han acompañado ascensos en México por ya más de sesenta años
Los paisajes rocosos que rodean su ciudad natal despertaron su interés por la exploración, actividad que posteriormente se convertiría en un pacto con la naturaleza al consolidar su carrera como escalador. El amor por esos lugares salvajes y sus cumbres queda plasmado en el prólogo que escribió para V Grado, de Raymundo Solís, “Al visitar las montañas, encontrarás tesoros naturales que deberás proteger de la peste de la civilización: largos, pronunciados y bellos despeñaderos, vastas praderas y profundas gargantas pobladas de árboles, arroyos y oxígeno que verdaderamente reviven el deseo de vivir y el anhelo del sosiego”
La relación de Raúl con la escalada comenzó, diríamos formalmente, a finales de los años 30, cuando es invitado por miembros del Club de Exploraciones de México a escalar el Fistol de Diablo, en Las Ventanas. El escalador y guía de montaña Héctor Ponce de León reflexiona sobre aquellas incursiones de Raúl. “Recuerdo esas armellas que metían en las paredes”, dice. “La ruta clásica de Las Ventanas, un sólo clavo protegiendo 25 metros de escalada, un clavo del que no colgaría ni un cuadro hoy en día. Yo tenía conocimiento de que ese material había sido desarrollado, entre otros, y sobre todo, por Revilla. A mí me fascinaba leer estas historias de cómo escalaban antes de que existiera el mosquetón con la puerta de gatillo, que tenían que meter el clavo, desatarse, pasar la cuerda por la argolla y volver a atarse... No me imaginaba yo ahí a mitad de pared incluso haciéndolo... ¡desatarse un momento para luego volverse a atar!”
Poco tiempo después Raúl escala El Zorro junto a Antonio Ortiz, José Gertrudis Menchaca y Francisco Santamaría, ascenso en el que usaron una rama como peldaño para el primer paso. Sin clavos ni pitones, a unos 15 metros de la primera reunión y 45 metros del suelo, utilizan un tronco delgado para empotrarlo en la fisura. Tras llegar a la cumbre, descienden en rápel con cuerdas de henequén y sin guantes.
Rápidamente, Raúl marcó el camino para el futuro de este deporte en México, realizando ascensos con el mínimo de equipo. La pared norte de Las Ventanas, El Centinela, La Blanca, Los Panales, El León Alado, Las Tres Marías, La Aguja de las Monjitas, El Corazón, El Crestón, La Pezuña y La Muela. En 1942, junto a José Gertrudis, Antonio y Francisco, Raúl se sumergió en la famosa Peña Rayada, una ruta que marcó una nueva era en la escalada mexicana y en la que, sin ninguna protección y sólo llevando consigo una cuerda de Ixtle, punteó cada largo porque, tal como recordaba él mismo, “sus compañeros ya tenían familia y él todavía no”.
No hay un dato exacto de la cantidad de primeros ascensos que realizó Raúl, pero no hay duda de que son más de los que pensamos. Y si bien en buena medida hoy se le recuerda por el calzado y otras invenciones que desarrolló como parte de esta filosofía que era para él subir montañas, lo que dejó tras su fallecimiento va mucho más allá. En palabras de Germán Wing, uno de los más grandes escaladores mexicanos y quien estuvo fuertemente impulsado por Raúl, su legado no se debe interpretar como algo material, como una montaña, una ruta o unos clavos. “Lo que tú dejas como legado es el espíritu, la esencia de tu filosofía, de tu modo de pensar”, dice Germán sobre Raúl, a quien siempre admiró como el artesano y aventurero avezado, inteligente y visionario que fue
El prólogo de Raúl en V Grado ofrece una visión de la filosofía que guió su vida: “Al escalar riscos, caminar sobre árboles caídos y explorar latitudes no indicadas todavía en mapas, tu organismo recobrará la propensión a disfrutar, como un infante, de las cosas más sencillas de la vida”, escribió. “Los pasos en la montaña, permitirán a tu mente sentir la magnificencia del creador y, a tu cuerpo, le harán adicto a la euforia que produce el sano ejercicio físico... Nunca pierdas el amor por la naturaleza, ni el miedo a este singul ar deporte, despreciar a la montaña es perderlo todo”.
En aquellos años, la escalada se trataba de realizar primeros ascensos. Cualquier pared y su cumbre posaban vírgenes ante el deseo de los escaladores, quienes se proyectaban a sí mismos en la roca, sin referencias ni reseñas. Era también de vida o muerte, de llegar sí o sí a la cima, apoyándose en cualquier herramienta. Las alpargatas de lazo y zapatos mineros Ten - Pac eran el calzado, los clavos de vías de tren y las cuerdas de henequén atadas a la cadera con un as de guía componían el equipo de seguridad, mientras que para el descenso se empleaban métodos como el rápel de cuerpo usando chamarras de cuero para evitar rozaduras. “Raúl Revilla representa esa época del alpinismo romántico”, afirma Héctor Ponce de León, “no sólo en México, sino a nivel mundial... La época en la que se hicieron conquistas súper importantes, en cuanto a montañas, en cuanto a paredes. Sobre todo lo que le distinguió fue este espíritu de aventura, de que la escalada en ese entonces era algo que representaba un ideal, más que un deporte ...una exploración de posibilidades físicas y mentales.
Durante las primeras incursiones verticales de Raúl, no existía equipo de escalada en México, por lo que cada quien buscaba sus propias soluciones. Su mente innovadora y manos hábiles fueron fértiles a la hora de diseñar y construir su propio equipo. Pionero, hace ya siete décadas trabajó por primera vez junto a un herrero para crear pitones, clavijas y, tomando una idea del libro El primero de la cuerda, de Roger Frison - Roche, su primer mosquetón con alambrón doblado en riel de ferrocarril, adaptándole un gatillo de alambre. A partir de entonces, ya no era necesario arriesgar la vida desatándose la cuerda de la cintura para puntear.
El 7 de abril de 1952 realizó el primer intento a la cara oeste de la pared Las Brujas, junto a Emilio Vega, su cordada, quedando a tan sólo 20 metros de la cumbre en una ruta que aún en la actualidad ve pocos ascensos debido a su final exigente, con un runout muy comprometido. Una semana más tarde, a los 27 años, contrajo matrimonio con la señorita Paula Sandoval Arroyo, a quien había conocido en la fábrica Ten - Pac y que malamente sobrel levaba el temor de perderle en esas hazañas. Tras la promesa nupcial de no volver a escalar, heredó a su alumno Juan Medina Saldaña todo su material. Poco menos de un año después, Medina liberó la pared de Las Brujas.
Si bien había prometido dejar la práctica de la escalada, Raúl siguió relacionado a su pasión, promoviendo el deporte cada vez que tuvo la oportunidad. A principio de los años 60 se convirtió formalmente en el primer zapatero que ofrecía calzado impermeable y robusto capaz de soportar el uso en ascensos exigentes. Dedicó las noches y los días a la elaboración de sus famosas Botas Revilla, gatas de escalada y, temporalmente, mochilas y bolsas de dormir. La reputación de Revilla creció al final de la década, cuando el mejor espeleólogo mexicano de la época, Jorge de Urquijo Tovar, se acerca a su casa y le pide que le replique unas botas Galibier que había traído de Europa.
Actualmente cada par de botas Revilla lleva la filosofía con la que Raúl buscó ganar una visión más amplia de la existencia a través de la escalada. Las botas y las gatas de escalada han sido fabricadas artesanalmente desde el comienzo y, hasta el día de hoy, mantienen el estilo de aquella época y una calidad vanguardista. Alfredo Revilla, su hijo, conserva vivo este legado desde el mismo taller donde su padre trabajó durante décadas, produciendo calzado con materiales locales de primera calidad y una manufactura finamente detallada que venera y rinde respeto a la comunidad que ha gozado de ellas por sesenta años. La gran mayoría de los ascensos a los volcanes mexicanos y muchas paredes de roca se realizaron, y realizan todavía, con este calzado que sin duda marcó un antes y un después en el deporte.
“Para mí recibir el legado en vida de mi papá, tanto de zapatero como alpinista, es un alto honor, una gran responsabilidad y me siento muy agradecido porque de esta forma va a prevalecer su apellido”, dice Alfredo. “Él sabía que era único en lo que hacía y yo tengo que permanecer en esa línea: en ser único y hacer las cosas bien. En este bello deporte que muchos practicamos está nuestra forma de seguir creciendo, de cuidar nuestro cuerpo, nuestro espíritu y de sanar todo lo que hay dentro de nosotros. Es muy importante para mí recibir esas joyas que sabré cuidar con mucho decoro”.
Tarde o temprano, dice el saber popular, las grandes pasiones vuelven y llaman a la puerta de casa. Por allá de los años 8 0, Raúl comienza a tener padecimientos físicos que los médicos no logran diagnosticar. Sin mejora, Raúl toma las únicas botas que mantenía consigo. Su esposa le pregunta, “¿A dónde va?”, y le pide que no defraude su promesa de no volver a escalar. “Tengo que salir”, le responde, “me siento de la patada”. Y camina en dirección a la cumbre de El Crestón.
Su amor por la montaña y la convicción de que era ahí donde encontraría incluso el remedio a los males que le aquejaban, fue lo que hizo de don Raúl un gran profesor del deporte vertical, tal vez la mejor forma de recordar cómo traspasó su herencia tanto a familiares como a su comunidad. Junto con haber dejado a Alfredo el secreto para la construcción de sus botas, Raúl permaneció activo en la comunidad es caladora por más de 25 años. Continuó promoviendo el montañismo y la escalada de manera gratuita, a través de la Asociación Hidalguense de Excursionismo, Alpinismo y Exploraciones y el Politécnico Nacional, instituciones con las que colaboró muy de cerca por muchos años.
“Venían escaladores de todo el mundo para conocer la reputación de Raúl. El Maestro es el escalador que introdujo el deporte allí (Pachuca) en 1943. Para nosotros se había convertido en una obsesión, una búsqueda, como la búsqueda del Santo Grial, el hecho de conocerlo”, relatan el fotógrafo Bill Hatcher y el escalador Todd Skinner en una edición de 1991 de Rock and Ice. “Donde fuera que íbamos, se referían al Maestro con absoluto respeto. No hay nadie en la escalada estadounidense a quien todos admiren con tanta fuerza. Es su Jorge Washington de la escalada”.
Raúl será recordado como un hombre culto, de carácter fuerte, apegado a sus principios, obsesivamente perfeccionista y comprometido con los suyos. Hizo de su casa un hogar en el que recibió a las nuevas generaciones de escaladores hasta sus últimos días, personajes como Germán Wing, Andrés Delgado y Carlos Carsolio. A todos ellos siempre ofreció esa íntima camaradería que hay entre escaladores, así como conversaciones llenas de experiencia que luego los acompañaban a la cumbre.
“Fue muy muy importante en mi vida”, comenta Germán emocionado al recordar esa casa a la que tantos escaladores peregrinaron. “Siempre me recibió con mucho cariño en su casa. Yo viajaba de la Ciudad de México, me bajaba del autobús e iba caminando a la casa de don Raúl. Ahí, en la tardecita - noche me abría la puerta, me saludaba, ‘pásale’, y me dormía ahí en la sala con mi sleeping. Al otro día nos íbamos al Circo del Crestón... Siempre lo recuerdo con mucho cariño. Llevo a don Raúl en el corazón por todo lo que influyó y lo que significó en mi vida como escalador”.
El legado que dejó Raúl trasciende las décadas en las que se realizaron algunos de los ascensos más admirados en México, un tiempo en las que se crearon decenas de clubes a lo largo y ancho del país, los que transversalmente buscaban a Raúl para sumarse a sus actividades.
Pionero y siempre preciso en todo lo que hizo, El Maestro Revilla punteó el camino a las cumbres no sólo de las más importantes paredes del país, sino también de la enseñanza, la innovación y el emprendimiento en el ámbito de su mayor pasión: las montañas. Tras él dejó un audaz adagio para las futuras generaciones: “Crea soluciones, no excusas”.
Sofía Arredondo
Apasionada por los deportes outdoor, tras completar su Ph.D en Filosofía, Sofía trabajó como editora en Freeman Outdoors y hoy en día coordina las comunicaciones para Patagonia en México. Nació en El Desierto de los Leones, cerca de Ciudad de México, y su deseo de escalar la ha llevado a recorrer el mundo. Proteger la naturaleza y contribuir a la cultura de montaña es lo que destaca como sus prioridades en el día a día.