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“Al interior de los esfuerzos por proteger el Valle Cochamó, en Chile, del desarrollo invasivo y el turismo masivo”.
En el noveno largo del cerro Trinidad, una pared de granito de un poco más de 900 metros, me enfoco en encontrar un buen empotre para mi mano y piso firme a pesar del dolor sobre una pequeña saliente de roca. Paso mi cuerda por un seguro bien puesto, libero la otra mano y doy vuelta la mirada, dejando mi pequeña burbuja de concentración absoluta para observar un majestuoso cóndor que planea silencioso, dibujando un círculo sobre nosotros con sus tres metros de envergadura.
Abajo puedo ver el río principal y el área conocida como La Junta, el epicentro de la recreación al aire libre en Cochamó, un valle al sur de Chile que se extiende desde las ensenadas del Pacífico occidental hacia el este, casi tocando la frontera con Argentina. Interminables mantos de bosque lluvioso se despliegan ante mí en dirección al río que serpentea entre verdes praderas. Gracias a dos décadas de resistencia local contra caminos madereros, plantas hidroeléctricas, inversiones en turismo de lujo y desarrollo inmobiliario, este lugar se ha mantenido relativamente igual desde comienzos de 1900.
Miguel Boehm disfrutando el fisureo en la increíble Positive Affect (5.12b), una vía de 900 metros y 19 largos en la pared del Arcoíris. Foto: Catalina Claro
En los 90, las guías de Lonely Planet llamaron a Cochamó “El Yosemite de Sudamérica” por primera vez. El parecido es difícil de ignorar: grandes paredes, un río como el Merced, verdes praderas y numerosas cascadas: un entorno natural magnífico. Sin embargo, Cochamó es más como Yosemite en 1890, antes del impulso por construir carreteras, hoteles y centros comerciales para turistas. Si bien la comparación se ha repetido durante las últimas décadas en la continua batalla por proteger este lugar, quienes amamos Cochamó realmente luchamos por evitar que se convierta en el Yosemite de Sudamérica.
“Describir al valle como ‘similar a Yosemite’ es correcto”, dice mi amigo Rodrigo Condeza, quien ha vivido y luchado por proteger el área de Cochamó desde 2007. “Pero eso llega hasta ahí. Sus diferencias superan a las similitudes: densos bosques lluviosos, sin ruido de tráfico, la cultura del arriero chileno, el barroso sendero que es un verdadero ‘peaje’ para entrar, y su epicentro, La Junta, libre de estacionamientos”. El desafío, como siempre, es cómo conservar lo que también quieres compartir.
Estoy escalando en Puchegüín, un sector de propiedad privada en la mitad sur del Valle Cochamó que en 2022 fue puesto a la venta a través de una subasta en Christie’s. Este lugar alberga la mayor parte de las paredes para escalar y senderos para trekking en el valle, los que se adentran sinuosamente entre estas montañas en un área que cubre 133.000 hectáreas. ¿Cómo es posible que estas cumbres de granito cubiertas por glaciares, estos bosques y estos ríos puedan estar disponibles al mejor postor? Pero ¿y si el mejor postor fuéramos nosotros?
Vianney Lhoumeau y JB Bettis observan su trabajo tras pasar el día limpiando fisuras en su nueva ruta, Regalito de la mañana, en el Anfiteatro. Foto: Nelson Klein
Conocí el Trinidad por una foto en 1999. Yo era un joven escalador viviendo en el sur de Chile y esta poco conocida pared de granito me motivó a ir en busca de un lugar sin señaléticas y que no fuera un parque nacional. Seis meses después, tras cinco horas de caminata con una mochila de 30 kilos, llegué a la pradera de La Junta donde quedé impactado por las paredes de roca a mi alrededor.
Al día siguiente caminé dos horas por el empinado sendero de La Junta a la base del Trinidad, donde conocí a un brasileño espigado y risueño llamado José ‘Chiquinho’ Hartmann. En 1997, el escalador británico Crispin Waddy había batallado por días en la espesura abriendo el primer sendero de acceso y las primeras rutas de big wall. Ahora, Chiquinho y compañía construían extensiones para esos senderos e instalaban un baño mientras trabajaban en liberar las primeras rutas del valle y dibujaban elaborados topos.
Durante la semana siguiente, compartiendo campamento con Chiquinho, entendí todo mejor. Encontré más satisfacción ayudándolo a construir senderos para otros que repitiendo rutas duras para mí. Ser realmente parte de un lugar no se trataba de verlo, escalarlo y publicar fotos en redes sociales. Trabajar por mejorarlo para la próxima generación me dejó una gran satisfacción.
En la terraza de una casa de campo de hace 80 años, los administradores del Camping La Junta visitan a sus colegas y vecinos del Camping Vista Hermosa. De izquierda a derecha: el coautor del artículo Daniel Seeliger, Eric Blake, Paulina Bascopé y Silvina Verdún. Foto: Zenón Seeliger
Estaba demasiado acostumbrado a que los escaladores se jactaran de sus primeros ascensos. Hoy en día, los escaladores consideran las rutas de Chiquinho, la mayoría sin publicar, como los clásicos del sector. Un día de lluvia, lo observé dibujar los detalles de su ruta en un papel que luego dobló cuidadosamente y dejó en un frasco de vidrio para que la próxima persona pudiera usarlo.
Junto a mi esposa Silvina, entonces embarazada, compramos un terreno y nos mudamos al valle en 2004. Nos habíamos conocido cinco años antes escalando en Mendoza, Argentina, y juntos abrimos el primer camping de Cochamó, el Camping La Junta, en un terreno de dos hectáreas a la orilla del río.
Al principio estábamos desesperados por recibir visitantes. Cobrábamos US $2,75 por noche y durante la primera temporada tuvimos menos de 30 personas. Entre nuestros interminables proyectos yo siempre buscaba una oportunidad para escalar. “¿Eres escalador? ¿Quieres escalar?” le preguntaba a quien llegara.
Aquí trabajamos y aprendimos. Ayudamos a herrar caballos pilcheros y guiarlos con sus 80 kilos de carga por los 13 kilómetros a nuestro camping en La Junta, el epicentro de la escalada y el trekking. Con el tiempo aprendimos que las hojas del canelo, un árbol nativo, pueden aliviar el dolor de estómago y crear un producto de limpieza antibacteriano; que una chaqueta de GORE-TEX no se compara con los ponchos de lana hechos a mano por nuestros vecinos; y que picar leña requiere la eficiencia de un golpe corto y preciso en lugar del estereotípico hachazo de un macho musculoso. Nuestro hijo, Zen, nació en 2005 y pasamos todas las temporadas excepto los inviernos en el valle hasta que llegó a la adolescencia.
No hay carreteras en el Valle Cochamó, solo senderos. Para llegar a La Junta puedes ir a pie o cabalgando, y siempre podrás confiarle tu equipo a los pilcheros de los arrieros locales. Foto: Drew Smith
Y a pesar de que los ojos de los escaladores se iluminan al pensar en otro Yosemite, la realidad de vivir aquí fue muy diferente a la de estar en un parque nacional. Junto a otro escalador ayudamos a Pelluco Sandoval, un arriero que vivía en Cochamó con su familia, a separar a un ternero de su madre que deambulaba por el camping. Al día siguiente, mientras tomábamos un café con leche directo de la ubre, el escalador me dijo en inglés, “Amigo, esto no es el Camp 4, ¡es el Camp Farm!”
Zen creció. Escalaba árboles, nadaba en el río, se subía al regazo de los huéspedes sin vacilar para que le leyeran un libro. Corría descalzo por la pampa junto a Chupete, el caballito de madera que bautizó en honor al caballo de un arriero local. También saludaba a los exhaustos mochileros con la cara morada de tanto comer el fruto del maqui: “Hola, hello”, les gritaba tratando de adivinar en qué idioma hablaban.
Cuatro años después de iniciar este proyecto conocimos a nuestro vecino Rodrigo Condeza, un chileno de treinta y tantos, dueño de una barba bien cuidada, una conversación precisa y un agudo ja ja ja que me hacía reír aunque no supiera por qué.
Todos éramos relativamente nuevos en el valle, aislados en este paraíso de los más sombríos problemas del mundo. O al menos eso pensábamos. En 2008 un mega proyecto hidroeléctrico—con siete represas, gigantescas tuberías, centrales generadoras y líneas de transmisión—levantó una amenaza sobre el lugar y nos empujó a una batalla por detenerlo. Así fue como junto a Rodrigo, nuestras esposas y la familia Sandoval entramos en una nueva etapa de nuestras vidas. Nos convertimos en defensores de estas tierras, y esta primera pelea fue el comienzo de un movimiento por la conservación mucho más grande que continúa hasta el día de hoy.
Al extenderse por la frontera entre Chile y Argentina, rodeado de áreas protegidas y colindando con dos parques nacionales, la compra de Puchegüín crearía un corredor continuo de casi 1.620.000 hectáreas para hábitats de fauna silvestre. Ilustración por Jeremy Collins
“No sabíamos muy bien cómo hacer nada de esto”, recuerda Rodrigo, “pero sabíamos que teníamos que intentarlo”. Y mientras más aprendíamos, más nos dábamos cuenta de la importancia de proteger este lugar que nos había dado tanto.
En los meses que siguieron intentamos familiarizar a tanta gente como pudimos con el poco conocido Valle Cochamó. La batalla se libró en 50 reuniones con políticos y partidos, directores de turismo, asociaciones de vecinos y agrupaciones comunitarias. Cada presentación la terminamos con una lámina que mostraba un Cochamó sin agua y una bifurcación en el sendero con una señal que decía “¿Qué camino tomamos? ¿El turismo o la hidroelectricidad? ¿Yosemite o Hetch Hetchy?” Preparándonos para lo peor, con Rodrigo compramos seis concesiones mineras por US $1.200 cada una, en un esfuerzo desesperado por bloquear lugares donde pudiera instalarse una represa.
Afortunadamente, la campaña para convencer al país tuvo éxito. En 2009 la presidenta de Chile decretó la cuenca del río como la primera reserva de agua del país, protegiéndolo de las centrales hidroeléctricas y deteniendo los proyectos existentes. Esto despertó un movimiento local dedicado a la protección contra amenazas similares, mientras con Rodrigo bromeábamos sobre dejar ir nuestras potenciales riquezas en la minería del cobre.
“Cuando supe que el decreto era real”, dice Rodrigo, “lloré”.
Robbie Phillips e Ian Cooper a casi trescientos metros del suelo en La terraza de Drew (descubierta y habilitada por el fotógrafo) en La Junta. Foto: Drew Smith
Sin embargo, no tardamos en darnos cuenta de que nuestro nuevo rol como defensores del territorio no terminaría nunca. En 2016, el auge del turismo en el valle trajo basura, heces que quedaban a la vista, fogatas y campamentos ilegales, drogas y un aumento de accidentes serios. Tatiana Sandoval, la hija de Pelluco, lideró la formación de la Organización Valle Cochamó (OVC) y la apertura de un centro de visitantes en un viejo contenedor para organizar y educar a los turistas. Mientras tanto, nosotros seguimos luchando contra el desarrollo invasivo. Recientemente, el movimiento tuvo una importante victoria sobre un proyecto que consideraba una subdivisión en 79 sitios y consiguió la declaración de 11.000 hectáreas en el sector norte del valle como santuario de la naturaleza.
Tal vez no debería habernos sorprendido que la más reciente amenaza sobre el valle fuera en verdad una antigua. Roberto Hagemann, un acaudalado inversionista, había estado adquiriendo numerosos predios y derechos de agua en el área desde 2007 sin ocultar su posición a favor del desarrollo. En el lapso de 15 años, Hagemann propuso el proyecto hidroeléctrico Mediterráneo y varios proyectos hiperturísticos. Junto a la comunidad, Rodrigo, Tatiana y las organizaciones locales Puelo Patagonia y OVC lo enfrentaron para detener esos proyectos en cada oportunidad.
En junio de 2022, Hagemann adquirió el terreno de Puchegüín y otras 50 hectáreas justo al lado de nuestro camping. No nos sorprendió que propusiera, una vez más, la construcción de caminos, hoteles y góndolas para clientes adinerados. Pero pareciera ser que nuestros años de persistente oposición dieron frutos, porque terminó poniendo Puchegüín a la venta por 150 millones de dólares en Christie’s, junto a lujosas propiedades y mansiones con vista al mar alrededor del mundo.
La base del Trinidad, una pared de granito con algo más de 900 metros, justo antes de que el sol del atardecer se imponga sobre el gris de las nubes. Foto: Zenón Seeliger
Fue entonces cuando José Claro, presidente de Puelo Patagonia, tuvo una idea. ¿Era necesario que Hagemann fuera la némesis de Cochamó? A fin de cuentas José y Rodrigo ganaron la batalla tras un brutal enfrentamiento en la Corte Suprema contra su proyecto hidroeléctrico en 2017; y sus distintos planes de desarrollo de alto impacto tampoco encontraron aprobación local. Tal vez esta movida para vender Puchegüín de forma rápida indicaba que Hagemann estaba contra las cuerdas. José lo contactó e iniciaron una conversación.
“Lograr un acuerdo con alguien que ha sido tu adversario por tanto tiempo fue un gran desafío”, dice José. “Pero, en lo más profundo, ambos sabíamos que nos necesitábamos mutuamente”.
Eventualmente, ambas partes hicieron a un lado sus diferencias y negociaron, lo que creó la enorme oportunidad que hoy tiene la comunidad de comprar Puchegüín por US $63 millones.
Es una cantidad difícil de dimensionar y aún más de recaudar. El precio es demasiado alto para las ONG locales de Cochamó. Afortunadamente, durante los dos últimos años, importantes actores del mundo de la conservación como Fundación Freyja, Patagonia, Fundación Wyss y The Nature Conservancy se unieron a los esfuerzos de recaudación y, junto a las contribuciones de personas que creen en el proyecto, donaron cerca de la mitad de lo que se necesitaba. De esta alianza nació una nueva coalición llamada Conserva Puchegüín, que combina un profundo conocimiento local con experiencia internacional. Actualmente, Rodrigo continúa su lucha—aunque con más canas en su menos abundante cabellera—recorriendo el mundo, reuniéndose con potenciales donantes y ampliando este esfuerzo a nivel nacional y mundial.
Silvina y su hijo, Zenón Seeliger, se refrescan en una de las numerosas cascadas cerca de la pared del Capicúa. Foto: Daniel Seeliger
¿Acaso somos, Silvina y yo, hipócritas? Ha habido oportunidades a lo largo de estas batallas en las que he admitido tener dudas al respecto. Después de todo, compramos un terreno aquí y luego hicimos campaña para negarle la misma oportunidad a un desarrollador inmobiliario. Construimos un camping y un refugio, pero luchamos contra inversionistas que esperaban instalar un hotel como el Ahwahnee o un centro comercial parecido a Curry Village. ¿Somos diferentes a todos ellos?
Pero entonces Silvina me recuerda: Nosotros criamos a Zen en el valle. Ofrecemos un espacio asequible para campistas e instrucciones para usar nuestros baños secos. Los Sandoval llevan personas a caballo a través del valle. Rodrigo guía turistas por los senderos del Trinidad. El escalador local José Dattoli da clases de montañismo en el Anfiteatro. Cristián “Mono” Gallardo lidera voluntarios en la construcción de baños para escaladores y senderistas en la zona alta del valle. Estudiantes de turismo reciben a los mochileros en el centro de visitantes. Los arrieros locales ayudan a construir puentes y ponen tablones en las secciones difíciles del sendero. Veinticinco años después de haber comenzado a abrir rutas, Chiquinho vuelve casi anualmente para ayudar con la mantención de senderos, mejorar sus propias rutas y llevarse basura. Hemos invitado a las personas a conocer este lugar, pero a una escala que el valle y la comunidad pueden soportar.
Si se lo permites, Cochamó crea una profunda conexión con tu interior. Aquí nos ensuciamos las manos, embarramos nuestras botas y dejamos sudor en la tierra. Se siembra una semilla. Las amenazas que hemos enfrentado vienen principalmente de una visión externa que trata de entrar. La visión de nuestra comunidad brota desde el interior y busca llegar más allá.
“Si tuviera hijos”, dice Zen, hoy con 19 años, “me gustaría criarlos aquí, entre estos árboles enormes y pequeños animalitos … en la naturaleza de Cochamó. Aquí hay algo poderoso que es más grande que nosotros”.
Los escaladores solo encuentran unas pocas secciones de nieve al final de una pared de granito en Cochamó, como sucede cerca de la cumbre de El Monstruo. Michael Versteeg puntea una de ellas en el largo 28 de La presencia de mi padre. Photo: Larz Krause
Robbie Phillips justo después de desbloquear el largo del crux, un 5.14d, en su proyecto de 700 metros aún inconcluso en la pared de La Junta. Photo: Drew Smith
Miguel Boehm en una ruta de big wall impecable: Entre cristales y cóndores (5.13b). Photo: Catalina Claro
Súmate al esfuerzo por conservar Puchegüín y Cochamó. En solo un par de minutos puedes aportar a la creación de uno de los mayores corredores de fauna silvestre en Latinoamérica y a la construcción de un futuro próspero para las comunidades, las criaturas y los ecosistemas de la región. Visita conservapucheguin.org para informarte sobre cómo puedes colaborar y donar.
Más informaciónDaniel Seeliger
Daniel Seeliger, junto a su esposa Silvina y un grupo de viejos amigos, dirige el Camping La Junta y sigue colaborando con organizaciones locales en la protección del Valle Cochamó.
Rodrigo Condeza
Rodrigo Condeza es fundador de Puelo Patagonia, activista en la campaña Conserva Puchegüín y un apasionado defensor de Cochamó.