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Sobre esos sueños que nos están robando

Maya Broeks / / / 6 min de lectura / Planeta, Comunidad

Este ensayo obtuvo el primer lugar en un concurso juvenil de escritura que realizamos junto a la ONG Write the World.

El desierto, a pesar de todo, es el hogar al que quiero regresar. He vivido entre abedules de Douglas y secuoyas costeras, he ascendido por colinas de robles azules y hierba dorada, he pasado horas flotando en la inmensidad del océano, he corrido libremente por páramos y ruinas, me he detenido a mirar hacia arriba la luz que se cuela entre las hojas de los arces, he visto a la nieve devorar el bosque de coníferas. Aún así, de forma indescifrable, el desierto permanece al centro.

Tengo 16 años y estoy sentada casi al fondo del bus. Veo por la ventana las colinas de gigantes durmientes, los saguaros centinelas y las impresionantes casas de cinco habitaciones. A mi lado, mi compañía se lamenta, “la parte más bella del desierto y se les ocurre construir casas para ricos que solo vendrán a pasar los inviernos”.

Acabamos de pasar dos noches acampando en las montañas de Santa Catalina para seguir el curso del arroyo Sabino y dormir con el murmullo del agua, el crujir de las hojas y los escurridizos senderos. Durante la noche, apagamos las linternas y observamos el gran cielo sureño, el maravilloso espectáculo de estrellas y el azul nocturno. Una calma que nunca había experimentado.

Ingresamos a Tucson, una ciudad con intersecciones de cuatro carriles, construcciones en línea de tiendas desteñidas por el sol y ventanas oscurecidas como si fueran ojos que quieren evitar la luz. De regreso en la civilización, luego de días en la montaña, me siento desorientada por el persistente rugido de la carretera como sonido de fondo. Entre el cuero barato y los zapatos gastados, suelto al aire un pensamiento en voz alta, “Es aquí donde más me he sentido en casa”.

***

El desierto de Sonora se emplaza en una cuenca rodeada de montañas. Se pueden ver detrás de los edificios y cuando se sale de la ciudad, casi se pueden tocar. Al escalar esas montañas, los cactus dan paso a álamos perennes, hilos de agua y acumulaciones de nieve.

El desierto es abrumador.

La gente del desierto dice que los cactus son personas y es difícil no creerlo al verlos entrelazados como amantes o encorvados como ancianos, o cuando te das cuenta que tienen piel y huesos, son esqueletos erguidos igual que nosotros. Nos encontramos con Coyote y vamos de aquí para allá con las historias de lo que ha hecho en el pasado y lo que hace en el presente.

Cuando cumplí 16 años, fui con un grupo de amigos a Patagonia, no la Patagonia en Argentina. Al crecer en la zona de Tucson, solo tenía una idea muy vaga de aquel lejano lugar. Para mí, Patagonia era un lago artificial a una hora y media al sureste de la ciudad, rodeado de praderas medio secas, junquillo y un encantador y pintoresco pueblito. Sin embargo, la verdadera maravilla del área es el arroyo Sonoita, un ecosistema ribereño con altos árboles en medio del desierto. Es uno de los pocos ríos que quedan en el sur de Arizona con agua todo el año y al verlo desde lo alto y a lo lejos, parece un desfile de árboles que marchan por un valle que estaría vacío si no fuera por ellos.

Los preciados sistemas de agua de nuestro planeta, los mismos que nos calman, alimentan y permiten crecer, podrían sernos despojados bajo nuestros pies. Río Orinoco, Colombia. Fotografía: Andrew Burr

Caminamos descalzos por el arroyo y los cangrejos de río pasaban por nuestro lado. Estaba asombrada con este oasis. Una bandada de pájaros cantaba sobre nuestras cabezas. El arroyo Sonoita me parecía algo de otro mundo—la abundancia, la presencia, gruesos troncos salían del agua, ranas croaban y las ramas de los sauces atrapaban la luz. Conocer y amar un lugar así, es abrumador. Tres meses después supe de la mina.

Ese lugar hermoso y ecológicamente diverso ecológica donde paseé por el agua, recogí menta del pueblo y visité un jardín de picaflores ahora está próximo a convertirse en una mina de extracción de metales para potenciar autos eléctricos. La minera canadiense American Mining Inc. propuso el proyecto Hermosa, que incluye una profunda mina a tajo abierto para extraer plata y magnesio, además de una mina subterránea de zinc, plomo y plata. En 2018, South32, una minera australiana, compró American Mining Inc. Desde entonces, se han expandido y solicitado más permisos. Patagonia es un pueblo que depende únicamente de aguas subterráneas y las nuevas minas pondrían en riesgo el agua potable y probablemente el arroyo Sonoita.

Tierras baldías, sueños estériles. Vista aérea de la vida cuando no hay agua. Fotografía: Keagan Henman

Para los habitantes del desierto no hay nada más valioso que el agua. El fuerte estrépito de la lluvia sobre la tierra endurecida despierta de la hibernación a las ranas. El olor de la creosota nos indica que debemos esperar bajo el cielo gris. Las raíces del saguaro yacen justo bajo la superficie y se extienden tan lejos como alto es, a la espera de la lluvia.

La gente que vive aquí —enamorada del sol, del aullido de los coyotes, de las tunas, de los ocotillos florecidos y hasta del incómodo florecer de los espinillos— experimenta la frecuente destrucción de sus hogares y de ellos mismos. El barista de un café cerca de mi casa me contó que el pozo de agua de sus padres está seco desde que una lechera drenó la parte superior del acuífero, y luego utilizaron sus recursos económicos para excavar a profundidades que los pozos de los residentes no alcanzan, o que el agua se redirige para regar hectáreas y hectáreas de alfalfa que luego se exporta. A los Tohono O’odham, diversas compañías mineras les robaron agua por años, hasta que el río y sus pozos se secaron y el suelo se resquebrajó y hundió bajo sus pies. He visto cómo las mineras cercanas han transformado el agua en veneno, haciendo que misteriosos cánceres aparecieran bajo la piel de mis amigos —no por tomar de dicha agua, sino por bañarse con ella, por lavar los platos o simplemente por estar cerca del tajo en la tierra.

***

Voy a dejar algo en tus manos, es algo pequeño, no más grande que un colibrí de huesos diminutos y latidos rápidos. Son los sueños de una niña. Te pido que lo rodees con tus manos y sostengas su zumbido cerca de tu oído para escuchar el eco.

Cuando era niña, nunca cuestioné la posibilidad de lo longevo y mis sueños estaban llenos de aquello. Parecía que todo iba a durar por siempre: la forma en que el sol toca las hojas de los árboles, los dedales de oro que florecen al borde del camino o el árbol de manzanas verdes que aparecía sin la ayuda de nadie, mirar por la ventana y ver el césped verde al que le llegan luces y sombras, un día tener mi propia granja llena de calma. Fue solo al crecer y ver cómo los cultivos morían y las granjas quebraban con los violentos cambios de estación que me di cuenta que estos sueños necesitaban agua, suelo sano y aire limpio.

Una amiga en Nueva York me dijo que ha escalado el mismo árbol desde pequeña. Un árbol con ramas bajas que podía alcanzar al estirar las manos. Me contó que hace poco la oficina de parques había cortado las ramas que habían crecido demasiado y una vez más, solo si se paraba de puntillas, podía alcanzar las ramas más bajas al estirar las manos.

***

Mira de cerca tu picaflor. Estamos atrapados dentro de un robo. Nos estamos robando la esperanza a nosotros mismos. Estamos robando la infancia, robando la magia que un árbol puede entregar cuando hay un niño en sus ramas. Nos estamos robando la belleza y lo salvaje y celebrar los 16 años caminando a pies descalzos por el arroyo Sonoita. Estamos sacrificando la lluvia, sacrificando a las criaturas de cuerpos suaves y a los seres emplumados. Nos estamos suplementando con ideas añejas de zinc y magnesio.

La degradación de la Tierra es la degradación de nosotros mismos. Del mismo modo, sanar la Tierra es sanar nosotros mismos.

Espero que las historias que tengamos para contarles a las futuras generaciones no sean recreaciones nostálgicas de lo perdido, sino historias de éxito, de parajes todavía verdes y respirables. Espero visitar mi pueblo natal y que todavía esté bendecido con lluvias monzónicas, que los pájaros todavía canten y que los saguaros todavía me saluden al regresar.

Sí, esto es lo que pongo en tus manos y envuelvo con las mías para luego soltarte. Te estoy regalando la rabia y te estoy regalando la esperanza.

El desierto es abrumador y acogedor. El desierto en su balance puede sostener sueños. Factory Butte, Utah. Fotografía: Andrew Burr

Nota de la autora: Hay un poema de Nicolette Sowder que recordaba todo el tiempo mientras escribía este texto, “Que podamos criar niños que amen aquellas cosas no tienen amor”. Es un poema hermoso y es lo que pienso cuando hablo de mi amor por el desierto con todas sus espinas, serpientes y calor.

Perfil del Autor

Maya Broeks

Maya Broeks tiene 17 años y escribió este texto luego de que se abriera una nueva mina cerca de su hogar. Este ensayo ganó el primer lugar en un concurso de escritura juvenil que llevamos a cabo junto con la organización sin fines de lucro Write the World.