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Una mirada al compromiso, más allá de la roca, con una leyenda de las grandes paredes.
Avanzando por un sendero tipo trinchera de dos metros de altura, cubierto de musgo y barro, donde cabe solo un cuerpo a la vez. El aire huele a hojas. El bosque denso tapa el cielo. Cerca se escucha el río, el canto del chucao y los pasos que se hunden en la tierra. Lleva más de seis kilómetros caminando río arriba, hacia los valles altos de Cochamó, en la Patagonia norte de Chile, con una idea clara: usar su talento y visibilidad como escalador de grandes paredes para ayudar a conservar este magnífico ecosistema. En su espalda va Cody, el hijo de dos años del legendario escalador Timmy O'Neill. También lo acompañan el belga Sean Villanueva y la alemana Döerte Pietron. Las paredes de granito que lo llevaron a viajar desde su casa en California —una de las postales más características de Cochamó— aún no aparecen; se ven de golpe, dicen los guías locales, sin aviso, como una revelación. Tommy lo mira todo con asombro y piensa en voz alta: “Esto se siente como un pedazo de historia. Yo vengo del desierto y aquí todo es verde y exuberante. Todo está vivo”.
Izquierda: Caballos pilcheros llevan carga por el erosionado sendero de acceso al valle, una de las marcas más visibles que dejó el turismo descontrolado.
Derecha: No es un pilchero pero la carga es preciada. Tommy Caldwell camino a La Junta con Cody, el hijo del escalador Timmy O’Neill, en la espalda. Cochamó, Chile. Rodrigo Manns
Irónicamente, Cochamó no estaba dentro de sus prioridades para un viaje de escalada. Alex Honnold, que estuvo en el valle en 2013, le había sugerido que con Yosemite a la vuelta de la esquina no veía necesidad de volver a Chile. Lo que para Tommy torció la balanza a favor de Cochamó fue su apoyo a la campaña Conserva Puchegüín, una iniciativa liderada por la ONG local Puelo Patagonia que busca comprar y proteger a perpetuidad 133 mil hectáreas en lo más profundo del Valle, precisamente donde se levantan esas increíbles paredes. Desde que la noticia rompió en el New York Times, a mediados de 2024, le llamó la atención que fueran las comunidades y no el gobierno quienes estuvieran detrás de la campaña. “Un grupo de escaladores y hippies se unen, se ponen creativos y finalmente negocian un acuerdo para salvar un valle similar a Yosemite”, escribió en Instagram. La historia —improbable, audaz, inédita— capturó su atención y quiso ser parte de ella.
Arriba: El cerro Trinidad, uno de los destinos favoritos de senderistas y escaladores, se eleva por sobre la verde espesura del Valle Cochamó.
Abajo: Durante una típica jornada de escalada cochamonina, Tommy Caldwell navega entre árboles y raíces el sendero al Anfiteatro. Cochamó. Rodrigo Manns.
Al momento de su llegada al valle en enero de 2025, la negociación está encaminada: el empresario Roberto Hagemann, dueño de las hectáreas e histórico adversario de los defensores de la zona, está a la espera de que se recaude el dinero para vender su propiedad a las organizaciones socioambientales agrupadas en Conserva Puchegüín. A estas alturas —y como resultado de un largo proceso de trabajo territorial y búsqueda de acuerdos— el asunto pareciera ser más simple de lo que usualmente se ve en el mundo de la conservación: si se consigue el monto pactado, con un plazo que vence en junio de 2026, el valle podrá ser protegido “para siempre”, subrayan quienes están detrás de la iniciativa. Y para eso, todos tenemos la posibilidad de aportar un grano de arena.
La vista desde Campo Aventura, con el Trinidad bañado por la luz del atardecer, resume bien lo que busca proteger Conserva Puchegüín: paredes, bosques y la forma de vida tradicional de quienes habitan el valle. Cochamó. Rodrigo Manns
Aunque le es casi imposible pasar desapercibido cuando escala en su país, en los transitados 13 kilómetros que conducen al sector de La Junta —que por estos días concentra un buen número de escaladores, según informa la Organización Valle Cochamó (OVC), administradora del Centro de Visitantes al inicio del sendero— a Tommy se le ve introspectivo y cómodo bajo cierto anonimato, caminando a un ritmo más lento que le permite observar la intimidad del entorno hasta que una inmensa pared de granito del cerro Trinidad por fin se deja ver a través de un claro entre la espesura. Brillante y escarpada, es justo del tipo que conoce a la perfección tras 43 años de escalada en el cuerpo.
“No puedo creer la vida que me ha tocado vivir”, dice mientras sonríe y comienza a aplaudir.
Más tarde, desde la pradera del camping, admira las esculturas de granito que se levantan al sur y al norte del río Cochamó. Se ven abstractas, remotas. “Vaya pedazo de paraíso”, dice, y tras una pausa reflexiva, agrega: “La idea de que esto se puede comprar es surrealista”.
El grupo no puede evitar detenerse para dimensionar la magnitud cuando por primera vez las paredes de Cochamó se muestran a través de un claro en el sendero. El escalador y guía local, Juan Catón, complementa lo que sigue del trayecto con descripción de lo que les espera más adelante. Cochamó. Rodrigo Manns
—¿Qué te parece ahora el apodo de “el Yosemite de América del Sur” con el que muchas veces se habla de Cochamó?
—Mi impresión es que la gente repite esa idea por el color de la roca, el granito blanco, pero la sensación es diferente cuando no hay un millón de personas en carreteras, túneles y buses manejando por el lugar. Esto es definitivamente más genial.
“Descubierto” por la comunidad outdoor a principios de los 2000, en menos de dos décadas el Valle Cochamó pasó de ser un secreto de unos pocos escaladores y aventureros a un destino altamente cotizado por veraneantes atraídos por sus toboganes de roca, imponentes paisajes y la posibilidad de disfrutar de un entorno natural menos regulado que un Parque Nacional. Durante esta etapa oscura, como la llama el vocero de Conserva Puchegüín Rodrigo Condeza, los visitantes aumentaban en un 100% cada año, superando los 16.500 en una temporada. Los cambios fueron drásticos: la tranquilidad y la soledad a la que estaban acostumbrados sus pocos habitantes dieron paso a las fiestas, la contaminación y el descontrol. Para mí, que tuve la suerte de conocerlo antes de su masificación, el valle dejó de ser lo que era y juré nunca regresar.
Ahora, Tommy y su equipo tienen la suerte de verlo ordenado, con un sistema de cupos que previene la saturación y una charla educativa que los voluntarios de la OVC ofrecen al comienzo del sendero. Un ejemplo de trabajo constante y comunitario en beneficio del medioambiente que ayuda a pensar que el turismo masivo no terminó de arruinar la magia del valle para siempre.
Ese trabajo comunitario “de abajo hacia arriba”, en el que se han involucrado no solo vecinos, científicos y activistas sino también la comunidad escaladora, es lo que más parece interesar a Tommy. Es el motivo —asegura— por el que Cochamó se convirtió en la perfecta combinación entre escalada en roca y conservación, un tipo de vínculo virtuoso que él conoce bien gracias a su vasta experiencia junto organizaciones como Access Fund y Protect Our Winters (POW).
—¿Cuándo comenzaste a trabajar en conservación?
—Eso partió cuando estaba en la directiva de Access Fund, una organización que lucha por proteger el acceso a lugares de escalada. Tenía cerca de 20 años y cero idea de cómo ayudarlos, pero empecé a entender cómo afectar la política para favorecer el acceso. Aprendí cómo se corta la torta en Washington y que, si estás motivado, puedes hacer una diferencia, hablando con las personas adecuadas y yendo a los lugares adecuados.
—¿Y cómo se dio ese salto de solo escalar a participar de una organización como Access Fund?
—No nací con esa idea. Yo solo defendía la idea de ir a escalar. Lo pensaba egoístamente, creía que era un derecho y quería asegurarlo. Cuando entré a Access Fund no había muchos escaladores profesionales y yo era de los pocos que parecía ligeramente más organizado y responsable, respondía los correos, me lo tomaba en serio. Access Fund estaba buscando una voz joven y, de pronto, ahí estaba yo, dedicando tiempo a sentarme con empresarios y políticos.
—¿No hubo un sentido de urgencia para empezar a involucrarte más?
—La verdad es que eso llegó en mis treinta, cuando entendí que las zonas de escalada realmente podían ser afectadas por el cambio climático y que podríamos perderlas. Y se acentuó cuando tuve hijos, porque piensas en cómo les afectará a ellos.
—¿Y lograste algo concreto de lo que hoy te sientas orgulloso?
—En Access Fund hicimos una campaña de donaciones para conseguir un fondo de 4 millones de dólares que permitiera comprar rápidamente un área de escalada en riesgo para poder protegerla.
—No es tan distinto del modelo que se busca implementar en Cochamó.
—Hay similitudes.
A pesar de las victorias, Tommy rehúye el protagonismo. Se le ve más cómodo lejos del foco de atención, recorriendo los pasillos del Congreso en Estados Unidos en búsqueda de votos, testificando a favor de proyectos que buscan restaurar parques y tierras púbicas, o pensando en las personas indicadas para inclinar una ley en favor de la escalada. Su estilo en las grandes paredes —metódico y obsesivo— lo transfiere al lobby y a la política. Es un trabajo tedioso, pero lo ve como un sacrificio necesario para cuidar aquello que considera esencial.
La comunidad ha sido protagonista principal en la protección del valle. Tommy y su equipo visitan el Club Andino de Cochamó junto a los voceros de Conserva Puchegüín para hablar de conservación, escalada y todo lo que ambos mundos tienen en común. Cochamó, Chile. Rodrigo Manns
En los casi 15 días del viaje de Tommy a Cochamó hubo escalada para regodearse. Tan solo al llegar, antes de que se fuera la luz, junto a Sean Villanueva se acercaron a la base de Apnea —una suerte de rito de paso del valle— para escalar más hacia la derecha, donde un solitario 5.12a sigue una fisura enrevesada que supone un reto hasta para los más experimentados. Pero sin duda las grandes paredes se robaron la película. “Debo haber escalado 8 o 9 largos aquí que no voy a olvidar nunca en mi vida”, dice Tommy. Todo Cambia (5.11c, 450 m), Entre Cristales y Cóndores (5.13b, 415 m), Gardens of the Galaxy (5.11c A0, 840 m) y un intento al proyecto de Villanueva, Utopía, en el cerro Capicúa, quedaron en el registro de la visita. “Hay una gran cantidad de grandes paredes de excelente calidad”, afirmó el belga. “El lugar es salvaje”.
Bajo el frío de la mañana, Sean Villanueva y Timmy O’Neill se familiarizan con las legendarias aproximaciones del valle en su camino a escalar Todo cambia (5.11c) en la pared del Anfiteatro. Después de la caminata, les quedan todavía 450 metros de escalada. Cochamó, Chile. Rodrigo Manns
La escalada en Cochamó ha excedido las expectativas de Tommy. Destaca la escasez de rocas sueltas, lo que lleva a plantear que si llegan más personas al valle la experiencia va a ser más vasta, “porque esta roca se vuelve mejor mientras más gente la escale", a lo que agrega: "Aunque este lugar no necesariamente necesite más escalada”.
Su respuesta hace eco de la dicotomía entre mantener la naturaleza prístina o propiciar el uso, ya sea recreativo, cultural o de subsistencia. Recuerdo las palabras de John Muir: “Nada que tenga valor monetario está a salvo, por mucho que se proteja”. Dicho de otra manera: tal vez lo mejor que podemos hacer para proteger nuestros lugares de escalada es hacer que otros también se enamoren de ellos. Precisamente lo que el movimiento por la protección de Cochamó promueve.
No importa por dónde se lo mire, el granito de Cochamó no deja a nadie indiferente. Tommy Caldwell de primero y Sean Villanueva en el seguro, aprovechando la ventana en Todo Cambia (5.11c). Como si el nombre de la ruta fuera un vaticinio, el camino de regreso fue bajo la lluvia. Cochamó, Chile. (Arriba) Rodrigo Manns (Abajo) Austin Siadak
Los días de lluvia, abundantes en el Valle, se aprovechan para descansar. Para Tommy eso significa escribir un newsletter de Patagonia y otros artículos, pero también dedicar energía a pensar en la manera más eficaz de conseguir recursos para Conserva Puchegüín.
Es analítico y curioso en la forma en que aborda el asunto: da vueltas a las distintas sensibilidades, evalúa los posibles ángulos para llegar a los donantes y evitar que él u otros norteamericanos aparezcan como los salvadores de Cochamó. “Digamos que con este proyecto logramos que Bill Gates done 10 millones de dólares y luego se escribe una historia y la gente en Estados Unidos dice ‘Bill Gates salvó Cochamó’, pero sabemos que no es así. La gente local ha logrado que esto ocurra, tenemos que ser muy conscientes de eso”.
Arriba: Tommy y Sean reponen energías con un desayuno a las brasas mientras esperan que se seque el equipo.
Abajo: Minutos después, Tommy y Juan Catón planifican la escalada de los días sucesivos, una vez que la lluvia de una tregua. Cochamó, Chile. Rodrigo Manns
—¿Qué opinión tienes del modelo de conservación que se busca implementar aquí?
—Pensaba sobre eso ayer. Por un lado, tienes el modelo del empresario que compra tierras para fines extractivos; luego tienes el de Tompkins, que lo hace con fines de conservación. Pero acá es la gente local la que lidera el esfuerzo, que parece ser el mejor modelo de todos, el más justo.
—Confías mucho en la gente.
—Confío en el modelo “de abajo hacia arriba”, es lo que me gusta más y es un modelo que no sé si ha ocurrido en el pasado a esta escala, para conservar algo tan magnifico como Cochamó. Creo que es una historia que empodera: si puede pasar acá, puede inspirar y llegar a otros lugares.
—¿Crees hay una conexión natural entre estar en lugares salvajes como este y querer hacer algo por protegerlos?
—Quizá sí espero que los escaladores, que la gente que realmente vive esta vida, sienta una pequeña responsabilidad por no solo extraer. La escalada es muy extractiva, si escalas montañas de ocho mil metros solo por poner checks en una lista, eso es bastante extractivo; piensa en los primeros ascensos, en poner chapas, es como lo mismo que perforar petróleo. De cierta forma, tienes que buscar la manera de no solo tomar, pero luego, no sé ¿Debo juzgar a la gente que hace eso?
—Tal vez...
—Si hay un escalador que da al mundo de otra manera, como un doctor que aporta en su comunidad, no lo voy a mirar mal; y si eres joven y no tienes dinero, tampoco. Pero si tienes los recursos y el tiempo, como yo… si esas personas no dan algo a cambio, quizá sí las juzgaría un poco.
De todas nuestras conversaciones en el camping o en algunos de los senderos del valle, esta es la primera vez que veo a Tommy complicado. La idea de juzgar a un escalador que solo escala le parece soberbia —a mi modo de ver— debido a su posición privilegiada, que le da oportunidades y flexibilidad para apoyar causas ambientales. Pero, al mismo tiempo, parece resultarle contradictorio que alguien con medios, tiempo e influencia, que vive la vida del escalador, sea pasivo frente al destino de las grandes paredes donde extrae todo aquello que lo hace feliz. ¿Qué diría eso de nuestro amor por las montañas? ¿Sería en vano? Fama o sin fama, sospecho que Tommy habría hecho los mismos esfuerzos para proteger los lugares que ama (aunque él es demasiado modesto para admitirlo).
Sean Villanueva y Tommy Caldwell escalan Entre cristales y cóndores (5.13b) mientras el lente del fotógrafo pone en valor la escala de la naturaleza. Cochamó, Chile. Rodrigo Manns
Mientras no está escalando, Tommy conversa con los organizadores de Conserva Puchegüín y comparte ideas que trascienden la escalada. Le interesan temas tan disímiles como el impacto de la inteligencia artificial en la creatividad, la comunicación secreta entre los árboles y la terapia psicodélica. Se le ve contento de iniciar conversaciones con personas que se acercan a compartir un mate en torno al fuego. Él prefiere hacer preguntas antes que dominar la conversación. Su sencillez data de su juventud: solía vivir con 50 dólares a la semana y si algo le gusta de sí mismo es su capacidad de prescindir de casi todo, como un monje radical que prefiere el flow de la escalada —un estado que solo alcanza en rutas duras que requieren de concentración absoluta— al silencio de un monasterio.
Afortunadamente, en esta historia de luces y sombras del Valle Cochamó, la comunidad bajó las alas y hoy se vislumbra un futuro luminoso para este paraíso de las grandes paredes. Tommy Caldwell y Sean Villanueva disfrutan del granito entre los colores mágicos del atardecer sobre el anfiteatro. Cochamó, Chile. Rodrigo Manns
Aunque la vida lo ha golpeado duro (sobrevivió un secuestro, perdió un dedo, se divorció y ha perdido 25 amigos en accidentes de montaña) Tommy se renueva cada vez que viaja a lugares como Cochamó. “Es como un gusto adquirido, aprendes a apreciarlo cada vez más”, dice.
—¿Qué crees que va a empujar a la gente en Chile a donar para esta campaña?
—Tienen que verlo y experimentarlo. Sé que aquí en Cochamó no es bueno que venga demasiada gente, pero en cierta forma, todos deberían experimentar esto para sentirse empujados a protegerlo. Es un balance extraño. El verano pasado me di cuenta de que hay tanto en el mundo que no está protegido y que está siendo destruido. Como siempre voy a lugares hermosos, esa es mi percepción del mundo, pero no es la mayoría. Esto es finito y no queda mucho. Debemos esforzarnos por proteger lo que nos queda.
Súmate al esfuerzo por conservar Puchegüín y Cochamó. En solo un par de minutos puedes aportar a la creación de uno de los mayores corredores de fauna silvestre en Latinoamérica y a la construcción de un futuro próspero para las comunidades, las criaturas y los ecosistemas de la región. Visita conservapucheguin.org para informarte sobre cómo puedes colaborar y donar.
Más informaciónMatías Rivas Aylwin
Matías es un periodista y escritor con base en Santiago de Chile y una pasión por las aventuras verticales. Autor de “Donde me siento vivo” y colaborador en Revista Domingo (El Mercurio), sus crónicas de viaje y artículos que exploran la relación del hombre con su entorno, pueden encontrarse también en medios como Ladera Sur, La Tercera, El Mostrador, Revista Anfibia y Revista Andina.