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Tras casi 30 años sobre los sagrados senderos del sur de la Columbia Británica, Betty Birrell aún piensa que la vida es un gran patio de juegos. Y que nunca es muy tarde para lanzarte
Es un típico día de invierno en los bosques de North Vancouver, en la Columbia Británica. La lluvia cae tan fuerte que la visión se dificulta a no más de 60 metros, casi oscureciendo los cedros que se mecen en la penumbra circundante. El viento azota entre esos troncos que parecen columnas, empujando olas a través de un mar de helechos espada color esmeralda. Un crujido se desliza entre la lluvia cuando un árbol pequeño se parte y cae sobre un conjunto de abetos de Douglas.
Si Betty Birrell o su hijo Hayden Robbins están intimidados por el clima, en verdad no se nota. Sus bicicletas flotan camino abajo sobre un río de raíces torcidas, rocas sebosas y puentes de madera resbaladizos como si este fuera un templado día de junio, con Betty liderando el camino a través de las condiciones más infames. Es algo sorprendente de mirar. Ella está mucho, mucho, más cómoda sobre estos senderos de lo que yo jamás lo estaré, a pesar de que tengo la mitad de su edad y fui una mountain biker profesional, pero en ese momento me dio vergüenza admitirlo.
Con 73 años de edad, Betty ha llamado a estos senderos su hogar por ya casi 30 años. En 1994, a los 45, compró su primera mountain bike y un buen amigo a quien solo se refiere como “Old Rob” (Rob, el viejo) la llevó a 7th Secret, un sendero en Mount Fromme. Su segunda pedaleada fue en el bien denominado Executioner (el Verdugo), otra línea de descenso empinada, técnica y llena de raíces. Ambos senderos han conservado su clasificación de diamante negro e incluso en las deslumbrantes bicis de doble suspensión de hoy en día, la mayoría encuentra que el Executioner es aterrador.
Su rostro se ilumina al encontrar ese recuerdo. “Quedé prendida desde el primer momento”.
La entrada de Betty al mountain biking—siendo un madre soltera de poco menos de 50 años, criando un hijo de seis años y volando al extranjero cada fin de semana por su trabajo como aeromoza—es poco convencional por donde quiera que se la mire. Pero empezar en la costa norte de Vancouver en los 90… bueno, es de verdad otro nivel.
A los pies de las brumosas laderas de Mount Fromme, Mount Seymour y Cypress Mountain, sobre North Vancouver, “La costa” es al mountain bike lo que Yosemite es a la escalada en roca o lo que O’ahu es para el surf: Ningún otro lugar a influido y definido al deporte como este. Y, así como Pipeline o Dawn Wall, no es apto para quienes se amilanan con facilidad.
“Hay quienes dicen que California inventó el mountain bike”, dice el constructor de senderos local Todd Fiander. “La costa norte inventó el mountain bike”.
Los infames senderos de La costa son una intersección entre una pista de BMX y la aldea de los Ewok, una intrincada red de puentes de madera, rampas de roca, peraltes y “skinnies”, angostas pasarelas elevadas hechas para cruzarlas sobre la bici. Parte de estas obras de madera incluso trepa por los árboles, exigiendo a los ciclistas navegar sobre tablones, a veces de tan solo 15 cm de ancho y con hasta seis metros por sobre el suelo del bosque. Otras bajan varios pisos de caras de roca casi verticales.
Los senderos del “estilo de la costa” ahora se pueden encontrar alrededor del mundo, pero cuando Betty comenzó a pedalear en 1994, los locales solo habían estado construyéndolos por un par de años. Todd, o “Digger” según como se le conoce en el mundo del mountain bike, fue el primero en incorporar puentes colgantes y estructuras de madera elevadas en sus senderos. Ha observado con detención a casi todos los riders de La costa durante las últimas tres décadas y ha capturado a muchos de ellos en las 11 películas de su serie “North Shore Extreme”. Incluida, para mi sorpresa e incluso desazón, a Betty.
Hace un par de años hice un documental sobre la historia del mountain bike freeride, mucho de lo cual sucedió en los senderos de Digger, sin embargo, no había oído hablar de Betty hasta el año pasado. Sí la había visto, mientras escarbaba entre las horas de las granosas grabaciones de cámara de video de Digger. Solo que no sabía que era ella.
“Betty fue la primera persona en bajar ‘The Monster’”, me cuenta Digger, refiriéndose a un icónico obstáculo que comúnmente se considera “el primer tobogán” (se ve tal como suena, solo que hecho con listones de cedro partidos). “Recién había puesto la última plancha y le pedí que la bajara para mí, entonces saqué mi cámara y la grabé. La tercera vez se cayó y se dislocó el hombro, tuve que ponérselo de vuelta. ¡Creo que tenía 55 cuando lo hizo!”
Betty recuerda esos primeros tiempos de una forma tan casual que me toma un par de minutos darme cuenta de cuán desquiciada fue su entrada al deporte. A comienzos de los 90 las protecciones corporales no existían, como tampoco las dobles suspensiones o los frenos hidráulicos, lo que hacía que las bicicletas fueran tan arriesgadas como la falta de habilidad.
“Afortunadamente, en verdad no me daba miedo caer”, dice. “De todos modos, estaba cubierta de moretones de todos los colores. No podía salir en shorts porque parecía que alguien se hiubiera ensañado conmigo con un bate de béisbol”.
Pero lanzarse con todo es el modus operandi de Betty, ya sea bajo el radar o no. Nacida en un pueblito rural llamado Chemainus, en la Isla de Vancouver, Betty se mudó a Vancouver para estudiar geografía en la Universidad de British Columbia, donde se unió a un grupo de compañeros que salían a escalar los fines de semana a las más altas cumbres alrededor de Vancouver.
“En los 70 ella era parte de este grupo verdaderamente comprometido de escaladores que acumulaba primeros ascensos en esta área”, dice Hayden, que es un guía profesional de esquí y montaña y gerente de operaciones de Whitecap Alpine Adventures. “Pero no los publicaban porque no querían que la gente encontrara esos lugares”.
Betty descubrió el windsurf un par de años más tarde y para comienzos de los 80 se había convertido en una de las mejores mujeres windsurfers en la disciplina, volando sobre olas de más de nueve metros como las que ninguna mujer había corrido antes. Como lo dijo un editor de la revista Sail Boarder en 1982: “Betty Birrell es una superestrella en este deporte… una líder a la vanguardia… clasificada a la par con muchos de los mejores hombres”. La revista Alemana Surf lo resumió de una forma mucho más sucinta en uno de los titulares de su edición de junio de 1982: “Betty Birrell: la mejor windsurfer femenina en el mundo”.
Se estableció en Hawái trabajando como aeromoza, corriendo olas entre sus turnos y ofreciendo clínicas de windsurf. Se casó con un compatriota canadiense a tres años de haber llegado a la isla pero siguió viajando entre Hawái y la Columbia Británica por un año para poder windusrfear. Eventualmente, Betty regresó a Canadá y, a los 39 años, dio luz a Hayden.
“Creo que la maternidad es la mejor aventura que existe”, dice. “Me sorprendía tanto de cuánto me encantaba ser mamá, cuánto me gustaba estar embarazada.”
Justo antes del segundo cumpleaños de Hayden, su esposo los abandonó. Ella recuerda una discusión antes de la separación: “Él me dijo, ‘¡Tú crees que la vida es solo un gran patio de juegos!’, y yo le dije, ‘Bueno, ¡sí!’, y creo que fue más bien un cumplido”.
Recién convertida en madre soltera, Betty trabajaba en vuelos internacionales los fines de semana mientras que Hayden se quedaba con su padre o su abuela y ella regresaba para su hora de acostarse los domingos. “Simplemente te vas adaptando a medida que avanzas”, dice Betty. “Simplemente reinventas lo que es una aventura. En lugar de hacer montañismo o cosas por el estilo, manejábamos para acampar con mis padres, lo que era de verdad fantástico”.
La cara de Betty se ilumina cuando hablamos de cualquier cosa relacionada con ser mamá. Ella pide ver fotos de mis propios hijos y casi se desmaya al verlos. Sobre la escalera de su casa hay una enorme foto de ella y Hayden, radiantes, después de un día de esquí de montaña juntos.
“El mountain bike era la actividad perfecta para una madre soltera, porque estaba justo afuera de nuestra puerta y era fácil para Hayden y para mí hacerlo juntos”, dice. “Lo recogía después de la escuela y nos íbamos a Fromme para dar un paseo”.
Hayden recuerda su entusiasta forma de entrenarlo y su paciencia en los senderos. A una edad en la que la mayoría de los niños quieren que sus padres se estacionen a la vuelta de la esquina para evitar que sus amigos los vean, Hayden invitó a su mamá para que lo acompañara a él y a sus amigos en las salidas en bicicleta. “Es increíble cuando te metes en un sendero técnico con ella”, dice. “Simplemente sigue avanzando de una forma que no lo creerías. Ella era mejor que mis amigos, lo que ofrecía una dinámica bien divertida”.
Permítanme decirles que si mi madre saliera sola a pedalear doble diamantes negros, probablemente le daría un dispositivo de rastreo o una baliza de emergencia. Pero Betty no es mi mamá. Y yo no soy Hayden. “Mi preocupación por mi mamá se anula al conocer toda su experiencia”, dice. “Ella es la consumación de la mujer de montaña”.
La mayoría de la gente, sin embargo, nota su edad antes que su habilidad. Ocasionalmente, cuando se encuentra con otros ciclistas que evalúan los obstáculos en el sendero, “ven que soy mayor y que soy mujer, así que simplemente se quedan en la mitad del camino porque creen que no voy a poder hacerlo”. Yo solo les digo: ‘Disculpen, creo que voy a seguir adelante’. De hecho, me gusta hacerlo porque siento que estoy haciendo un servicio para las mujeres, también para las personas mayores, pero especialmente para las mujeres”.
Pero como en todos los deportes, las lesiones ocurren. Como aquella vez que se rompió la pierna andando en snowboard. O cuando se rompió ambas manos montando la infame rampa de rocas “Rippin’ Rutabaga”, en el bike park de Whistler Mountain.
“Recuerdo estar tirada en el suelo”, dice. “Entonces tenía 54 años y sabía que estaba gravemente herida, pero no quería decirle al patrulla cuántos años tenía”.
Hayden tenía 15 años en ese entonces y regresó a casa para ver a su madre inmovilizada de los hombros para abajo. “Tenía esas loquísimas cosas como pinzas de langosta que envolvían sus brazos”, recuerda, “y no podía hacer nada”.
A los 58 años, Betty se jubiló anticipadamente y comenzó su propio negocio de paisajismo, con el que aún ayuda a sus amigos y vecinos a mantener sus jardines. Es un trabajo que no necesita, pero simplemente ama el trabajo. Sin embargo, también significa que la mayor parte del tiempo pedalea sola: la mayoría de sus amigos ciclistas trabajan durante la semana y Betty evita salir en bicicleta los fines de semana (los senderos están demasiado ocupados, dice).
Por supuesto, todavía sale a pedalear con Hayden cuando él está en casa. Hayden ahora vive en Revelstoke, Columbia Británica, y cada vez que habla de su madre se le nota visiblemente orgulloso. “Para mí, ella ha sentado el camino que he seguido durante mi vida, que es un camino diferente al de mucha gente”, dice. “Pero siempre ha sido mi mayor apoyo e inspiración”.
Casi 30 años después de su primera vuelta en Executioner, Betty admite que ha limitado un poco su forma de pedalear (en particular, evita los skinnies), consciente de que un accidente grande podría tener consecuencias más graves que cuando era más joven. Pero todavía lo entrega todo. No porque no tenga miedo. Simplemente porque sabe lo que tiene que hacer.
“Está calculado”, dice. “Conoces tus límites. A veces presionas un poco más de lo que deberías e igual te sales con la tuya. Pero conoces tus límites y sabes lo que quieres hacer”.
De vuelta en la tormenta de otoño, cerramos el día y nos despedimos. Mientras salgo a la lluvia torrencial, me voy con una abrumadora sensación de tener permiso para probar todas esas cosas para las que me había convencido a mí misma que era demasiado mayor. No estoy demasiado vieja para la diversión y los juegos de la primera parte de mis 30. Después de un día con Betty, siento que los buenos tiempos apenas comienzan.
“Cuando tenía 50 años, nunca pensé que sería capaz de bajar tan rápido por un sendero de mountain bike a los 73”, dice. “Es interesante cómo cambia tu percepción de la edad a medida que envejeces. Me encantaría volver a tener 65. ¿No es una locura?, ¿quién lo hubiera pensado? Lo más importante que he aprendido es apreciar ahí dónde estás”.
Darcy Hennessey Turenne
Darcy Hennessey Turenne es una de los más prolíficas y galardonadas realizadoras audiovisuales para películas de deportes de acción en la industria. Previamente una mountain biker profesional, el trabajo de Darcy la ha convertido en un estandarte de las comunidades ambientales y de los deportes al aire libre, además de haberla llevado por todo el mundo. Sin embargo, aún considera que haber dado a luz a sus hijos es la cosa más loca que ha hecho en su vida.