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En rutas como Crown Royale, mucho de lo que se necesita para encadenar está en las caídas.
Todas las fotos por Andrew Burr
De alguna manera logré llegar al descanso. Invertí mis pies por sobre las manos, los empotré en la fisura y colgué cabeza abajo, dejando caer los brazos para drenar el ácido láctico. Honestamente, no esperaba estar aquí. Desde el inicio, a duras penas he logrado mantenerme en la ruta. Cada movimiento se ha sentido como una apuesta, un riesgo calculado. No un riesgo de una lesión o muerte, porque esta ruta es muy segura, más bien un riesgo de fracasar. Un temor a fallar y tener que escalar el boulder de la partida una vez más. Habíamos tenido casi dos semanas de lluvia e incluso llegar a la ruta había sido muy tedioso.
Desde esta invertida posición de descanso, mis pensamientos se concentraron en la sección superior. No tenía sentido seguir pensando en la de más abajo. Eso estaba listo, concluido. Sí, había requerido toneladas más de energía que lo que esperaba, pero, realistamente, igual no debería haber llegado hasta aquí. Debería haber caído mucho antes. Había superado la regleta que exigía usar el pulgar, el dülfer y la sección de manos anchas. Cada uno de esos agarres era una frágil conexión con el siguiente movimiento que estaba seguro se rompería en cualquier momento. Pero no fue así. Había recibido una segunda, una tercera y una cuarta oportunidad para estar donde estaba, descansando colgado, y sentía que lo merecía.
La siguiente sección —el tercer cruz de la ruta— es un verdadero boulder de placa y empotres. Es difícil combinar la escalada de fisuras y la de placa, porque las manos quedan hinchadas por los empotres y eso entorpece la capacidad de tomar bordes pequeños. Debería haber cambiado mi estilo de escalda, pero mi mano y el antebrazo estaban ya adormecidos por los 50 metros que había escalado previamente.
El descanso entes de encadenar el crux. Sentirse cómodo con los pies empotrados por sobre la cabeza es de mucha ayuda para relajarse en esa posición. Jøssingfjord, Noruega.
Para empeorar las cosas, las condiciones de la roca estaban horribles producto del húmedo aire costero de Noruega y el siguiente agarre era un sloper que debía ser cuidadosamente tomado. Más importante aún, necesitaba fricción. Con la fricción, tu piel puede sentir que muerde dos cristales que casi hacen que el agarre sea cómodo. Sin fricción, no sabrías que esos cristales existen y tu mano se resbala como si hubiera intentado de tomar una barra de jabón.
Traté de relajarme tanto como fue posible. Sabía que estaba alargando mi estadía en el descanso, pero mis brazos colgaban casi inertes por el ácido láctico. A medida que se empezaron a recuperar, mis piernas comenzaban a adormecerse. Pronto, la única sensación que tendría en mis dedos sería un cosquilleo inútil cuando más bien necesitaba sensibilidad para sentir los bordes en los que tenía que pararme.
Recuperé la posición balanceándome hacia la derecha, me sacudí para devolver la circulación a las piernas y me lancé. Ningún diminuto cristal se incrustó en mi piel cuando tomé el sloper. Esperando la caída, reboté desesperadamente al siguiente agarre y me sorprendí al darme cuenta de que todavía estaba ahí, en la ruta: una quinta oportunidad.
La ruta es tan larga que Pete tuvo que atar dos cuerdas para trabajarla.
Tres movimientos más me dejaron en posición para el esfuerzo final en un angosto empotre de mano. Con poca profundidad y escondido en una esquina, el empotre no permitía mucha penetración. El diedro hacía que se sintiera más seguro, pero la poca profundidad puede escupirte cuando estás empopeyado. No debería ser un gran esfuerzo si estás suficientemente fresco —que evidentemente no era mi caso—, por lo que sabía que era una situación en la que me jugaba “el todo por el todo”.
Bajé la rodilla todo lo que pude para mantenerme cerca de la roca y ganar alcance. Mis caderas me alejaban de la pared. No tenía más opción que confiar en el empotre; esperar un segundo más me habría hecho caer muy lejos de la posición. Pero si iba ahora, podría suceder un milagro.
Por una fracción de segundo mi mano está bien puesta; el diedro mantiene el empotre en su lugar. Pero la parte baja de mi cuerpo está muy lejos y las caderas me alejan de la pared. Un sexto milagro era, en verdad, demasiado que desear. La tensión se pierde, mi pie salta y caigo al vacío.
La parte más fácil de la ruta hace una pequeña travesía a la derecha para alcanzar la base de la fisura que sigue el headwall. Unas runners largas (para varios runouts largos también) son útiles para evitar que la cuerda limite tus movimientos en esta sección.
El viaje hacia abajo es largo. Había puesto pocas protecciones para ahorrar energía al cargar menos peso y emplazar menos equipo, por lo que caigo hasta más abajo del tercer crux, del descanso y todavía más abajo, donde debería haber caído hace media hora.
Cada vez que trabajo una ruta pongo todo mi esfuerzo, pero cuando caigo, siempre pienso que podría haber dado un poco más. Es una sensación frustrante, igual a la que tengo ahora colgando al final de la cuerda como un globo desinflado, flácido y pesado por el ácido láctico.
Sin embargo, son esos momentos justo después de la caída los que realmente cuentan. Esa sensación de “podría haber dado más” es la que me empuja a intentarlo una vez más, a hacer un esfuerzo más. Incluso cuando creemos haberlo dado todo, siempre queda una gota más de combustible en el estanque. No recibes segundas oportunidades si no lo intentas.
Pete Whittaker
Durante los últimos 15 años, Pete se ha puesto el objetivo de repetir y abrir las fisuras más difíciles, compartiendo el conocimiento ganado en el camino. Pete tuvo su séptima oportunidad cuando logró el primer ascenso y pudo bautizar Crown Royale (9a/5.14d), una de las rutas de fisura más duras del mundo.