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¿Cómo es un viaje de escalada por carretera, pero sin un auto?

narinda heng / 8 min de lectura / Climbing

narinda heng lo averigua al tomar el transporte público desde Oakland al parque nacional de Yosemite.

Todas las fotos por m. estrada.

Mis amigues Endria Richardson, m. estrada y yo nos reunimos bien temprano en la estación de trenes de Jack London Square con un total de 165 litros de alimentos y equipo en un duffel con rueditas de 100 litros y una mochila de 55. Había cargado todo desde mi casa, comenzando en East Oakland, California, antes de tomar un bus que viajó cuarenta minutos hasta Chinatown, y caminando después por otros 20 hasta la estación de trenes. Estaba contenta de que en el tren permitieran a cada pasajero transportar dos mochilas de hasta 23 kilos, sobre todo porque llevaba mi equipo de camping y escalada tradicional, además de un montón de conservas de pescado de Patagonia Provisions®.

Endria Richardson (a la izquierda), la autora narinda heng y los pies de la fotógrafa m. estrada se relajan un rato mientras esperan el YARTS, que es el transporte público hacia el parque nacional de Yosemite, en las afueras de la estación de trenes de Merced. California.

Había concebido este viaje de escalada de cinco días usando solo transporte público desde mi casa hasta el valle de Yosemite, ida y vuelta, como un desafío. Aprendí a escalar cuando principalmente pedaleaba y usaba el transporte público para desplazarme por Los Ángeles, pero no podía imaginar subir las empinadas colinas hacia Malibu Creek o Echo Cliffs sin un auto, además de que los viajes de larga distancia por carretera eran una parte esencial de la experiencia de todo escalador que aceptaba a pesar de mis recurrentes preocupaciones climáticas. Quería dejar atrás la disonancia cognitiva. Tomaría más tiempo y esfuerzo, pero me preguntaba si prescindir de mi auto podría ser una manera de simplificarme. A veces, Yosemite se siente como Disneylandia, colapsado, con espacio limitado para estacionar y con gran cantidad de tráfico, así como autos, bicicletas y peatones impredecibles. Sin un auto del que preocuparme, no sentía ese miedo a pasarme del cruce correcto y tener que dar toda la vuelta para retomar el camino, tampoco estaba la ansiedad por encontrar en dónde dejar esa carga rodante de dos toneladas ni de cuánta gasolina utilizaba o necesitaba. Empacar mis mochilas y caminar en la dirección correcta era lo único que tenía que hacer.

Haciendo buen uso de la generosa cuota de equipaje permitida por el tren Amtrak.

Claro que existen razones prácticas por las que los escaladores usualmente prefieren conducir. No estábamos acostumbradas a tener que escuchar los anuncios de abordaje, por lo que casi perdimos el único tren programado para ese día y tuvimos que correr con todo nuestro equipaje para tomarlo tras casi la última llamada. El supervisor nos regañó por no prestar más atención, como si fuésemos niñas desobedientes. Al ser tres personas de color, no nos sorprendíamos cuando nos percibían o trataban como si fuésemos más jóvenes de lo que éramos, sobre todo cuando lo hacían personas blancas.

Por eso nos encantan los autos, ¿no? El tráfico, el costo de la gasolina y las emisiones generadas por nuestros vehículos (además del desgaste psicológico que provoca la ansiedad climática) a menudo no son suficientes para contrarrestar las comodidades: tener tus propios horarios, meter todo el equipo desordenado en el maletero, evitar los buses retrasados o los supervisores malhumorados y disponer de un clóset móvil e incluso de un dormitorio en el cual te puedes encerrar. Muchas de nuestras actividades recreativas al aire libre implican complicadas piruetas mentales, como las contradicciones entre la consciencia climática, el deseo de comodidad y la necesidad de protección ante micro y macro agresiones racistas, sexistas u homofóbicas.

narinda disfruta del espacio, el tiempo y la tranquilidad que se pueden conseguir en un vagón de tren.

Después de ese momento frenético nos acomodamos en el tren y observamos pasar Emeryville, Richmond y el borde costero antes de que las vías nos condujesen al este, hacia el Valle Central, caliente y lleno de smog por todos los camiones que van y vienen cargados de alimentos y fertilizantes; toneladas de materiales gracias a los cuales funciona nuestra economía. Pasaron tres agradables horas en las que nos visitamos el vagón cafetería, escuchamos música, conversamos, escribimos en nuestros cuadernos y observamos el paisaje; nadie se preocupaba por conducir de forma segura a través del tráfico.

Endria y narinda dan su primer vistazo a las paredes del valle de Yosemite desde el YARTS.

Tras bajar del tren en la estación de Merced, abordamos el YARTS, un autobús público, para completar el tramo final del viaje. Recorrimos la autopista 140 a través de ondulantes estribaciones doradas y luego a lo largo del río Merced. La carretera serpenteaba por curvas cada vez más cerradas, con desniveles que se hacían más pronunciados, hasta que por fin llegamos al valle de Yosemite. El viaje de dos horas y media me dio tiempo para compartir con los turistas y residentes de la zona que iban en el autobús. Algunas personas también viajaban con maletas y abarrotadas mochilas, tal que nosotras. Otras cargaron sus bicicletas dentro del espacioso maletero y solo llevaban una lonchera. Dos hombres de mediana edad abordaron en una de las paradas de hotel, más tarde vi a uno de ellos apoyar su cabeza en el hombro del otro; fue una muestra de intimidad que me pareció dulce de ver, de tener tiempo para notarla.

El guardaparques del Camp 4 parecía sorprendido al ver que nuestro grupo no necesitaba permiso de estacionamiento.

Finalmente llegamos al Camp 4 unas seis horas después de dejar Oakland. Bajo el sol del atardecer, mientras nos instalábamos en el que sería nuestro hogar durante los próximos, traté de imaginar cómo habría sido llegar a ese sitio en los años 70, sola y en busca de compañeros de escalada, tal como idealizaban las historias de este deporte en las redes sociales. Pero durante la “Época dorada” de la escalada en Yosemite el ejército de los Estados Unidos cargaba contra el sudeste asiático a punta de minas antipersonales. Mi yo actual, queer y jemer-americana, difícilmente hubiese podido existir por aquel entonces, mucho menos haber encontrado su camino hacia Yosemite o escalado en lo absoluto. Alejé esa fantasía de mi cabeza y me recordé a mí misma: “Estoy aquí ahora y puedo experimentar este lugar a mi manera”.

Yosemite Falls en todo su esplendor.

Como solo podíamos ir tan lejos como el tiempo y el esfuerzo de ir a pie lo permitieran, el valle se sintió grande y pequeño al mismo tiempo. Nos limitamos a escalar rutas de un solo largo y también a algunas de las clásicas; cuando queríamos caminar menos, Swan Slab estaba a solo cinco minutos desde nuestras carpas. No pretendíamos ponernos a prueba ni realizar proezas para demostrar pericia o fuerza, sino descubrir si podíamos sentir una intimidad más profunda y una conexión más cercana con ese lugar.

Endria en su primera vez punteando en tradicional en Swan Lab, a menos de cinco minutos del campamento.

A medida que explorábamos ciertos senderos un poco más, nos sorprendíamos de cuánto había aún por conocer, desde paredes de roca hasta arroyos. Me sentí más presente sin la sencilla escapatoria que representaba un auto, también más impresionada y agradecida. Durante una de nuestras largas caminatas por el Valley Loop Trail observamos una pequeña sandalia Croc, roja y brillante, que iba a la deriva por la orilla del lento río Merced. Encontré un palo y la tomé del agua. No hubiese podido verla desde un auto, además hubiese sido más complicado detenerme para sacarla. Pensé en todos los lugares a los que simplemente he conducido o que solo he atravesado mientras voy en auto, esos sitios a los que les he prestado poca atención mientras me dirijo a otro destino. Amar aquello que experimento en un lugar, ¿será lo mismo que amar ese lugar?

Las cajas para comida en el valle son a prueba de osos, pero aun así pueden ser víctima de travesuras.

Nos maravilló el carácter urbano del valle de Yosemite mientras caminábamos hacia el noreste para un día de escalada en Church Bowl. ¿Cómo habría sido este lugar sitio antes de que construyeran todos estos edificios? Cuando no existía el hotel Ahwahnee y cuando los pueblos Ahwaneechee, Miwok, Mono y Paiute, entre otros cuyos nombres han sido borrados, hacían de ese valle su hogar. Sus descendientes aún luchan por respeto a su forma de vida y por la administración de estas tierras. Me pregunté de qué otra manera se podría haber desarrollado Yosemite si hubiera habido cooperación en vez del genocidio, y reflexioné acerca de las posibilidades que nos esperan a medida que más personas tomamos consciencia de que se debe reparar el daño ocasionado.

narinda puntea el lado izquierdo de La Cosita en mangas de camisa, no tan diferente a la clásica camiseta de rugby de Yvon Chouinard.

La autora aprovecha la Nano-Air® Jacket de Endria como protección de equipo en Church Bowl.

En nuestro último día empacamos, nos despedimos del Camp 4 e iniciamos el viaje de vuelta. El ambiente en el autobús era tranquilo a esa hora de la mañana, pero el tren sí que estaba colapsado, lo que nos sorprendió. Sin embargo, tenía sentido que fuera así: era viernes y lo tomamos cerca del final de la ruta, no al principio de ella. Nos sentamos en donde pudimos. El hombre que estaba a mi lado, que usaba una camisa a cuadros dentro de unos jeans, dijo que había viajado desde Bakersfield y que seguiría hasta Sacramento. Volvió a sumergirse en su novela del lejano Oeste antes de que pudiese preguntarle por qué hacía un viaje tan largo a través del valle de San Joaquín. ¿Trabajo agrícola? ¿Yacimientos petroleros? ¿Solo de visita?

Del AC Transit de Oakland, al tren Amtrak y al autobús YARTS, ida y vuelta, invertí cinco horas más de viaje de lo que hubiese tardado en auto hasta el valle de Yosemite. Eso suponiendo que no encontrase tráfico ni una fila larguísima en la entrada. Nuestros tres boletos ida y vuelta costaron alrededor de 210 dólares en total. Si usamos el estándar del Servicio de Impuestos Internos estadounidense, el viaje de 502 kilómetros en auto hubiese costado aproximadamente 204 dólares. Según la Agencia de Protección Ambiental (EPA), un auto convencional emite alrededor de 143 gramos de emisiones de CO2 por kilómetro, eso quiere decir que nos ahorramos más de 70 kilos de emisiones de dióxido de carbono; un pequeño comienzo. Hay cosas que vale la pena ahorrar más que el dinero.

El trayecto realizado con Endria y M. me ayudó a abandonar un poco esa idealización que existe de los viajes conduciendo por carretera. Ahora siento una mayor cercanía hacia el valle de Yosemite y hacia los lugares intermedios. Me encanta escalar por esas sensaciones táctiles de conexión entre mis manos y la roca, entre mis compañeros de escalada y yo. También amo viajar en transporte público por razones similares: compartir espacio y tiempo con otras personas, ver y ser vista. Deseo más viajes de escalada a un ritmo más lento, ya sea caminando, pedaleando una bici, en transporte público e incluso gracias a la cooperación colectiva.

Los escaladores suelen jugar a elegir el camino más difícil. Mientras escribo esto sé que mi polvoriento Subaru seguirá estando presente al comienzo de senderos y abarrotados estacionamientos en California, Nevada y Utah durante los próximos años, pero también es posible que me veas arrastrando lentamente una gran maleta repleta de equipo de escalada desde una estación de autobuses.

Perfil del Autor

narinda heng

narinda is a queer, Khmer American artist and outdoor educator currently based on Chochenyo Ohlone land.