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Daniel Seeliger & Rodrigo Condeza
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/ Climbing
Una mirada al interior de los esfuerzos por proteger el Valle Cochamó del desarrollo invasivo y el turismo masivo en Chile.
No es difícil darse cuenta por qué el Valle Cochamó, en Chile, a menudo es comparado con Yosemite. Pero la comunidad local tiene una visión distinta sobre cómo proteger de mejor forma este lugar especial, su flora y su fauna, incluido el cóndor andino. Foto: Drew Smith
En el noveno largo del cerro Trinidad, una pared de granito de un poco más
de 900 metros, me enfoco en encontrar un buen empotre para mi mano y piso
firme a pesar del dolor sobre una pequeña saliente de roca. Paso mi cuerda
por un seguro bien puesto, libero la otra mano y doy vuelta la mirada,
dejando mi pequeña burbuja de concentración absoluta para observar un
majestuoso cóndor que planea silencioso, dibujando un círculo sobre
nosotros con sus tres metros de envergadura.
Abajo puedo ver el río principal y el área conocida como La Junta, el
epicentro de la recreación al aire libre en Cochamó, un valle al sur de
Chile que se extiende desde las ensenadas del Pacífico occidental hacia el
este, casi tocando la frontera con Argentina. Interminables mantos de
bosque lluvioso se despliegan ante mí en dirección al río que serpentea
entre verdes praderas. Gracias a dos décadas de resistencia local contra
caminos madereros, plantas hidroeléctricas, inversiones en turismo de lujo
y desarrollo inmobiliario, este lugar se ha mantenido relativamente igual
desde comienzos de 1900.
Miguel Boehm disfrutando el fisureo en la increíble Positive Affect
(5.12b), una vía de 900 metros y 19 largos en la pared del Arcoíris.
Foto: Catalina Claro
En los 90, las guías de Lonely Planet llamaron a Cochamó “El Yosemite de
Sudamérica” por primera vez. El parecido es difícil de ignorar: grandes
paredes, un río como el Merced, verdes praderas y numerosas cascadas: un
entorno natural magnífico. Sin embargo, Cochamó es más como Yosemite en
1890, antes del impulso por construir carreteras, hoteles y centros
comerciales para turistas. Si bien la comparación se ha repetido durante
las últimas décadas en la continua batalla por proteger este lugar,
quienes amamos Cochamó realmente luchamos por evitar que se convierta en
el Yosemite de Sudamérica.
“Describir al valle como ‘similar a Yosemite’ es correcto”, dice mi amigo
Rodrigo Condeza, quien ha vivido y luchado por proteger el área de Cochamó
desde 2007. “Pero eso llega hasta ahí. Sus diferencias superan a las
similitudes: densos bosques lluviosos, sin ruido de tráfico, la cultura
del arriero chileno, el barroso sendero que es un verdadero ‘peaje’ para
entrar, y su epicentro, La Junta, libre de estacionamientos”. El desafío,
como siempre, es cómo conservar lo que también quieres compartir.
Estoy escalando en Puchegüín, un sector de propiedad privada en la mitad
sur del Valle Cochamó que en 2022 fue puesto a la venta a través de una
subasta en Christie’s. Este lugar alberga la mayor parte de las paredes
para escalar y senderos para trekking en el valle, los que se adentran
sinuosamente entre estas montañas en un área que cubre 133.000 hectáreas.
¿Cómo es posible que estas cumbres de granito cubiertas por glaciares,
estos bosques y estos ríos puedan estar disponibles al mejor postor? Pero
¿y si el mejor postor fuéramos nosotros?
Vianney Lhoumeau y JB Bettis observan su trabajo tras pasar el día
limpiando fisuras en su nueva ruta, Regalito de la mañana, en el
Anfiteatro. Foto: Nelson Klein
Conocí el Trinidad por una foto en 1999. Yo era un joven escalador
viviendo en el sur de Chile y esta poco conocida pared de granito me
motivó a ir en busca de un lugar sin señaléticas y que no fuera un parque
nacional. Seis meses después, tras cinco horas de caminata con una mochila
de 30 kilos, llegué a la pradera de La Junta donde quedé impactado por las
paredes de roca a mi alrededor.
Al día siguiente caminé dos horas por el empinado sendero de La Junta a la
base del Trinidad, donde conocí a un brasileño espigado y risueño llamado
José ‘Chiquinho’ Hartmann. En 1997, el escalador británico Crispin Waddy
había batallado por días en la espesura abriendo el primer sendero de
acceso y las primeras rutas de big wall. Ahora, Chiquinho y compañía
construían extensiones para esos senderos e instalaban un baño mientras
trabajaban en liberar las primeras rutas del valle y dibujaban elaborados
topos.
Durante la semana siguiente, compartiendo campamento con Chiquinho,
entendí todo mejor. Encontré más satisfacción ayudándolo a construir
senderos para otros que repitiendo rutas duras para mí. Ser realmente
parte de un lugar no se trataba de verlo, escalarlo y publicar fotos en
redes sociales. Trabajar por mejorarlo para la próxima generación me dejó
una gran satisfacción.
En la terraza de una casa de campo de hace 80 años, los
administradores del Camping La Junta visitan a sus colegas y vecinos
del Camping Vista Hermosa. De izquierda a derecha: el coautor del
artículo Daniel Seeliger, Eric Blake, Paulina Bascopé y Silvina
Verdún. Foto: Zenón Seeliger
Estaba demasiado acostumbrado a que los escaladores se jactaran de sus
primeros ascensos. Hoy en día, los escaladores consideran las rutas de
Chiquinho, la mayoría sin publicar, como los clásicos del sector. Un día
de lluvia, lo observé dibujar los detalles de su ruta en un papel que
luego dobló cuidadosamente y dejó en un frasco de vidrio para que la
próxima persona pudiera usarlo.
Junto a mi esposa Silvina, entonces embarazada, compramos un terreno y nos
mudamos al valle en 2004. Nos habíamos conocido cinco años antes escalando
en Mendoza, Argentina, y juntos abrimos el primer camping de Cochamó, el
Camping La Junta, en un terreno de dos hectáreas a la orilla del río.
Al principio estábamos desesperados por recibir visitantes. Cobrábamos US
$2,75 por noche y durante la primera temporada tuvimos menos de 30
personas. Entre nuestros interminables proyectos yo siempre buscaba una
oportunidad para escalar. “¿Eres escalador? ¿Quieres escalar?” le
preguntaba a quien llegara.
Aquí trabajamos y aprendimos. Ayudamos a herrar caballos pilcheros y
guiarlos con sus 80 kilos de carga por los 13 kilómetros a nuestro camping
en La Junta, el epicentro de la escalada y el trekking. Con el tiempo
aprendimos que las hojas del canelo, un árbol nativo, pueden aliviar el
dolor de estómago y crear un producto de limpieza antibacteriano; que una
chaqueta de GORE-TEX no se compara con los ponchos de lana hechos a mano
por nuestros vecinos; y que picar leña requiere la eficiencia de un golpe
corto y preciso en lugar del estereotípico hachazo de un macho musculoso.
Nuestro hijo, Zen, nació en 2005 y pasamos todas las temporadas excepto
los inviernos en el valle hasta que llegó a la adolescencia.
No hay carreteras en el Valle Cochamó, solo senderos. Para llegar a La
Junta puedes ir a pie o cabalgando, y siempre podrás confiarle tu
equipo a los pilcheros de los arrieros locales. Foto: Drew Smith
Y a pesar de que los ojos de los escaladores se iluminan al pensar en otro
Yosemite, la realidad de vivir aquí fue muy diferente a la de estar en un
parque nacional. Junto a otro escalador ayudamos a Pelluco Sandoval, un
arriero que vivía en Cochamó con su familia, a separar a un ternero de su
madre que deambulaba por el camping. Al día siguiente, mientras tomábamos
un café con leche directo de la ubre, el escalador me dijo en inglés,
“Amigo, esto no es el Camp 4, ¡es el Camp Farm!”
Zen creció. Escalaba árboles, nadaba en el río, se subía al regazo de los
huéspedes sin vacilar para que le leyeran un libro. Corría descalzo por la
pampa junto a Chupete, el caballito de madera que bautizó en honor al
caballo de un arriero local. También saludaba a los exhaustos mochileros
con la cara morada de tanto comer el fruto del maqui: “Hola, hello”, les
gritaba tratando de adivinar en qué idioma hablaban.
Cuatro años después de iniciar este proyecto conocimos a nuestro vecino
Rodrigo Condeza, un chileno de treinta y tantos, dueño de una barba bien
cuidada, una conversación precisa y un agudo ja ja ja que me hacía reír
aunque no supiera por qué.
Todos éramos relativamente nuevos en el valle, aislados en este paraíso de
los más sombríos problemas del mundo. O al menos eso pensábamos. En 2008
un mega proyecto hidroeléctrico—con siete represas, gigantescas tuberías,
centrales generadoras y líneas de transmisión—levantó una amenaza sobre el
lugar y nos empujó a una batalla por detenerlo. Así fue como junto a
Rodrigo, nuestras esposas y la familia Sandoval entramos en una nueva
etapa de nuestras vidas. Nos convertimos en defensores de estas tierras, y
esta primera pelea fue el comienzo de un movimiento por la conservación
mucho más grande que continúa hasta el día de hoy.
Al extenderse por la frontera entre Chile y Argentina, rodeado de
áreas protegidas y colindando con dos parques nacionales, la compra de
Puchegüín crearía un corredor continuo de casi 1.620.000 hectáreas
para hábitats de fauna silvestre. Ilustración por Jeremy Collins
“No sabíamos muy bien cómo hacer nada de esto”, recuerda Rodrigo, “pero
sabíamos que teníamos que intentarlo”. Y mientras más aprendíamos, más nos
dábamos cuenta de la importancia de proteger este lugar que nos había dado
tanto.
En los meses que siguieron intentamos familiarizar a tanta gente como
pudimos con el poco conocido Valle Cochamó. La batalla se libró en 50
reuniones con políticos y partidos, directores de turismo, asociaciones de
vecinos y agrupaciones comunitarias. Cada presentación la terminamos con
una lámina que mostraba un Cochamó sin agua y una bifurcación en el
sendero con una señal que decía “¿Qué camino tomamos? ¿El turismo o la
hidroelectricidad? ¿Yosemite o Hetch Hetchy?” Preparándonos para lo peor,
con Rodrigo compramos seis concesiones mineras por US $1.200 cada una, en
un esfuerzo desesperado por bloquear lugares donde pudiera instalarse una
represa.
Afortunadamente, la campaña para convencer al país tuvo éxito. En 2009 la
presidenta de Chile decretó la cuenca del río como la primera reserva de
agua del país, protegiéndolo de las centrales hidroeléctricas y deteniendo
los proyectos existentes. Esto despertó un movimiento local dedicado a la
protección contra amenazas similares, mientras con Rodrigo bromeábamos
sobre dejar ir nuestras potenciales riquezas en la minería del cobre.
“Cuando supe que el decreto era real”, dice Rodrigo, “lloré”.
Robbie Phillips e Ian Cooper a casi trescientos metros del suelo en La
terraza de Drew (descubierta y habilitada por el fotógrafo) en La
Junta. Foto: Drew Smith
Sin embargo, no tardamos en darnos cuenta de que nuestro nuevo rol como
defensores del territorio no terminaría nunca. En 2016, el auge del
turismo en el valle trajo basura, heces que quedaban a la vista, fogatas y
campamentos ilegales, drogas y un aumento de accidentes serios. Tatiana
Sandoval, la hija de Pelluco, lideró la formación de la Organización Valle
Cochamó (OVC) y la apertura de un centro de visitantes en un viejo
contenedor para organizar y educar a los turistas. Mientras tanto,
nosotros seguimos luchando contra el desarrollo invasivo. Recientemente,
el movimiento tuvo una importante victoria sobre un proyecto que
consideraba una subdivisión en 79 sitios y consiguió la declaración de
11.000 hectáreas en el sector norte del valle como santuario de la
naturaleza.
Tal vez no debería habernos sorprendido que la más reciente amenaza sobre
el valle fuera en verdad una antigua. Roberto Hagemann, un acaudalado
inversionista, había estado adquiriendo numerosos predios y derechos de
agua en el área desde 2007 sin ocultar su posición a favor del desarrollo.
En el lapso de 15 años, Hagemann propuso el proyecto hidroeléctrico
Mediterráneo y varios proyectos hiperturísticos. Junto a la comunidad,
Rodrigo, Tatiana y las organizaciones locales Puelo Patagonia y OVC lo
enfrentaron para detener esos proyectos en cada oportunidad.
En junio de 2022, Hagemann adquirió el terreno de Puchegüín y otras 50
hectáreas justo al lado de nuestro camping. No nos sorprendió que
propusiera, una vez más, la construcción de caminos, hoteles y góndolas
para clientes adinerados. Pero pareciera ser que nuestros años de
persistente oposición dieron frutos, porque terminó poniendo Puchegüín a
la venta por 150 millones de dólares en Christie’s, junto a lujosas
propiedades y mansiones con vista al mar alrededor del mundo.
La base del Trinidad, una pared de granito con algo más de 900 metros,
justo antes de que el sol del atardecer se imponga sobre el gris de
las nubes. Foto: Zenón Seeliger
Fue entonces cuando José Claro, presidente de Puelo Patagonia, tuvo una
idea. ¿Era necesario que Hagemann fuera la némesis de Cochamó? A fin de
cuentas José y Rodrigo ganaron la batalla tras un brutal enfrentamiento en
la Corte Suprema contra su proyecto hidroeléctrico en 2017; y sus
distintos planes de desarrollo de alto impacto tampoco encontraron
aprobación local. Tal vez esta movida para vender Puchegüín de forma
rápida indicaba que Hagemann estaba contra las cuerdas. José lo contactó e
iniciaron una conversación.
“Lograr un acuerdo con alguien que ha sido tu adversario por tanto tiempo
fue un gran desafío”, dice José. “Pero, en lo más profundo, ambos sabíamos
que nos necesitábamos mutuamente”.
Eventualmente, ambas partes hicieron a un lado sus diferencias y
negociaron, lo que creó la enorme oportunidad que hoy tiene la comunidad
de comprar Puchegüín por US $63 millones.
Es una cantidad difícil de dimensionar y aún más de recaudar. El precio es
demasiado alto para las ONG locales de Cochamó. Afortunadamente, durante
los dos últimos años, importantes actores del mundo de la conservación
como Fundación Freyja, Patagonia, Fundación Wyss y The Nature Conservancy
se unieron a los esfuerzos de recaudación y, junto a las contribuciones de
personas que creen en el proyecto, donaron cerca de la mitad de lo que se
necesitaba. De esta alianza nació una nueva coalición llamada Conserva
Puchegüín, que combina un profundo conocimiento local con experiencia
internacional. Actualmente, Rodrigo continúa su lucha—aunque con más canas
en su menos abundante cabellera—recorriendo el mundo, reuniéndose con
potenciales donantes y ampliando este esfuerzo a nivel nacional y mundial.
Silvina y su hijo, Zenón Seeliger, se refrescan en una de las
numerosas cascadas cerca de la pared del Capicúa. Foto: Daniel
Seeliger
¿Acaso somos, Silvina y yo, hipócritas? Ha habido oportunidades a lo largo
de estas batallas en las que he admitido tener dudas al respecto. Después
de todo, compramos un terreno aquí y luego hicimos campaña para negarle la
misma oportunidad a un desarrollador inmobiliario. Construimos un camping
y un refugio, pero luchamos contra inversionistas que esperaban instalar
un hotel como el Ahwahnee o un centro comercial parecido a Curry Village.
¿Somos diferentes a todos ellos?
Pero entonces Silvina me recuerda: Nosotros criamos a Zen en el valle.
Ofrecemos un espacio asequible para campistas e instrucciones para usar
nuestros baños secos. Los Sandoval llevan personas a caballo a través del
valle. Rodrigo guía turistas por los senderos del Trinidad. El escalador
local José Dattoli da clases de montañismo en el Anfiteatro. Cristián
“Mono” Gallardo lidera voluntarios en la construcción de baños para
escaladores y senderistas en la zona alta del valle. Estudiantes de
turismo reciben a los mochileros en el centro de visitantes. Los arrieros
locales ayudan a construir puentes y ponen tablones en las secciones
difíciles del sendero. Veinticinco años después de haber comenzado a abrir
rutas, Chiquinho vuelve casi anualmente para ayudar con la mantención de
senderos, mejorar sus propias rutas y llevarse basura. Hemos invitado a
las personas a conocer este lugar, pero a una escala que el valle y la
comunidad pueden soportar.
Si se lo permites, Cochamó crea una profunda conexión con tu interior.
Aquí nos ensuciamos las manos, embarramos nuestras botas y dejamos sudor
en la tierra. Se siembra una semilla. Las amenazas que hemos enfrentado
vienen principalmente de una visión externa que trata de entrar. La visión
de nuestra comunidad brota desde el interior y busca llegar más allá.
“Si tuviera hijos”, dice Zen, hoy con 19 años, “me gustaría criarlos aquí,
entre estos árboles enormes y pequeños animalitos … en la naturaleza de
Cochamó. Aquí hay algo poderoso que es más grande que nosotros”.
Los escaladores solo encuentran unas pocas secciones de nieve al
final de una pared de granito en Cochamó, como sucede cerca de la
cumbre de El Monstruo. Michael Versteeg puntea una de ellas en el
largo 28 de La presencia de mi padre. Photo: Larz Krause
Robbie Phillips justo después de desbloquear el largo del crux, un
5.14d, en su proyecto de 700 metros aún inconcluso en la pared de La
Junta. Photo: Drew Smith
Miguel Boehm en una ruta de big wall impecable: Entre cristales y
cóndores (5.13b). Photo: Catalina Claro
Ayuda a proteger Cochamó
Súmate al esfuerzo por conservar Puchegüín y Cochamó. En solo un par de
minutos puedes aportar a la creación de uno de los mayores corredores de
fauna silvestre en Latinoamérica y a la construcción de un futuro próspero
para las comunidades, las criaturas y los ecosistemas de la región. Visita
conservapucheguin.org para informarte sobre cómo puedes colaborar y donar.
Daniel Seeliger, junto a su esposa Silvina y un grupo de viejos amigos,
dirige el Camping La Junta y sigue colaborando con organizaciones locales
en la protección del Valle Cochamó.
Rodrigo Condeza
Rodrigo Condeza es fundador de Puelo Patagonia, activista en la campaña
Conserva Puchegüín y un apasionado defensor de Cochamó.
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