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Abundancia y jolgorio durante la marejada de enero 2023

Liam Wilmott / / 17 min de lectura / Surfing

Esta es la bitácora de un capitán sobre la mayor marejada que ha azotado los arrecifes exteriores de Oahu en los últimos años.

Mantra de la abundancia

 Grandes sumas de dinero

Vengan a mí con rapidez

En grandes cantidades

De múltiples fuentes

De forma continua

En beneficio de todos

Que pueda yo conservarlas, usarlas, compartirlas y gastarlas con alegrí

1 de enero de 2023

Al iniciar el Año Nuevo mi novia, “Mahina la Manifestadora Mágica”, me dice que este será un tremendo año para aquellos con el Sol en Capricornio, sobre todo si tienen la suerte de haber nacido el 16 de enero a las 2:43 a.m., como yo. ¿Por qué? “Porque hay una poderosa Luna en Libra y un Sagitario ascendente en nuestra rueda, obvio”.

Según la magia astrológica esto significa que… Redoble de tambores… ¡Nos tocan dos postres!

27 de enero de 2023 (después de que marejada se calmara)

Veo a los chicos partir hacia el aeropuerto.

La parte trasera de la camioneta de Mahina se hunde bajo el peso de siete gigantescas fundas para tablas de surf. Las siluetas de las cabezas de Anthony “Kingy” King y Hayden “Haydo” Blair aparecen por la ventanilla trasera mientras esperan que el tráfico de un respiro. Probablemente estén pidiéndole a Mahina que repita el “Mantra de la abundancia”, ese mismo que compartió conmigo el primer día del año.

Saco mi teléfono y lo leo de nuevo.

Grandes sumas de dinero, así es. Sonrío y lo vuelvo a guardar en mi bolsillo. Me cuesta creerlo, pero lo hago. Tengo que creer. Es real.

No ha pasado ni una semana desde que la Costa Norte fuera bendecida con el mejor de todos los swells. Podemos decir, sin lugar a dudas, que el 22 de enero pasará a la historia como el día en que se celebró el mejor Eddie Aikau Big Wave Invitational a la fecha, y también como uno histórico para el surf en Oahu por muchísimas razones.

Todo salió bien y, en lo particular, a Haydo ahora le urge creer en el poder de manifestar.

Cabeza abajo, unas brazadas más, los pies haciendo presión y whooshkha; comienzo a surfear en mi mente. Foto: Colección de Liam Wilmott.

21 de enero de 2023

Recojo a Kingy y a Haydo en el aeropuerto de Honolulu tras su vuelo nocturno con Hawaiian Airlines desde Sídney, Australia. Cargamos sus tablas dentro mi van y luego ellos también se suben, mareados por la emoción de lo que se viene.

“¿Qué nos cuentas del swell, amigo?”, pregunta Kingy antes incluso de cerrar la puerta. Siempre me desconcierta un poco escuchar el acento australiano, y Kingy habla como si tuviese una colmena de abejas en los senos paranasales.

Le respondo que la marejada aún no ha llegado a la boya, pero que ya lo hará. Les cuento todo lo que sé y los miro en busca de algún tic nervioso o señal de alarma. Se ven entusiasmados, pero no demasiado. He visto sus cuentas de Instagram y conozco sus habilidades, pero no sé si eso será suficiente para los arrecifes exteriores de Oahu. Tal como dijo Mike Tyson: “Todos tenemos un plan hasta que nos golpean en la cara”.

Me bombardean con preguntas de todo tipo mientras vamos por la autopista, pero no tengo mucho que decirles. Y no es porque no quiera contarles, sino porque de verdad no sé tanto. Evito darles respuestas directas y hago el mejor esfuerzo por sonar como si hubiese vivido aquí durante veintidós años.

Para ser honesto, no le he dado tanta importancia al surf últimamente. He estado cuidándome la espalda por meses y también le di a mi estómago acceso libre al refrigerador durante las navidades. Además, he pasado demasiado tiempo pensando en las secuelas de mi divorcio, que fue hace más de un año.

Conducimos hacia el norte por la H-2. El tráfico de sábado a mediodía fluye con rapidez y aún tenemos treinta minutos de camino por delante. La radio suena bajo el zumbido de las correas de las tablas en el techo. No conozco muy bien a Haydo, pero sé que es un surfista de Ulladulla que vive en Cronulla. Lo conocí un poco hace algunos inviernos, cuando mi tío Wildcat me habló de él. Le presté mi tabla 10’6” roja para que pudiese surfear algunas olas grandes. Tiene el cabello castaño canoso y una sonrisa de comercial de Colgate, tenemos muchos amigos en común. Hoy lleva una camiseta holgada de color blanco y unos shorts azules cómodos y a la moda. Parece que cada zona de su piel estuviese bañada por miel. “Tiene muy buena facha como para trabajar en las minas de carbón”, pienso para mis adentros. Calculo que mide 1,70 y pesa unos 75 kilos; pienso que podría sacarlo con facilidad del mar si estuviese inconsciente.

Es bueno ver a Kingy. Aún tiene esa melena rubia y profundos ojos de color azul que recuerdo. Es corpulento y se mueve en secuencias suaves, pero no hay que dejar que esa naturaleza apacible te engañe. A pesar de ser el mayor de nosotros, cuenta con una un montón de energía latente. Es capitán del cuerpo de salvavidas en Sunshine Coast, en Queensland, y ha contribuido por años a los cursos BWRAG (Big Wave Risk Assessment Group). He surfeado con él en Cloudbreak varias veces y sé que tiene lo necesario. No es por nada, pero me da la impresión de que ha pasado más tiempo detrás de su escritorio que en el agua y no me gustaría verlo (ni a él ni a mí mismo) usando una zunga. No puedo evitar pensar en nosotros tres apretujados mañana en mi moto acuática mañana. Me pregunto si mi Ágil Golondrina tendrá las alas para salvarnos de una situación difícil.

Llegamos a las amplias llanuras del centro de Oahu, con la ciudad detrás y los altos campos de hierba por delante. Bajamos las ventanas, el aire es fresco y limpio. Últimamente hemos tenido brisas ligeras y variables, por lo que la isla ha contado con cierta paz que solo se consigue tras una ausencia más bien continua de los brutales vientos alisios.

Por dentro estoy rogando que los chicos no hayan gastado todo su dinero en el viaje. Sí, es cierto que al Eddie ya le dieron luz verde, pero también lo habían cancelado y vuelto a reprogramar tan solo una semana antes. Durante la marejada que “casi” significó ese Eddie, las lecturas no alcanzaron los 6 metros cada 20 segundos que se necesitaban para que la competencia se celebrara, y me da miedo que esto vuelva a suceder.

Cuando los chicos mencionan la idea de ir a los arrecifes exteriores mañana, trato de parecer tranquilo, diciendo cosas tipo: esperemos a que amanezca y sepamos qué dicen las lecturas; si la ola rompe aquí, es mejor no estar allá; si usas cuatro bombonas, te tienes que quedar en la banca por un rato, etc.

En lo personal, ya ni siquiera sé en dónde está mi norte cuando se trata de olas grandes y, por eso, no seguí este swell como lo haría normalmente. Ahora en lo único que puedo pensar es en que estoy a punto de llevar al mar a estos dos chicos sin experiencia en los arrecifes exteriores, con los que además nunca he entrenado y que estarán bajo mi supervisión. Tenemos siete hijos entre los tres, así que puedo sentir la carga de la responsabilidad en cuanto a nuestras familias. De mi grupo regular, Nick Christensen está lesionado, y su hermano Kohl, “Big Ben” Wilkinson and Ramón Navarro estarán todos en el Eddie.

¿Y si hay olas de más de 6 metros? ¿De verdad quiero surfear sin el grupo en el que confío cuando se trata de cuidarme las espaldas?

Llegamos a mi casa y descargamos el equipaje y las fundas en el garaje. Haydo y Kingy presumen sus “grandes” tablas para mí, pero cuando les muestro mi Arakawa de 3,3 metros, también conocida como Juan Juan,” un sonoro rasquido de cabezas rompe su silencio.

“¡Caramba! Mira el tamaño de esa cosa”, dice Kingy, retrocediendo para contemplar mejor mi gun de 11 pies.

“¡Ni siquiera puedo rodearla con el brazo!”, agrega Haydo, mientras trata de tomarla.

Colocamos nuestras tablas sobre el suelo del patio, una junto a la otra, antes de guardarlas; parecen dos palillos de dientes junto a un poste de luz. Le ofrezco a Kingy prestarle a Juan Juan mañana y él acepta.

Un par de tablas grandes y otra gigante a la espera de la tormenta. Foto: Colección de Liam Wilmott.

Hacemos algunos trámites en Haleiwa y los chicos se apresuran a invitarme al almuerzo y comprar la gasolina. Me niego un par de veces, pero al final acepto. Rehusarme iría en contra del “Mantra de la abundancia”.

Vengan a mí con rapidez… Recuerdo esa parte mientras disfruto mi burrito de carne asada.

Luego nos vamos a Army Beach. Bajo un cielo sin nubes, Kingy surfea muy bien dos tubos y gana el “heat”. Haydo también lo logra, pero pasa la mayor parte de su tiempo disfrutando del sol y contemplando el horizonte; diría que está pensando en lo que sucederá mañana. No había forma de saber, sobre todo bajo la brillante luz de aquel sol, que Haydo estaba maldito.

En cuanto al surf, ellos quieren conocer más acerca de los arrecifes exteriores y del lugar al que iremos al día siguiente; es una ola que Haydo ha surfeado solo una vez. Le resto importancia a las expectativas, tratando de traerlos al presente, a este momento, y dejando el swell de mañana para mañana. Tal vez lo hago por mi propio bien.

Mis amigos australianos toman prestado el Rolex (mi Toyota Tacoma 2021 color dorado) y se van adonde Mahina después de nuestra sesión. Paso mi tiempo a solas en casa actualizando las lecturas con la esperanza de que empiecen a mejorar. Para las 5 p.m. todavía se esperan olas de casi 2 metros cada 12 segundos. Un swell tarda de ocho a diez horas en llegar a nuestras costas. A este ritmo, el agua podría estar plana mañana al amanecer.

Me llegan recuerdos de la sesión en los arrecifes que tuve durante ese swell que “casi” fue un Eddie de la semana pasada. Se registraron, en promedio, olas de casi 5 metros cada 17 segundos, y no alcanzaron los 6 en los arrecifes exteriores. Ese swell llegó como un borracho, cayéndose de lado con torpeza e inestabilidad, dando tumbos por todos lados. Yo esperaba que estuviese ya sobrio a finales de la tarde, pero aún seguía tambaleándose. Pensé que tal vez podría aparecer una furtiva ola grande antes de que oscureciera, pero mi plan falló inmediatamente. Atrapado en el interior, me gané un pasaje sin retorno a una especie de carrusel hipóxico mientras cuatro olas rompían sobre mi cabeza. En la oscuridad de aquel océano aplastante usé todas mis bombonas, como un titiritero que es presa del pánico, hasta que por fin estuve a salvo tragándome las ganas de vomitar al montarme sobre la moto.

Los chicos regresan al anochecer. Las lecturas aún no registran el swell, pero preparamos nuestro equipo de todas formas: combustible, agua, bloqueador solar, radios de alta frecuencia, torniquetes, leashes extra y bombonas de CO2 de repuesto para nuestros chalecos inflables. Me gusta la forma en la que nos compenetramos como equipo. Cargo mi cámara Sony y, a pesar de que no tengo carcasa de protección para el agua, decido llevarla con una bolsa impermeable, tal vez tenga la oportunidad de sacar algunas fotos de los chicos mientras hago mis labores de seguridad. ¿Qué podría salir mal?

Con Kingy preparamos nuestro equipo. Foto: Colección de Liam Wilmott.

En los últimos meses he comenzado a valorar más mis posesiones, llevando un conteo de su valor monetario en mi cabeza en caso de que tenga que venderlas por algún aprieto. Es una reacción instintiva que resulta de no saber de dónde vendrá mi próximo sueldo; nunca ha sido mi estilo hacer algo así y me parece que es agotador.

Me devolvieron a mi Ágil Golondrina hace unos días. El mecánico, Bruce el Bastardo, la equipó con un nuevo doble propulsor, nuevos asientos, arnés, bomba sumergible, batería y también le hizo un cambio de aceite, además de agregar pontones y trineo de rescate. Estuvo trabajando en ella por meses y casi tuve que armarle un berrinche para que la terminara, sin mencionar que mi chequera todavía estaba en shock.

$Juan Juan, $Ágil Golondrina, $Cámara Sony… El conteo de todo lo que arriesgo mañana crece a niveles altísimos.

En grandes cantidades, de múltiples fuente … Me relajo.

Por encima de las posesiones materiales, está el miedo de que las cosas no salgan bien, y mi moto es crucial para que todo funcione. Cruzo los dedos para que no me falle, como prometió BB.

A las 6 p.m. las lecturas cambian; 3 metros cada 17 segundos. Chocamos las palmas y nos invade una ola de alivio, ¡un swell viene en camino! Terminamos nuestros preparativos con renovado entusiasmo, pedimos pizzas a domicilio y cenamos temprano. A las 10 p.m. apago las luces y veo que las lecturas escalaron a casi 6,7 metros cada 17,4 segundos.

¡DIOS MÍO!

Eso está incluso por encima de lo que se necesitaba para el Eddie. Me trago la necesidad de googlear vuelos a Inglaterra y me acuesto a dormir.

22 de enero de 2023

Me despierto a hacer pis a las 4 a.m. y reviso otra vez las lecturas..

¡8,4 metros cada 19 segundos!Dios, ¿en qué nos estamos metiendo?

Me levanto de la cama y enciendo las luces.

Estamos en el puerto, todavía está oscuro. Antes de que el Eddie Aikau Big Wave Invitational comience en Waimea, ya estamos en el agua. Hay olas de 5 a 6 metros y van en rápido crecimiento. Llevo a los chicos en mi moto desde Lanikai Beach hasta el canal. Después termino haciendo lo mismo con otros compañeros: Dusty, Big Strong Tom y ese tipo molesto de Jocko, que hoy me resulta menos fastidioso solo porque hay gente mucho peor surfeando ahí. Me toca llevar también a gente que ni siquiera conozco: Nick y el amigo de Dusty, Eli, que viene de Kauai con su hijo de 16 años; un tipo con una sola pierna llamado Oli, de Australia; un chico de Tahití; Kipp Caddy, de Cronulla, además de su amigo de Portugal, quien, según Kipp, es “muy muy bueno”; me dice esto mientras se monta en el trineo de mi moto. Estoy gastando gasolina a un ritmo alarmante y, por ayudar a los demás, he asumido mucha más responsabilidad de la que ya tenía. Al final Bruce el Bastardo tenía razón, siento como si mi moto estuviese superpotenciada

A eso de las 8:15 a.m. un viejo sin mucho equipo —no tiene chaleco y va en shorts— se cuela en el canal. Lo veo surfear una de las primeras olas del día y volver a la costa. A las 9 a.m. hay veinticinco personas más jugando al gato y el ratón, luego una ola de 6 metros los arrastra, dejando las primeras tablas y leashes rotos de la jornada.

Esta es la primera señal de la nube negra que Haydo lleva encima; este set rompió su nueva tabla Kirk Bierke, dejando la fibra de vidrio a la vista. Luego Kingy rompe el leash de mi Juan Juan mientras nada bajo el agua. Veo como a mi querida tabla se la lleva la ola. Signos de dólar aparecen en mi mente.

De forma continua …Me digo para tranquilizarme.

¡Unas olas tan buenas que solo quieres darles un gran abrazo! Foto: Daniel Russo

Hubo tres olas en ese set. Haydo y Kingy aparecen entre la primera y la segunda con los ojos desorbitados y sin tablas, uno junto al otro, con la vista fija en la tercera, una gigante que está por venir. “¡Estamos en el peor de los lugares ahora mismo!”, dice Haydo alarmado. “¡LO SÉ!” Exclama el salvavidas de Sunny Coast antes de lanzarse al más rápido estilo libre. Más tarde me contaron que Haydo se rio tan fuerte que le costó aguantar la respiración cuando la última ola rompió en sus cabezas.

Después del set, me toma unos veinte minutos encontrar a Haydo. Solo había visto la mitad frontal de su tabla morada destrozada entre la multitud. Me dijeron que estaba a salvo, pero estoy un poco alarmado porque no lo vi mientras llevaba gente a la playa y buscaba tablas. Cuando por fin lo encuentro, está flotando en el mar, tranquilo y sereno. Me disculpo y lo llevo a la costa con rapidez para tomar del auto la tabla de repuesto, una Christenson nueva de poco más de 3 metros que es de mi amigo Tevita. Rezo en silencio. Se me había olvidado preguntarle si podíamos usarla.

A las 10:30 a.m. estamos otra vez reunidos en el lineup.

Vemos a surfistas de bajo perfil como Mo Freitas, Noa Ginella y Kaiwi Berry surfear varias olas buenas. El amigo de Kipp, aquel portugués que era “muy muy bueno”, se resbaló en un drop y se quedó atrás en la cara de la ola; no lo volvimos a ver en el lineup. Hay una mujer afuera que lleva un casco plateado y la luz del sol rebota en su cabeza como si fuese un espejo. Entre olas, juego con las configuraciones de mi cámara y tomo algunas fotos rápidas entre rescates. El viento arrecia, las tablas se rompen y la gente va y viene. Los hermanos Gudauskas aparecen cuando quedo atrapado adentro, mojando mi cámara y a punto de perder mi moto acuática después de hacer un bunny-hop en el closeout.

Cuando vuelvo a la superficie escucho a Moe gritar: ¡SÚBETE, LIAM! ¡SÚBETE! Me monto con dificultad al trineo con la mochila empapada y regreso a la playa con el rabo entre las piernas. Al volver al canal veo a Guilherme Tâmega robándose el show sobre su tabla con tres de las maniobras más desafiantes que he visto en mi vida. Poesía en movimiento.

Para la hora del almuerzo me queda poca gasolina pero tengo un montón de pensamientos sobre la falta de seguridad que existe en los protocolos de otros grupos; estaban llevando a surfistas al oleaje, pero algunos de ellos estaban muy asustados o eran demasiado inexpertos como para estar en la zona de impacto. Debí haberles avisado.

Más adentro encuentro a Oli, la leyenda australiana de una sola pierna. Se rompió una costilla y ahora tose sangre. Luego a Dane Gudauskas, quien no puede seguir después de que un pesado labio le rompiera el hombro. Los llevo de vuelta a la torre del salvavidas.

Kingy en su primer y último descenso del día. Foto: Colección de Liam Wilmott.

A medida que el día se va alargando, mi equipo comienza a perder la cabeza. Ahora mismo los sets son consistentes con olas de casi 8 metros, alcanzando una de 9 cada hora. Solo Kingy ha podido agarrar una de ellas. Le cayó un labio en la cabeza y gastó dos bombonas en la zona de impacto. A pesar de todo, ¡mi tabla estaba aún intacta! Nos reímos mucho después de que gastó sus últimas dos bombonas de forma accidental en la rompiente.

“¡Tenía que ser yo! ¡Cuatro bombonas! ¡Estoy acabado!”, dice.

Kingy emerge sobre Juan Juan y se retira hacia el canal, esquivando los closeouts con la moto. Kipp surfeó dos olas antes y estoy sorprendido de saber que aún sigue con nosotros. Mientras tanto, lo único que quiere Haydo es quitarse la mala racha de encima y se queda detrás de los demás, esquivando olas muy fuertes en una tabla prestada, tratando de surfear una buena. Debo decir que se necesita mucha fuerza de voluntad para permanecer en la zona de peligro por tanto tiempo.

A las 3 p.m. llega el set del día. Llevo a Kipp en la parte trasera de mi moto. Ya está destrozado. Wildcat me había hablado de él por años, por lo que es bueno ponerle una cara a su nombre. Estamos fuera del lineup, conversando mientras sujeta su tabla al trineo, cuando aparece un set. A pesar de que estamos como a noventa metros de los demás, pareciera que fuese a romper sobre nosotros.

“¡Haydo está allá!”, grita Zipp mientras gira la cabeza y comienzo a conducir hacia él.

A medida que la ola de 9 metros se levanta sobre nosotros, vemos a todos los que están adentro luchando. Detrás de ellos se encuentra Haydo, solo, dando largas brazadas bajo la sombra del gigante. Emerge tras la primera ola, la tabla de Tevita desapareció y se le vienen dos más de 9 metros.

Fue el set más grande del día. Un amigo me dijo que las olas incluso embistieron a una familia de turistas que iba conducía por la Kamehameha Highway. También arrojó tanta agua hacia la esquina de Lanikai que invirtió la corriente de la costa durante diez minutos.

Tras una recarga de combustible, Sr. Nube Negra refunfuña, una grasienta hamburguesa y dos horas más; por fin encontramos la tabla de Tevita. Los salvavidas la localizaron destrozada en las rocas de Jocko. Las quillas están rotas, la punta aplastada y parece que el casco hubiese pasado por un rallador de queso.

Solo se necesita surfear una ola para quitarse la mala racha de encima. Haydo encuentra un poco de luz en medio de su tormenta. Foto: Hank Foto.

Después de recuperar lo que quedó de la tabla de Tevita, llevo a Haydo a dar una vuelta en mi moto por Waimea, esperando subir un poco el ánimo del compañero. El Eddie termino y Big Ben quedó fuera; era suplente en el evento y perdió su sueño de volver a participar en él. Al terminar el último heat, se cansó y se fue a surfear a Waimea Bay él solo. Es el epítome de la pureza. Desde el lineup escuchamos a la multitud rugir mientras un joven salvavidas local llamado Luke Shepardson es declarado ganador del Eddie. Vemos a Ben surfear dos olas con mucha gracia antes de irnos lentamente de vuelta a Haleiwa.

Durante el camino, en las afueras de Alligators, un set de swells jurásicos avanza hacia nosotros. Con Haydo nos detenemos y los observamos pasar con respeto. Parece imposible, pero se extienden desde Lanikai hasta las afueras de Ke Iki; tres de ellos van juntos, a un ritmo lento e indetenible. Considerándolos como masa, son casi inconcebibles; los observamos embobados, como si fueran bestias prehistóricas. A pesar de que este tipo de swells son muy raros y duran apenas unas horas, hay algo muy antiguo en ellos. Nos hacen ver, en perspectiva, cuán insignificante es nuestro tiempo en la tierra.

Cada surfista se pregunta si le funcionará o no una tabla nueva. Surfear olas de este tamaño sobre tablas gigantes es totalmente otro nivel. Kingy surfea sobre Juan Juan en su primer bottom turn y sin duda siente alivio al ver que la tabla hace lo que sus pies le piden hacer. Hank Foto.

23 de enero de 2023

A la mañana siguiente Haydo, Kingy y yo nos sentamos alrededor de mi mesita, bebiendo café, riéndonos y recordando el día de ayer. La tarjeta de memoria de mi cámara arruinada logró sobrevivir. Les muestro las fotos a los chicos y nos detenemos a observarlas como si fuesen la prueba necesaria para confirmar que el día de ayer sí había sucedido.

“Esa es Laura Enever”, dice Haydo, e instantáneamente recuerdo haberla visto sentada en la playa en medio de la niebla matinal esperando que alguien le diese un aventón.

“Apuesto a que Laura pagaría por esa foto”, añade.

27 de enero de 2023 (de nuevo)

Es viernes y en el polvoriento estacionamiento de mi casa Kingy ata las últimas correas alrededor de las siete fundas de tablas en el pick-up de la camioneta de Mahina. No ha pasado ni siquiera una semana desde que llegaron.

Los chicos me dan un fardo de billetes.

“Por todo”, dicen.

En beneficio de todos …

Nos abrazamos y les agradezco.

Nos tomamos una foto grupal; es ese momento incómodo en el que todo termina. En seguida suena mi teléfono. Es un mensaje de texto de alguien que escribe desde el campamento de Laura; quieren comprar la foto que le tomé. Inmediatamente le cuento la noticia al equipo y chocamos las palmas mientras saltamos juntos como burros sobre el suelo. Mahina me lanza una mirada y acabo balbuceando algo sobre as astrológico que me he estado guardando bajo la manga, luego ella les da a los chicos un curso intensivo sobre el “Mantra de la abundancia” mientras vamos camino.

Compañeros de armas. Haydo, Kipp Caddy, Kingy y yo. Las olas grandes tienen el poder de unir a la gente. Foto: Colección de Liam Wilmott.

Febrero de 2023

El jolgorio del swell de enero de 2023 se hundió hace rato en las arenas de muchas costas y la vida ha vuelto a su antigua rutina. Mientras escribo esto, ha habido días de lluvia y vientos costeros. Pero aún quedan señales persistentes del swell del 22 cuando uno recorre la ciudad: cintas amarillas de seguridad en la playa, bancos de arena y escombros a lo largo de Kam Highway, así como publicaciones festivas en las redes sociales de Luke Shepardson.

Dicho y hecho, sobrevivimos al swell del 22 de enero. Ni Haydo ni Kingy tenían la experiencia que pensaban, pero al menos pudieron experimentarlo. Rompimos cuatro leashes, arruinamos dos tablas, doblamos el cable de retroceso de mi moto y mojamos una cámara costosa. Considero que fue un éxito porque nadie salió herido. Cuando Haydo llegó a Sídney, su esposa le dio la gran noticia, así que rápidamente nos envió una nota de voz a Kingy y a mí a través del chat del grupo: estaban esperando otra hija. Él estaba contentísimo y yo pensé en la perspectiva y en cuán perfecta es en realidad la vida.

A pesar de que el swell ya terminó, sabemos que algún día regresará. Hasta entonces, la energía fluirá por nuestra sangre y huesos a la espera de su retorno. Cuando vuelva, nos miraremos al espejo preguntándonos si de verdad estamos listos para lanzar los dados otra vez.

Perfil del Autor

Liam Wilmott

Liam is an expat Australian, family man, and surfer who lives on the North Shore of O’ahu. He’s a BWRAG (Big Wave Risk Assessment Group) Instructor, who started with the organization soon after the 2010 CPR course held in Patagonia surf ambassador Kohl Christensen’s barn.