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La periodista Yessenia Funes, especialista en clima y sostenibilidad, le escribe a su descendencia; la que espera tener, pero que ha temido traer al mundo.
Ilustraciones por Alexandra Bowman
Mi amor,
Nunca estuve segura de tenerte. Solía obsesionarme con las preguntas que algún día me formularías: ¿Por qué el mundo está así? ¿Por qué hay tanto miedo, inundaciones e incendios? ¿Qué pasó con el agua y el aire limpios? ¿Quién ocasionó todo esto? ¿Qué hiciste tú para detenerlo? El solo pensamiento solía aterrorizarme; aún lo hace. ¿Cómo puede una persona ver a su bebito a los ojos y explicarle que él o ella está aquí porque simboliza todo el amor que una madre lleva en su interior? Que lo trajo al mundo para aliviar su propio dolor y no porque quisiera que él o ella sufriera.
¿Cómo te explico, mi amor, que tu estas aquí a causa de mi egoísmo? Que yo quería ser madre y que, sin más, ¡hice lo posible para convertirme en una! Te amo, hijo mío que aún no existe, pero que espero que algún día exista. Dejé de obsesionarme con estas interrogantes que tú podrías, o tal vez no, formularme en el futuro porque me di cuenta de que no son importantes. De verdad no lo son.
Tal vez el mundo todavía no estaba plagado de incendios y huracanes, pero el ser humano siempre se ha enfrentado al final de una era. La nuestra es simplemente la del fin de los combustibles fósiles, un final que ha resultado demasiado violento y divisivo, pero que constituye el comienzo de algo diferente. Esa es la razón de la existencia de niños y niñas como tú: bebés nacidos de padres amorosos que lloran la pérdida de un mundo antiguo, pero que se atreven a construir uno mejor.
De alguna manera debemos hacerlo. Ese es el futuro por el que apuesto cuando pienso en concebirte con todo el amor que hay en mi corazón.
Pero nunca estuve muy segura de tenerte. Verás, las cosas aquí no marchan tan bien la mayor parte del tiempo. Lo titulares en mi feed están repletos de policías que asesinan personas de color desarmadas. Subo al metro de Nueva York y veo personas sin hogar, ropa ni calzado. Leo acerca de gobernantes que pretenden limitar lo que los niños y niñas pueden leer y estudiar en el colegio, también a políticos electos cuya intención es regular quiénes eres o en quiénes tendrás permitido convertirte.
Las noticias a veces pueden resultar muy duras. Por suerte, tu mamá se dedica a ellas para ganarse la vida, sobre todo a aquellas relacionadas con el planeta y con los activistas que luchan por protegerlo. Ellos son quienes me inspiran; su trabajo y su visión del mundo me obligan a recordar que seremos capaces de superar esto porque siempre lo hemos hecho, y que podemos hacer que todo mejore.
Hace unos meses visité el vecindario de Sunset Park, en Brooklyn, donde personas de color de clase obrera y comunidades migrantes (como esa en la que crecí) están intentando construir un paraíso de la energía solar repleto de alimentos frescos y libertad. Ellos se enfrentan a contaminadores y desarrolladores inmobiliarios, al mismo tiempo que defienden las energías renovables y los empleos que favorecen al medioambiente.
Estuve ahí para visitar a Elizabeth Yeampierre, directora ejecutiva de la organización local de justicia climática UPROSE. Nos reunimos por un artículo que publiqué relacionado con los propietarios de talleres para automóviles y sus esfuerzos por lograr una mejor adaptación al clima desde que el huracán Sandy arrasó con su vecindario hace diez años. Algunos días son difíciles, pero otros son mejores; es justamente en esos días en los que sé que también puedes vivir en un mundo lleno de amor.
Salgo de casa, respiro y veo cuán grande y milagroso es el hecho de que yo exista; de que el universo haya conspirado para que pudiese estar viva en este preciso momento, de que tu abuela haya migrado a los Estados Unidos muchas décadas atrás, huyendo de una vida de extrema pobreza en El Salvador y ofreciéndome así una existencia llena de sueños y riquezas que ella jamás imagino para sus niños. Cuando hablo de riquezas, no me refiero al dinero. No hablo del desenfreno y la codicia que nos condujeron al borde del abismo, sino de la abundancia de amor, de comunidad y de posibilidades.
No perderé la fe en la humanidad y sé que otros tampoco lo harán. La crisis climática no puede ser un impedimento para que nazcan bebés.
En otras épocas de la historia los padres no permitieron que las atrocidades de la guerra y los genocidios les impidieran manifestar su amor de la forma más pura: traer al mundo a sus chiquitos. En el presente son lo bastante valientes para concebir en circunstancias aún más difíciles que las mías y es algo que continuarán haciendo. El mundo te necesita, yo te necesito. Sé que es egoísta de mi parte, pero si la existencia humana está llena de tanto sufrimiento, seguramente también tiene mucho amor para ofrecer, ¿no crees?
Espero poder inculcarte este mismo sentimiento de admiración por nuestro planeta y de ambición por la preservación de nuestra especie. Quiero que sientas determinación por la creación, y por “creación” me refiero a la “creatividad”: imaginar, construir, moldear, soñar, pelear y asegurar un mundo justo para todos y todas. Para los bebés inocentes del planeta.
Cuando pienso en cómo será tu vida, anhelo que tengas una infancia llena de pintorescos viajes por carretera, de historias tontas antes de dormir y de comidas extrañas y sorprendentes. Mi infancia estuvo llena de amor, pero fue limitada en cuanto a experiencias. Antes de los seis años, casi no podía jugar en el frente de nuestra casa porque el vecindario era peligroso. Recuerdo que una vez desperté en la mañana y me di cuenta de que se habían robado nuestro televisor y nuestros videojuegos. Después de eso nos mudamos. En quinto grado finalmente pude viajar fuera de nuestro vecindario en Long Island: visité El Salvador. Mis padres nos llevaron a tu tío, a tu tía y a mí a su tierra natal, un pequeño país tropical en Centroamérica.
Crecí en lugares en los que el miedo era sinónimo de respeto: solo respetaban a aquellos que infundían temor. Si no te temían, entonces eras el blanco de todos. Yo, por supuesto, no daba nada de miedo. Mi arma siempre fueron mis buenas calificaciones, pero cuando llegué al sexto grado eso me hacía sentir como una perdedora.
Comencé a idolatrar el estilo de vida de los pandilleros, hasta que le dispararon a tu tío en un tiroteo entre pandillas. Sobrevivió, pero su experiencia me ocasionó un permanente temor en relación con quién sería el siguiente, así como un odio profundo hacia las armas y al daño que pueden provocarle a las personas. Hace unos años mi corazón se volvió a romper cuando ocurrió otro tiroteo fuera de la casa de tus primos. Antes de ti, solo los tenía a ellos, por lo que eran mis bebés. Sin embargo, a pesar de que salieron ilesos, ese evento desencadenó en mí nuevamente esa vieja sensación. Volví a ser esa niña de doce años, llena de pánico y terror. Lo que sucedió fue horrible y mis seres queridos ya no se sentían seguros.
No quiero eso para ti. A veces me preocupa que esto sea algún tipo de maldición generacional que aqueja a nuestro pueblo. Antes de mí, estaba tu abuela, quien también tuvo que soportar situaciones muy difíciles, pero esa es una historia para otra carta. Espero que contigo se rompa ese ciclo de dificultades que nuestra familia ha tenido que enfrentar. Espero darte mucho amor.
Creo que el amor abundará en tu tiempo, incluso en lo que a los políticos y policías respecta. Espero que nuestros líderes inviertan en paz y seguridad. Me atrevo a soñar con comunidades en donde tú y tus compañeros de clases se valoren los unos a los otros en función de su carácter y su compromiso con los demás, no de la violencia y de los ideales que representen. Para cuando estés en el colegio, espero que sus techos estén cubiertos de paneles solares o rebosantes de vida vegetal y que lleven a tu curso de paseo a espacios naturales, sin preocupaciones por las armas ni los tiroteos.
Espero que los profesores los reciban con palabras de aliento y desayunos gratuitos para todos y todas, que las entradas al colegio no estén militarizadas, llenas de seguridad, cámaras y detectores de metal como solía ser cuando yo era pequeña. En vez de eso, espero que las instituciones inviertan en asesorías y recursos de salud mental, en arte, deportes y actividades extracurriculares. Anhelo que, para cuando estés leyendo esto, todas las familias tengan acceso a trabajos bien pagados, para que nadie tenga que pasar apuros.
Esta lucha está enraizada en toda esa violencia, lenta y directa, a la que tantos estamos expuestos hoy en día.
¿Cómo podemos esperar que nuestros niños y niñas nos ayuden a construir un mundo mejor si sufren día a día? ¿Cómo esperamos que crezcan fuertes y solidarios si padecen hambre y abandono? ¿Cómo pueden enfrentar la crisis climática si están en medio de su propia crisis?
Con toda mi alma,
Mamá
Yessenia Funes
Yessenia es editora en Atmos, una revista que cubre clima y cultura, además está a cargo de la publicación del boletín de justicia ambiental The Frontline. Vive en Nueva York, en donde disfruta pedalear en su bicicleta eléctrica, comer verduras locales frescas y escuchar a Bad Bunny.