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Proteger el océano, para eso están los amigos.
Palabras de Antonio Bustos, tal como se las dijo a Andrew O’Reilly
Todas las fotos por Jürgen Westermeyer
Una de las mayores ironías de mi vida es que cuando niño no quería ser pescador. En Tomé, Chile, donde nací y me crie, todos eran pescadores o tenían un trabajo relacionado con la pesca. Cada día, mi papá y otros pescadores cruzaban la bahía de Concepción a través de la bruma con sus lanchas a motor y trabajan duro todo el día para traer la pesca de merluza, y la sola idea de pasar tu vida haciendo eso no me llamaba la atención en absoluto.
No me malentiendas, yo amo el mar. Su belleza, su poder, la aventura que yace ahí justo sobre el horizonte. Pero pescar no era para mí. Yo quería ser marino y viajar alrededor del mundo. Ese era mi sueño. Pero a veces, la vida tiene otros planes para ti. Cuando estaba en sexto año, mi papá me sacó de la escuela y me llevó a trabajar con él en el bote. Esto fue durante los primeros años de la dictadura de Augusto Pinochet y Chile era muy pobre, por lo que mi papá necesitaba ayuda para llegar a fin de mes y poner comida sobre la mesa de nuestra familia.
Al principio de verdad no me gustaba, estar lejos de mis amigos, forzado a trabajar largas jornadas, no ir a la escuela, pero de a poco empecé a ver cuán especial era pescar y las lecciones que el mar puede enseñarte. Mi papá me enseño todos los secretos del mar y a cómo sobrellevar mi miedo a la incertidumbre y lo desconocido cuando uno está mar adentro. Hay una conexión que se da con la naturaleza cuando estás en el mar. Navegas en silencio, solo acompañado por el sonido del viento y las gaviotas. Las estrellas y la luna nítidas en el cielo, mientras que los amaneceres y el ocaso te dejaban sin palabras. El océano y el cielo parecen perderse en el infinito. Es algo hermoso que no tiene precio. Y ahora he pasado de ser el niño que no quería pescar a haber dedicado casi 55 años de mi vida a hacer precisamente eso.
La admiración y el asombro que siempre he sentido por el mar no ha cambiado desde entonces, pero da la sensación de que todo lo demás en Chile sí lo ha hecho. La dictadura ha sido relegada a los libros de historia y hemos vivido en democracia por más de 30 años. Los niños ya no son sacados de la escuela para ir trabajar en botes de pesca, sino que se espera que estudien duro y vayan a la universidad para convertirse en médicos o ingenieros. Esas son las cosas buenas, pero algunos cambios no han sido positivos.
La industria pesquera en Chile se ha industrializado y hoy son cuatro compañías las que controlan casi todo el mercado. Entre esas compañías y las flotas ilegales que vienen de lugares como China, los pescadores artesanales se ven en dificultades para ganarse la vida, y la sobrepesca ha empeorado tanto que el 70 por ciento de nuestras especies han colapsado o están sobreexplotadas. Dos de las principales especies que pescamos, la sardina y el besugo, están tan sobreexplotados que el gobierno ha tenido que poner límites e incluso una breve veda sobre su pesca. Si bien esto está bien para las grandes flotas industriales que pueden sencillamente irse a otro lugar, afecta de verdad a los pescadores sustentables y de pequeña escala como yo.
Luego, también está la contaminación.
Admito que antes de saber el daño que nuestras redes le causan a los peces y al océano, yo las tiraba por la borda junto con nuestra basura. Pero al ver la basura, los peces y animales muertos, y aprender sobre cómo esto afecta no solo a nuestra pesca sino también al planeta, me sorprendió un montón. Hemos tratado de crear conciencia hablando con los sindicatos y las grandes empresas pesqueras, hacer nuestra parte, pero te voy a ser honesto: nunca pensamos en reciclar nuestras redes hasta que apareció Bureo, la empresa de reciclaje de redes.
La idea nunca se nos pasó por la cabeza a pesar de trabajar todos los días con estas redes y ver de cerca cómo la contaminación daña nuestros océanos. Ser capaces de reciclar las redes viejas es un pequeño paso para ayudar al mundo a combatir esta crisis climática. No la va a resolver, lo sé, pero cada cosa que hacemos, por pequeña que sea, suma.
Si alguien puede aprender algo de esta historia espero que sean mis colegas pescadores, no solo aquí en Chile, sino en todo el mundo. El mar nos provee nuestro trabajo y nuestro sustento, y millones de personas en todo el mundo dependen del trabajo que hacemos en el océano. Necesitamos ser los mejores custodios que podamos ser para el océano, no solo por nosotros y nuestros trabajos, sino por todas aquellas personas que dependen de nuestro trabajo, así como para las futuras generaciones. Sin duda, estas son cosas positivas, pero todavía me preocupa lo que depara el futuro para nuestros mares y para personas como yo. No tengo un hijo a quien transmitir mis conocimientos sobre la pesca y el mar como lo hizo mi padre. Eso es frustrante, porque quiero que alguien continúe con el trabajo que hago y lleve el mensaje de que debemos ser los mejores defensores que podamos para el océano. Y si no cuidamos el océano, solo se contaminará más y seguirán desapareciendo más peces. El mar es nuestro sustento pero también es frágil y todos, pescadores o no, debemos trabajar para protegerlo.
Andrew O’Reilly
Andrew O’Reilly es un periodista con base en Los Ángeles y un escritor cuyo trabajo ha aparecido en The New York Times, Outside, ESPN The Magazine, Rock and Ice y otras publicaciones.