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Running Up For Air no es solo una carrera. Es una comunidad, un encuentro entre amigos y un evento de recaudación por la defensa del aire limpio.
Todas las fotos por Forest Woodward.
Eve Davies podría llorar. Lleva veinticuatro horas en la cumbre del Grandeur Peak, Utah, cuando le ofrecen un cruasán aplastado, extraído con orgullo del bolsillo de malla de una mochila de trail running empapada por la nieve y el sudor.
Es una tarde de febrero bajo un brillante cielo azul en las Wasatch Mountains, son alrededor de las 2:30 p.m. y Davies está de pie fuera de su domo color blanco y naranja, repartiendo abrazos, chocando palmas y rellenando botellas de agua a corredores sin aliento. El viento los azota, van agotados y felices. Es difícil no sentirse así en esta pequeña y redondeada elevación, a 5 kilómetros y 820 metros verticales del inicio del sendero; lo bastante cerca de Salt Lake City como para ser un paseo popular para los locales, pero también lo bastante alta y expuesta como para sentirse remota. Los picos nevados se extienden hacia el este y el norte. Salt Lake City yace al oeste bajo una capa de smog.
Davies y su equipo llegaron al lugar la tarde anterior, a las 4:00 p.m. Cargaron mochilas de 22 kilos, removieron varios metros de nieve, montaron la carpa, conectaron los generadores y prepararon el sistema de cronometraje, de modo que estuviesen listos para cuando el primer y más diminuto haz de luz de las linternas frontales apareciera tras la línea de los árboles más abajo. Como buena veterana, con siete años de experiencia, Davies maneja el puesto de asistencia de cumbre, en la versión del Grandeur Peak de Running Up For Air (RUFA), con rapidez y eficiencia.
La mecánica del evento es sencilla. Los participantes corren durante seis, doce o veinticuatro horas montaña arriba y montaña abajo, para recaudar dinero con el propósito de combatir la contaminación del aire. Además, lo hacen en pleno invierno, cuando el smog se encuentra en su peor momento. Todo comenzó en 2012 como un proyecto personal del corredor local Jared Campbell, y aún se mantiene ese ambiente relajado, no tanto de carrera, sino de proyecto comunitario y reunión familiar.
De hecho, fue Kevin Cantwell, referente masculino del evento, quien le trajo a Davies el bocadillo antes mencionado. Lo compró en una de las panaderías locales favoritas. Para este punto ambos se aproximan a la línea de meta. Cantwell ya lleva diez vueltas y media, con casi 105 kilómetros recorridos. Davies lleva tantas capas de ropa térmica que su rostro es solo una sonrisa enmarcada entre el mullido y brillante nylon y algunos mechones de pelo. Pasar la noche en una cumbre expuesta, a más de 2.400 metros de altura, en medio del invierno, es una prueba de resistencia en sí misma. “Si me siento, me da sueño”, dice. “El secreto de mi éxito consiste en no hacerlo”. No hay necesidad de decir que ese cruasán es perfecto para el momento. Davies lo divide en cinco partes, una para ella y el resto para cada uno de los voluntarios de la estación de asistencia.
Aproximadamente 820 más abajo, cubierto por un toldo de tiendas desplegables, Roch Horton se encuentra armando un festín: quesadillas, tater tots, burritos de desayuno, sándwiches de mantequilla de maní y mermelada, también de queso a la parrilla (con pavo o jamón), bolas de arroz de dos tipos y cuatro variedades de sopa. Un grupo rotativo de doce voluntarios remueve ollas hirviendo y toma órdenes de comida de corredores con rostros sudados y cabellos congelados. En otra tienda que está detrás los participantes revuelven duffel bags llenos de equipo, se cambian las zapayillas y se ponen y quitan capas de ropa. Algunos se muestran alegres y conversadores, mientras que otros se desploman sobre las sillas, examinándose los pies hinchados.
Un día antes esta zona de 6 x 9 metros en la base del Grandeur Peak estaba cubierta por casi un metro de nieve. Los voluntarios cavaron por ocho horas para desenterrarla, tras lo que continuaron colocando el alfombrado, instalando tiendas y baterías, levantando la cocina de campaña y decorando las letrinas con velas y popurrí. “Me gusta la idea de tener extremos tan opuestos”, dice Horton. “Por un lado, la carrera es dura. Escalas en medio del frío y el viento, de noche, por un sendero empinado. Pero luego te encuentras con la contraparte de un sofá suave y mullido, una almohada de plumas, un wafle, música agradable y buena iluminación. Obtienes lo mejor de ambos mundos: sufrimiento y placer al mismo tiempo”. Para él, manejar esta estación de asistencia es como ser el director de escena en un concierto de rock. Grandeur es el anfiteatro, la batalla por tener un aire respirable es la música y Campbell podría ser la estrella, pero todos son parte de la banda.
Las elaboradas estaciones de asistencia—paradas de pits con comida, bebidas, voluntarios y, a veces, incluso personal médico— son comunes en las carreras de trail running de larga distancia. El enfoque de RUFA va mucho más allá de la nutrición y seguridad. Cuidar de los corredores y de todo el equipo es la razón de su existencia.
Salt Lake City cuenta con algunos de los mejores accesos a las montañas y carreras de trail running en los Estados Unidos, pero también es uno de los lugares con peor calidad de aire del país. Durante el invierno se produce inversión térmica y el aire caliente que sube atrapa al aire frío, sucio y a menudo contaminado, abajo en el valle. Esta situación puede generar peligrosos episodios de polución que a menudo duran por días y que pueden ser lo bastante serios como para que correr no sea seguro.
Campbell presenció este fenómeno desde arriba por años, durante esas carreras de invierno que lo llevaban hacia las montañas, fuera de todo el smog. Cada una de ellas constituía un doloroso recordatorio de lo grave que era la situación.
En 2012 decidió que ser testigo no era suficiente. Su solución: recaudar dinero para una organización sin fines de lucro local llamada Breathe Utah, en favor de la calidad del aire, y lo haría corriendo hacia arriba y hacia abajo del Grandeur Peak tantas veces como pudiese en el transcurso de 24 horas. Sus amigos se unieron para apoyarlo. Algunos se incorporaron a la carrera, mientras que otros llevaron refrigerios o, en el caso de Davies, el plato favorito de Campbell, directo de un puesto local de burritos.
Cada año la carrera de resistencia/recaudación de fondos de 24 horas de Campbell creció un poco más: algunos amigos al comienzo, varios más al año siguiente. En 2016, cuando consiguió los permisos necesarios para convertir la reunión anual en un evento oficial, no tuvo que buscar muy lejos por ayuda. Horton se ofreció como voluntario para organizar una estación de asistencia en la base de la montaña. Davies y un amigo subieron una pequeña tienda a la cima del Grandeur con mucho esfuerzo, y se refugiaron dentro de ella para pasar la noche. Compartían galletas y monitoreaban cuántas personas alcanzaban la cumbre. Las condiciones eran extremadamente frías. “Fue fantástico”, afirma Davies.
Siete años después el panorama es muy distinto. Hay más voluntarios y corredores; no todos se conocen durante la mañana de la carrera. La infraestructura ahora es más avanzada: hay iPads, equipo de cronometraje oficial e incluso un monitor de calidad del aire. El evento también ha crecido, pues RUFA ha llegado a Colorado, Montana y Washington, incluso existe una versión virtual que se celebra en toda Europa anualmente.
Sin embargo, en otros sentidos no ha cambiado en lo absoluto.
Muchas de las personas que participan en la actualidad fueron parte de RUFA desde antes, cuando solo eran Campbell y algunos de sus amigos alimentándose, entre vueltas, de sándwiches de mantequilla de maní guardados en el maletero de su auto. Incluso aquellos que recién se conocieron tratan a los demás con la misma familiaridad que tendrían con un viejo amigo. Los corredores cuidan de los voluntarios de las estaciones de asistencia tanto como estos últimos cuidan de ellos.
A lo largo de todo el trayecto hacia la cumbre del Grandeur la gente transita entre un pequeño grupo y otro, compartiendo conversaciones y animando a pesar del cansancio a quienes se aventuran cuesta abajo. La energía se va intensificando con la altura. Mientras Davies y su equipo alientan a los corredores en su camino, una brisa intermitente arrastra sus gritos de entusiasmo por toda la ruta hacia la arista de cumbre.
“Todo en RUFA promueve la idea de comunidad”, afirma Katie Brown, participante y voluntaria desde hace mucho tiempo. Conoció a su esposo (y compañero voluntario) en el RUFA de 2019. Parte de lo que dice se relaciona con el formato: a lo largo de la actividad los corredores y voluntarios se cruzan muchas veces, por lo que empiezan a reconocerse. También tiene que ver con el hecho de que no importa la edad, velocidad o experiencia; todos trabajan por un objetivo en común, que es la defensa de un lugar y un derecho humano compartidos.
At the end of the event, three men and three women will earn podium spots. But the real race today—the race to raise money for clean air efforts—was communal, and the resulting success is collective. After all, running laps up a mountain in the middle of winter is far easier with 200 sets of feet helping you set the trail, and changing the course of local environmental policies happens much faster with 200 voices strengthening the cry for change.
Ariella Carpenter
Ariella es escritora y editora en Patagonia. Su trabajo ha sido publicado en las revistas Outside, Trail Runner, Rock and Ice y SELF.