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Un geólogo y un ingeniero eléctrico, dos amigos apasionados por los ríos, nos explican por qué las hidroeléctricas están haciendo agua en su relación con el medioambiente.
Los ríos son más que solo agua que escurre por la superficie de la Tierra. Son fuentes de vida que transportan nutrientes y sedimentos sustentando la alta biodiversidad de los distintos ecosistemas que recorren durante su viaje. Son corredores a zules y controladores climáticos, mitigan desastres naturales y cumplen un rol cultural que se evidencia en las decenas de beneficios que nos entregan, como la recreación, el espacio para el deporte y una conexión con la espiritualidad. “El agua es vida”, suele leerse y escucharse en el amplio espectro de movimientos socioambientales que buscan proteger los ríos a lo largo del mundo. Sin embargo, esta visión, que para muchos podría ser de sentido común, no siempre es compartida transversalmente.
Para quien es practicamos deportes al aire libre, como el kayak y el montañismo, la conexión con estos espacios naturales nos hace vibrar cada vez que los visitamos. Nuestros sentidos se expanden y la contemplación nos lleva a percibir, observar y comprender el espectáculo de la naturaleza desde esa interacción tan profunda. Pero, ¿de qué manera el estilo de vida de nuestra sociedad está afectando los ríos que más amamos?
La literatura técnica define un río libre como aquel en que “sus funciones y servicios ecosistémicos no se ven afectados por los cambios en la conectividad fluvial, permitiendo un intercambio sin obstáculos del agua, especies, nutrientes y sedimentos dentro del ecosistema fluvial y sus paisajes circundantes”. Tal vez esta es la descripción que a la mayoría se nos viene a la mente cuando pensamos, simplemente, en “un río”. Sin embargo, el estudio Mapping the World’s Free-Flowing Rivers, publicado en la revista Nature el año 2019, evidenció que solo un tercio (37%) de los 246 ríos con una extensión mayor a 1.000 kilómetros en el mundo sigue fluyendo libre. En otras palabras, dos tercios de los ríos del planeta han sido mutilados por proyectos de diversa índole, principalmente por centrales hidroeléctricas, fragmentando la conectividad de innumerables ecosistemas fluviales. En la misma publicación se estima que existen unas 60.000 grandes represas a nivel mundial y otras 3.700 planificadas o en proceso de construcción. A pesar de que el avance del cambio climático ha relevado la importancia de la salud de los ecosistemas planetarios, la evidencia demuestra que la destrucción de los ríos para producir electricidad aún continúa y no parece tener intenciones de retroceder.
A decir verdad, los datos son poco alentadores. Y es que gracias a su intenso lobby internacional, en 2020 la hidroelectricidad se adjudicó el 16% de la generación eléctrica del planeta y, hoy en día, es reconocida por la ONU como un sector clave para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, recibiendo además incentivos asociados al cambio climático como son los famosos Bonos de Carbono. Suena raro, ¿verdad? Vamos a volver sobre este tema en un momento.
A grandes rasgos, la hidroelectricidad presenta dos tipos de tecnología: las centrales de embalse y las centrales de pasada. Las primeras son las que requieren la instalación de una barrera física para el agua y disponer de un área inundable sobre el territorio para conformar un embalse (conocido también como lago artificial), a través del cual se regula el caudal que pasa por la infraestructura y por tanto la generación eléctrica. Generalmente se trata de grandes proyectos de almacenamiento de agua conocidos como represas, que implican un daño severo en el medioambiente y las comunidades locales, con ejemplos tan emblemáticos en Chile como el caso de las centrales Pangue (456 MW) y Ralco (690 MW) ubicadas en el río Biobío. Ralco, que según se estimó tendría un área de inundación máxima de 3.467 hectáreas, afectó 638 hectáreas pertenecientes a comunidades indígenas Mapuche-Pehuenche con el consiguiente desplazamiento de 98 familias y la inundación de sitios indígenas sagrados bajo circunstancias políticas irregulares.
Por el otro lado, las centrales hidroeléctricas de pasada no requieren necesariamente grandes embalses y por ello se les suele asociar con proyectos ambientalmente benignos. Muchas veces, los promotores de proyectos de alto impacto los comunican a las comunidades locales y la opinión pública como centrales de pasada para evitar la oposición ciudadana comúnmente asociada a la reputación de las represas. Este es el caso de los proyectos Alto Maipo (Río Maipo), Hidroñuble (Río Ñuble), Central Rucalhue (Río Biobío) y la Central San Pedro (Río San Pedro), los que usan su condición “de pasada” para camuflar la amenaza que significan para los ecosistemas en los que se emplazan. Esta práctica, cuyo objetivo no es otro que el de confundir a la opinión pública, es conocida como greenwashing o lavado de imagen, el que se usa para conseguir los objetivos de una empresa a pesar de la oposición ciudadana. Usualmente polémicos, la pregunta que se despierta de forma natural frente a estos proyectos es ¿cuál es el verdadero impacto de estas energías erróneamente llamadas “limpias”?
Primero profundicemos un poco más respecto de los distintos tipos de plantas hidroeléctricas. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) presenta dos formas de clasificación para las plantas hidroeléctricas: por tamaño y por tipo. Respecto de lo primero, vale la pena mencionar que en Chile la Ley 20.257 es la que define los tipos de Energías Renovables No Convencionales (ERNC) e incluye las centrales hidroeléctricas con una capacidad instalada menor a los 20 MW, conocidas como Mini-hydro. Aún más, aquellas con capacidad menor a 3 MW no requieren ni siquiera ingresar al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental. Luego, en relación a los tipos, a las ya mencionadas centrales de embalse y de pasada se suman las centrales reversibles , que se utilizan para acumular agua en altura durante las horas de mayor generación de energías renovables —fotovoltaica, eólica, etc.— para ser utilizada durante las horas de menor disponibilidad de ambos recursos.
Como su implementación no involucra grandes áreas de inundación ni la imponente infraestructura de un embalse, sino que producen energía utilizando el caudal disponible del río, se tiende a asociar los proyectos hidroeléctricos de pasada con un menor impacto ambiental y es aquí cuando vemos al greenwashing desplegarse en todo su esplendor. Pensar que un proyecto será amigable con el medioambiente solo porque es “de pasada”, dista muchísimo de ser correcto. Esto lo podemos ver fácilmente en el caso del proyecto Alto Maipo, perteneciente a AES Andes, un complejo hidroeléctrico que captura agua proveniente de los ríos Yeso, Colorado y esteros afluentes al río Volcán, trasladándola por 74 km de túneles. Esto se conoce como trasvase de cuenca y tiene impactos incuantificables en la salud del ecosistema al extraer el caudal de agua de un río dejándolo al mínimo posible, alterando el transporte de nutrientes y sedimentos. El proyecto, que ha presentado irregularidades desde su aprobación en marzo del 2009 y que hoy en día se encuentra en su etapa final, presenta impactos tanto ambientales como político-sociales que se han evidenciado a lo largo de su construcción. Sin embargo, una vez entrado en funcionamiento podría recibir bonificaciones de carbono por su “aporte” a la lucha contra el cambio climático. Aunque suene paradójico, al poner en riesgo el ecosistema que abastece a la región más poblada de Chile, AES Andes podría recibir ingresos tanto por generación de electricidad como por bonos de carbono durante su operación.
Lo anterior puede parecer un sinsentido, pero en verdad no sorprende. Al revisar el listado de centrales hidroeléctricas en Chile reconocidas por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático como proyectos que reducen emisiones, se encuentran exclusivamente centrales de pasada, que en su mayoría no contemplan embalse, aunque en algunos casos sí se acoplan a otros proyectos que regulan las aguas arriba de su cauce. En ese sentido, las empresas desarrolladoras tienen un doble incentivo para presentar su central como una central de pasada, por un lado para mejorar su posición ante la ciudadanía y por otro, para intentar obtener incentivos por reducción de emisiones a través de bonos de carbono.
Ahora, más burdo aún que llamar “amigable con el medioambiente” a un proyecto que canaliza el cauce del río en túneles subterráneos, es hacerlo con centrales de embalse que se presentan falsamente como proyectos de pasada, como las centrales Angostura y Rucalhue en el río Biobío y la central San Pedro en el río del mismo nombre. Estos proyectos se sitúan en zonas habitadas por comunidades Mapuche y ponen en jaque la espiritualidad y la cultura local, además de contradecir los lineamientos de desarrollo sostenible de la ONU. La central Angostura —con 323,8 MW y un embalse de unos 60 metros de altura— se inauguró el 2014 inundando 641 hectáreas aledañas a un sitio ceremonial denominado Kwel y captando las aguas desde los ríos Biobío y Huequecura, en las comunas de Santa Bárbara y Quilaco de la región del Biobío. El llenado del embalse significó el traslado de 126 personas, algunas de las cuales ya habían sido relocalizadas durante la construcción de la represa Pangue en 1996. A pesar de todo esto, en el libro Angostura: Más que una central —editado en 2015 nada más ni nada menos que por Colbún, la propia empresa dueña del proyecto— se hace referencia a su operación como central de pasada, la que según la empresa se haría “minimizando así su impacto ambiental y potenciando la actividad turística en su entorno”. Sin embargo, el embalse obstruye el río por centenas de hectáreas, tal como una represa.
A los kayakistas el deporte nos ha permitido navegar las aguas más prístinas del planeta en ríos como el Futaleufú y el Puelo en la Patagonia, pero también nos ha llevado a colisionar con esas murallas, moles gigantes de concreto que se erigen en tantos otros ríos y donde nos encontramos con la desaparición abrupta del festín de aves y comunidades de sus orillas, las que son reemplazadas por grandes extensiones de embalses productores de gases de efecto invernadero y olor a descomposición a su alrededor. En términos concretos, cuando se construye un embalse en un río se forma una barrera que impide la migración de peces, se altera la vegetación ripariana por la fluctuación brusca de niveles y se estanca el agua en la zona de inundación, afectando directamente la productividad del hábitat. Además, la construcción de caminos y líneas de transmisión (necesarias para la construcción y operación de estos proyectos) presentan impactos reconocidos, incluyendo la fragmentación del hábitat, la introducción de especies invasoras y el incremento de actividades humanas no deseadas con una consecuente pérdida en el valor turístico de la zona. En el caso del río Ñuble —donde ya existen las obras paralizadas del embalse de Hidroñuble— estos impactos serían profundizados por el proyecto actualmente en carpeta del Embalse Punilla, que contempla un muro de 137 metros de alto.
Cuando nuestro transitar por el agua nos lleva a enfrentarnos cara a cara con este tipo de males es cuando más pensamos que los deportistas tenemos la responsabilidad de ser guardianes y mensajeros de los ríos, mares, bosques y montañas. Los ríos libres y saludables, son espacios de encuentro y bienestar colectivo, proveen de agua dulce para consumo humano, permiten usos ancestrales de diversos pueblos, nos proveen de alimentos sustentables, son fuente de trabajo y permiten fortalecer las economías locales, sobre todo en zonas rurales. Afortunadamente, a veces nuestro mensaje es escuchado y, a pesar de lo desalentador del panorama general, vemos que hay esperanza en la acción comunitaria.
En el caso de la central San Pedro, también de Colbún S.A., el Centro de Estudios Ambientales (EULA), que realizó su Estudio de Impacto Ambiental, señaló que la central no regularía caudales —operando como una central de pasada ya que la cantidad de agua que ingresa a la central, es la misma que la que sale de ella— destacando que esto era una condición vital para mantener el ecosistema fluvial funcionando dentro de rangos de naturalidad aguas debajo de la presa. Esta característica la diferenciaría de lo que se observa aguas abajo de las centrales Ralco, Pangue y Angostura, siendo que esta última opera también como una central de pasada. La historia se pretendió repetir en el río San Pedro con la instalación de esta falsa central de pasada, sin embargo, la articulación ciudadana de cordillera a mar ha impulsado la declaración para su protección por los tres municipios que comparten su cauce y ha logrado recientemente que Colbún desista de construir el proyecto tras 12 años de tramitación. Este es un hito histórico para la conservación de ríos en Chile, que actualmente no considera herramientas para la protección específica de estos cuerpos de agua.
A pesar de que en Chile la evaluación de este tipo de proyectos debería considerar el impacto acumulativo o sinérgico, la realidad nos demuestra que esto no es así. Por ejemplo, la región del Biobío suma una capacidad hidroeléctrica instalada en torno a los 2.824 MW, lo que corresponde a alrededor del 41% de la capacidad hidroeléctrica total del Sistema Eléctrico Nacional (SEN). En esta zona, conviven 30 proyectos hidroeléctricos con cuatro centrales de embalse (1922 MW), ocho centrales de pasada (868 MW) y 18 centrales Mini-hidro (34 MW). Solo la central Ralco permitiría alimentar la necesidad energética de 1,48 veces la ciudad de Concepción (220.746 personas al 2017). Los impactos acumulativos que se producen al desarrollar innumerables proyectos de este tipo en una misma cuenca constituyen el más serio y menos entendido problema medioambiental. En ese sentido, es preocupante la situación de la región en donde se pretende construir un nuevo embalse hidroeléctrico conocido como Central Rucalhue, sin considerar los impactos ya existentes en la degradada cuenca del Biobío. Lo que vemos, es que los desafíos de una gobernanza ambiental integral exceden la discusión comúnmente recluida al ámbito de los técnicos “expertos”.
A pesar de que la ONU ha excluido de las ERNC a las megarepresas (>20 MW), los embalses no han dejado de construirse aludiendo a su operación de pasada como “energía limpia”. El greenwashing de los impactos que generan las centrales de pasada, desmarcándose de las represas, las ha beneficiado incluso con incentivos para enfrentar el cambio climático. El informe del IPCC 2021, que ha sentenciado que “las consecuencias del cambio climático son irreversibles”, revela que los recientes períodos de sequía en Chile no tienen precedentes en el último milenio. Más aún, la desprotección de los ríos en el país ha dejado en manifiesto su evidente estado de vulnerabilidad.
Pero existe una oportunidad para cambiar por completo la forma en la que nos organizamos. Es necesario avanzar hacia herramientas de protección que consideren específicamente el aporte de los ríos en el bienestar de los distintos seres que habitamos las cuencas de Chile. Entre ellas, la planificación de acciones integrales con modelos de gobernanza inclusivos tanto para la restauración o conservación de la integridad ecosistémica, como para el logro de un mayor bienestar social asociado al valor intrínseco de los ríos. La encuesta de percepción ciudadana sobre ríos libres realizada por Fundación Ngenko, que alcanzó un total de 1612 respuestas completas a nivel nacional, reveló que un 99,6% de la población encuestada cree que es necesaria la protección ambiental de los ríos de Chile, dentro de la cual un 81% indicó que los ríos deberían ser protegidos independiente de su grado de intervención.
En nuestro país existen 1251 ríos y menos del 1% de ellos cuenta con algún tipo de protección. Hoy, tenemos 1251 oportunidades para convivir de una forma distinta. Y frente a la construcción de más y más proyectos hidroeléctricos, este es el momento de abrir los ojos y preguntarnos si fragmentar estos ecosistemas fluviales para generar hidroelectricidad puede ser considerada una acción válida para combatir el cambio climático. El camino que tomemos hoy es decisivo y la voz de la ciudadanía debe ser escuchada.
Paulo Urrutia
Paulo es un geólogo y kayakista nacido en Puerto Montt, Chile, cuyo amor por los ríos lo ha llevado a dedicar los últimos diez años a la documentación y protección de los ríos libres del país. Es cofundador de Geoturismo Chile y Bestias del Sur Salvaje, donde su trabajo vincula la ciencia, el turismo y la educación ambiental con la conservación y los movimientos socioambientales.
Agustín Doña
Agustín es ingeniero eléctrico y actualmente su principal foco de atención es la Investigación & Desarrollo en torno a la energía solar y eólica. Ha sido parte del equipo de investigación de Fundación Ngenko desde 2021, una organización que se concentra en la protección de los ríos.