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Observaciones sobre un ecosistema complejo de los amantes de la nieve en Sitka, Alaska.
“¡Nieve en junio!”, le digo jadeando a Jason mientras organizamos nuestras mochilas y snowboards en la cima de una montaña con vista a Sitka, Alaska, el pequeño pueblo isleño al que llamamos hogar. Solo hemos tenido breves atisbos del paisaje que nos rodea en lo que más bien ha sido una montaña envuelta en densas nubes y copos de nieve. Jason revisa su teléfono. “El clima en el aeropuerto dice que está despejado y soleado en la ciudad”, informa. “Sólo necesitamos que nos pegue un poco más desde el sur”.
Me río y pregunto, “¿No es así como es siempre?”. Un pronóstico mayormente nublado aquí es tan bueno como un día soleado en cualquier otro lugar. Estamos en la costa exterior del sureste de Alaska, una región lluviosa de pasajes oceánicos, glaciares, islas enormes y vastas extensiones de milenarios bosques templados lluviosos.
Esquiar y hacer snowboard en Alaska solían ser en mi mente solo segmentos de películas de acción llenas de helicópteros, pero en Sitka he encontrado algo diferente. Esquiamos como amigos y familia, mamás y papás, bomberos, voluntarios de rescate, maestros, pilotos, miembros de la Guardia Costera, silvicultores, pescadores, científicos. Algunos nacieron aquí, otros vinieron por un trabajo y otros se sintieron atraídos por esa inquebrantable noción de estar en una remota comunidad isleña albergada al borde del océano.
La nieve suele ser mediocre y las bajadas son cortas. Unos cuantos cientos de metros de caminata con los esquíes en nuestras mochilas nos dejan en terreno alpino. Honestamente, no es lo ideal, pero de alguna manera el lugar se aferra a los huesos mientras obstinadamente pasamos nuestros inviernos arrastrando nuestros pies a través del hielo, la lluvia y la oscuridad para encontrar esa alegría tan simple.
Miro la canaleta por la que pretendemos bajar. Es empinada pero manejable. Estoy pensando cuánto rato estamos dispuestos a esperar una mejor visibilidad cuando nuestra radio suena con una actualización del resto del grupo: “Hey, acabamos de tener un encuentro con un oso”. Acordamos reagruparnos rápidamente, por lo que con Jason nos fijamos las tablas y hacemos unos giros poco estéticos bajando por la niebla y la nieve primaveral. Nos ponemos las pieles y regresamos con nuestros amigos. Todo lo que queda del encuentro con el oso pardo son sus grandes huellas frescas en la nieve.
Nos abrimos paso montaña abajo deslizándonos, trepando y caminando. La nieve eventualmente da paso al pedregal, al brezo alpino y luego a los exuberantes verdes de la cicuta, los abetos y los cedros. Un par de pasamanos nos llevan a través de las zonas más escarpadas y algunos cientos de metros más de progresión nos depositan a nivel del mar. En días como estos, la mayoría de los habitantes de Sitka están en el agua pescando, pero los amantes del invierno seguimos aferrándonos a la nieve que pueda quedar en lo alto.
Para mi, la vieja llama del snowboard se reavivó cuando me mudé a Sitka hace ya cuatro años. Casi una década antes de eso lo había dejado por completo producto de los exorbitantes precios de los tickets de andarivel y la incesante presión por comprar equipo nuevo. Pero en una caminata durante mi primer invierno en Sitka, divisé a un grupo de esquiadores en un filo distante bajando una y otra vez un popular descenso entre los árboles. Sus siluetas lejanas se movían silenciosamente entre los abetos de Sitka y la cicuta de montaña. No podía hacer como si no lo hubiera visto.
A lo largo de los años, la búsqueda de esos descensos me ha entregado una íntima perspectiva de los inviernos en el sureste de Alaska y sus matices. Sin pronósticos de avalancha formales, nuestra comunidad de amantes de la nieve presta una obsesiva atención a las condiciones del manto de nieve, el que da cuenta de la historia inmediata de las condiciones de seguridad del día. Pero a medida que nuestra comprensión se hace más compleja, vemos mucho más de lo que está pasando.
Los glaciares de esta isla, con más hielo azul expuesto cada año, se han derretido hasta revelar lagos no más antiguos que yo. Los sistemas de raíces de los árboles de cedro amarillo quedan vulnerables sin el aislamiento de las capas de nieve más duraderas. Los arroyos del salmón, que se nutren con la nieve, pueden estar demasiado bajos para que los peces naden o demasiado calientes para ser hospitalarios una vez que llega el verano. A medida que los inviernos exiguos se hacen más comunes por aquí, las transformaciones en estos sistemas también lo hacen. Parece que nuestro deslizamiento por las montañas y la nieve de la que dependemos están conectados a todo eso. Salimos del invierno con una gran preocupación por nuestro hogar.
Aquí en Sitka nos recreamos siempre al límite. Unos pocos grados en esta isla de la Costa del Pacífico crean la tensión entre la lluvia y la nieve que nos acompaña durante todo el invierno. Como a la mayoría de los esquiadores y snowboarders, mis encuentros con la fragilidad del invierno generan preocupación por el cambio climático, pero eso es solo el comienzo.
La realidad es que todo lo que pude deducir durante estas temporadas en las montañas ya existe en el profundo conocimiento indígena de generaciones de Tlingit, Haida y Tsimshian que han habitado esta región por milenios. Mi comprensión del lugar crece cada año: soy un eterno estudiante de mi comunidad. Vivo aquí en Sheet’ká Kwáan (Sitka) en una continua y humilde relación con la soberanía Tlingit que por miles de años ha administrado Lingít Aaní (las tierras Tlingit), hoy también conocido como el pulmón de América o Tongass National Forest.
La primavera llega con lo que los Tlingit llaman el clima de arenque—unas condiciones erráticas que son el preámbulo del regreso de grandes cardúmenes de arenque para desovar. El sol atraviesa tormentas de lluvia, granizo y nieve, solo para abrirse minutos más tarde a un cielo azul brillante. En tierra, el bosque se despierta lentamente con plantas en ciernes y osos que salen de sus madrigueras. Hay una energía innegable que recorre la comunidad en esta época del año. Esquiamos en primavera con un apetito por días mas largos y con la vida abriéndose paso a nuestro alrededor. Desde lo alto de los picos observamos cómo las ballenas y los pájaros se dan un festín con los grandes bancos de arenque en las bahías. Las costas se vuelven espumosas y turquesa por los desoves. Todo lo que vive y progresa aquí proviene primero del arenque. Sus huevos son cosechados tradicionalmente por los Tlingit como primer alimento después del invierno. Luego viene el salmón, con el estómago lleno de arenque, indicando la llegada del verano.
Julio se conoce en Tlingit como Xáat disí, mes del salmón. Lo que queda de nieve retrocede rápidamente dejando correr el agua de deshielo a los mismos arroyos que usan los salmones en sus viajes de desove. El paisaje palpita de un verde adornado por el brillo de las de bayas y las flores silvestres. Corremos a lo largo de la cresta de las montañas y pescamos en las aguas del océano que nos rodea, llenando nuestros pulmones con aire del bosque y nuestros estómagos con proteína fresca del océano. La luz casi interminable del verano finalmente se disipa en el otoño.
Cazamos en los mismos bosques que nos dan acceso al esquí de primavera y al entorno alpino del verano. Es una forma más lenta y silenciosa de moverse en el otoño. Vemos cómo nuestras sombras se hacen más largas y los días más fríos. Vemos cómo las primeras nevadas espolvorean de blanco las cumbres sobre Sitka .
Estas temporadas me han brindado el espacio para aprender a preguntarme cuál es mi relación con el lugar, con la comunidad y con las tierras ancestrales en las que estoy. He comenzado a encontrar las respuestas en compartir pescado con vecinos y amigos que no tienen la oportunidad de ir afuera o sumando mi voz a la de todos los que abogan en contra de la tala de los bosques primigenios en el Tongass National Forest. Cuando escucho a los líderes indígenas decir que están presenciando una disminución en la población del arenque, la base misma de la que depende gran parte del esplendor de Sitka, los sigo y los apoyo participando en Herring Protectors (Protectores del Arenque), una organización comunitaria que trabaja por la soberanía Tlingit, el liderazgo femenino y la protección frente a la sobrepesca comercial del arenque. Otras veces mis respuestas se encuentran simplemente en ir los sábados a ayudar a un amigo y anciano dignatario a construir un sauna medicinal en su patio trasero.
No vine a este lugar por la nieve, ni me quedé aquí por ella. Me quedé por la comunidad y para descubrir una conexión con el entorno. El snowboard simplemente ha aportado a mi relación con el lugar. Mi corazón está aquí y, por ahora, la nieve también.
El Servicio Forestal de los Estados Unidos y el Secretario de Agricultura, Sonny Perdue, recientemente anunciaron el plan para eliminar las protecciones de la Roadless Rule en el Tongass National Forest de Alaska, exponiendo extensas franjas de irremplazables bosques templados lluviosos primigenios a ser taladas. El Tongass es uno de nuestros últimos y más grandes bosques primigenios, y es un importante sumidero de carbono para nuestro planeta.
Envía una carta directamente al Secretario del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), Sonny Perdue, y exígele que mantenga las protecciones de la Roadless Rule en el Tongass eligiendo la opción de “no proceder” como su decisión definitiva.
Actúa ahoraLee House
Lee ama profundizar su comprensión de un lugar saliendo al aire libre. Su trabajo existe donde sea que converjan el diseño, el cine y la fotografía con la defensa de la justicia social y ambiental. Puedes encontrarlo detrás de su computador, en las montañas o como voluntario en su comunidad. Vive humildemente en Lingít Aaní (Tlingit Land) en el sureste de Alaska