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El campamento Footprints Running Camp no solo se trata de correr, sino también de encontrar soluciones para la crisis climática.
En un acogedor refugio de esquí en Red Mountain Pass, Colorado, a mitad de camino entre Silverton y Ouray, un grupo de jóvenes se sienta a cenar y a pensar en cómo salvar al mundo. El grupo forma parte del Footprints Running Camp, un proyecto diseñado para corredores con grandes ideas asociadas a la creación de soluciones comunitarias para la crisis climática. Sus organizadores los ponen en contacto con mentores que los apoyan para que sus ideas se conviertan en realidades. Los participantes pasan una semana juntos en una cabaña en las montañas, sin servicio de teléfono ni internet, corriendo durante las mañanas y trabajando en sus proyectos durante las tardes. Mientras las montañas cambian de color con la luz del día y la ropa sudada se seca colgando de las ventanas, las interesantes e innovadoras ideas se estudian y reestructuran a fondo, a más de 3.000 metros de altura.
El grupo de este año estuvo conformado por nueve participantes, más los mentores, oradores y organizadores, además de algunas mascotas caninas. Al llegar, pocos días después de comenzar el campamento, encontré al fotógrafo y artista Max Romey acurrucado en un saco de dormir, escribiendo mientras observaba la densa niebla arremolinarse ante la ventana. Los participantes recién concluían una charla sobre diversidad, justicia social y recuperación de tierras dictada por la doctora Lydia Jennings; antes de ella, la doctora Len Necefer discutió acerca de la innovación y la defensoría junto al grupo. En el campamento hay muchos oradores que cuentan con doctorados. Pude escuchar el sonido amortiguado de las preguntas formuladas durante la actividad al otro lado de la pared.
“¿Cómo salió todo?”, le pregunté a Max.
“Estamos en un punto en el que derrumbamos viejos conceptos y construimos nuevos”, me respondió. “Todos se sienten ya agotados y llenos de información”.
Justo en ese momento se abrió la puerta y un perro llamado Salchicha entró saltando. Alguien me sirvió un plato de comida y pronto estaba sentado codo a codo junto a un ecologista proveniente de Los Álamos, Nuevo México y con la embajadora de Patagonia Peyton Thomas (ambos también con doctorados) hablando acerca de grandes temas, como los paisajes y las conexiones humanas, y también de asuntos no tan globales que a veces parecen mayores, como el clima del lugar. Todos llevaban sus cuadernos; el ambiente era cálido y dinámico.
El campamento fue fundado por Dakota Jones, un corredor profesional que creció cerca de Durango, en Colorado. Su objetivo era unir el talento de científicos ambientales, artistas, organizadores y empresarios con la innovación de los estudiantes y la alta resistencia de las comunidades de corredores. Durante años había pensado en cómo combinar el running con las acciones climáticas, le atraída el modelo usual de los campamentos para corredores, pero quería que Footprints alentara a sus participantes a unirse por una causa más trascendente. En palabras de Jones: “Queremos detener el cambio climático, pero también empoderar a las personas y ayudarlas a definir quiénes son”.
A los aspirantes se les solicita presentar una propuesta de proyecto y la selección se lleva a cabo en base a las mejores ideas. Todo el trabajo del campamento está basado en hacer que esas propuestas sean viables a través del estudio de las situaciones que plantean, talleres, discusiones y relaciones cercanas entre los mentores y los participantes o de los grupos de mentores organizados por especialidades. El enfoque es relativamente sencillo: entender el problema, considerar una solución, comunicar tus ideas de una forma en la que las personas quieran participar y luego salir a correr. Durante una sesión se les pidió a los participantes comunicar sus propuestas de forma casual a un compañero, pero en vez de discutir lo que querían realizar, debían explicar la razón por la que querían hacerlo. El objetivo de este ejercicio era averiguar cómo hacer que la gente se interesara en un problema determinado de la misma manera en la que se interesaba la persona que comunicaba ese problema.
Unos días antes, durante esa misma semana, el grupo caminó hacia una antigua mina cuyo terreno estaba teñido de rojo a causa del hierro de las rocas, allí realizaron una especie de pre-mortem para sus proyectos, es decir, se les pidió imaginar todas las formas en las que estos podrían fracasar así como la razón de las posibles fallas. El escenario resultaba bastante dramático: se encontraban en un sitio en el que una gran idea también había salido mal, lo que era intencional. Jones quería que los participantes visitaran las San Juan Mountains precisamente por la historia minera que tanto ha dañado estas montañas, las que proporcionan gran cantidad de agua a los desiertos circundantes. Si podemos generar ese tipo de impacto negativo en un lugar, entonces tal vez podríamos hacer lo contrario y generar un cambio positivo.
A mediados de semana, la cena fue sucedida por una fiesta bailable alrededor de una fogata antes de irnos a la cama. Esa noche dormimos en la parte trasera de los vehículos y en las literas del segundo piso de la cabaña. Al día siguiente condujimos hacia Ouray para caminar por unas horas con los miembros de la San Juan Mountains Association. Durante nuestro trayecto, mientras recogíamos basura y cortábamos ramas, escuché un poco más acerca de lo que motivaba a algunos de los participantes. Además de amar el running, todos habían asistido por la oportunidad de trabajar con otras personas inteligentes y enfocadas en soluciones. Muchos de los proyectos se inspiraban en intereses únicos y experiencias personales. Lily Lawrence, una de las participantes más jóvenes, había empezado a bordar durante la pandemia, lo que la condujo a pensar en los residuos textiles. Su proyecto en Footprints era analizar las formas de reducir la compra excesiva de ropa y la sobreproducción de prendas en la industria de actividades al aire libre. Por otro lado, Miles Anderson, quien creció en Maine, quería apoyar a la industria pesquera de su tierra natal en su adaptación al calentamiento de los océanos.
En el transcurso de siete días, el grupo habló de tierras ganaderas en Montana, de trascender más allá de las fronteras políticas, de la escritura en relación con la educación y de futuros tanto inmediatos como abstractos. En algunas ocasiones era difícil diferenciar entre los mentores y los participantes, lo que tomé como buena señal de la confianza y la conexión que el campamento había establecido. El enfoque no era destacar a ciertos individuos como líderes, sino enseñar a todos habilidades de liderazgo y reunir a individuos en torno a una causa común. “Si tu trabajo representa lo que eres, entonces no fallarás hasta que dejes de existir”, afirmó esa tarde el esquiador y activista Lakota, Connor Ryan. Bajo esa premisa, todos en la habitación ya eran líderes.
Sin embargo, mi mayor impresión del tiempo que pasé en Footprints fue que ninguna idea por sí sola va a cambiar el curso de la crisis climática, pues no hay proyecto individual que sea lo suficientemente grande. En vez de eso, es el impacto colectivo de las ideas y el compromiso de todos y todas por encontrar soluciones de manera conjunta lo que podría hacer la diferencia. Y eso es algo puede brindarnos esperanza.
Participantes de Footprints 2022 y sus proyectos:
Meaghen Brown
Meaghen Brown es escritora y editora en Patagonia. Su trabajo ha sido publicado en Outside Magazine, Vogue, Wired, Marie Claire y The New Yorker, entre otros.