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Estamos destruyendo lo que amamos. El enorme sistema de criaderos de peces y piscifactorías en aguas abiertas que hemos creado es, de alguna forma, una expresión de nuestro afecto hacia los peces de aguas frías como alimento, como objeto recreacional y como un recurso comercial. No obstante, y a pesar de nuestras buenas intenciones, estos humanos intentos por compensar la extracción de recursos, el desarrollo y la construcción de represas —pretendiendo incluso superar a la madre naturaleza— están resultando contraproducentes. No podemos tenerlo todo.
La gran mayor parte de las publicaciones científicas demuestran que los criaderos constituyen un poderoso impedimento para la recuperación de los peces salvajes. Los peces de criadero representan la perdición de sus primos silvestres en casi todas las etapas de su vida, desde los artificialmente elevados niveles de competición y depredación de los juveniles hasta el daño genético resultante de la cruza entre adultos. Esto es algo que no solo la ciencia demuestra; en la vida real, los ríos Toutle, Skagit, Eel y otros a lo largo de Montana han experimentado un repunte significativo en las poblaciones de peces salvajes gracias a la simple reducción o eliminación de los criaderos.
Mantener estos sitios en operación es costoso. Teniendo en consideración solo el caso de Norteamérica, los ciudadanos pagan miles de millones de dólares al año para financiar criaderos de peces. En uno de ellos, ubicado en Washington, se criaban salmones chinook y se pagaban 68.031 dólares por cada espécimen adulto “cosechado”. Los contribuyentes y quienes pagan tarifas eléctricas, es decir, ciudadanos comunes como tú y yo, subsidian a unos cuantos pescadores sin siquiera saberlo. Tal vez sea incluso más importante tener en cuenta que los criaderos de peces no están funcionando. En el estrecho de Puget, después de un siglo de criaderos operando allí, los chinook silvestres están al 10% de su abundancia histórica, mientras que las steelhead están a menos del 3%, por lo que estamos usando fondos públicos para financiar un activo que se desvaloriza con rapidez.
Con el declive de las poblaciones de salmón salvaje, las empresas de la industria alimentaria recurrieron a piscifactorías en aguas abiertas para satisfacer nuestra demanda. Al principio, y tal como sucedió con los criaderos, pensamos que esta sería una solución inteligente, es decir, si criábamos peces domésticos para alimentarnos, no necesitaríamos capturar salvajes, por lo que podríamos entonces ingeniarnos una solución para erradicar el problema. Pero luego la realidad se interpuso: para criar cantidades de peces comercialmente viables en espacios reducidos, se requieren grandes cantidades de antibióticos, pesticidas y otros químicos, los que se liberan a las aguas circundantes. Debajo de las jaulas marinas se acumulan montañas de materia fecal y florecen parásitos y virus que pueden infectar a los peces migratorios silvestres.
Esto es lo que sabemos: en presencia de los peces de criadero, es cosa de tiempo para que los silvestres se reduzcan a cero. Además, producto de la domesticación y la endogamia, los peces de criadero también llegan el mismo punto. Tanto los salmones de criadero como los silvestres deben atravesar las piscifactorías en aguas abiertas en sus procesos de migración, por lo que estas solo aceleran el proceso. Estamos en camino a la extinción. Si de verdad apreciamos nuestros salmones y truchas, y queremos que existan en nuestro futuro, nuestra única esperanza son los peces silvestres.
Este ensayo se publicó en el catálogo de Fish 2019 de Patagonia.
Dylan Tomine
Dylan Tomine es embajador de pesca con mosca en Patagonia y autor de Closer to the Ground. Vive en la costa de Washington con su esposa y sus dos hijos.