Por Colin Wiseman
“Nadie hace eso, especialmente en esta época del año”, dijo el guarda parques mirándonos con incredulidad luego de que le explicara nuestro plan. “Todavía hay un montón de nieve ahí arriba. ¿Están seguros de que saben lo que están haciendo?”.
Era mediados de junio y el ingeniero en recursos hídricos Kael Martin, la snowboarder profesional Marie-France Roy y yo, estábamos en Port Ángeles, Washington, preparándonos para viajar más de 100 kilómetros a través de las profundidades de Olympic National Park a pié y en splitboard. Solo cuatro años antes, el río Elwha había visto la mayor remoción de una represa en la historia. Queríamos experimentar en primera persona su regreso a lo salvaje, viajando fuera de los senderos en uno de los pocos lugares realmente prístinos en el Pacífico Noroeste.
Tracé una línea sobre un mapa desde el extremo norte del parque: subiendo por el Elwha hacia las cumbres del Southern Bailey Range, cruzando Mount Olympus y saliendo por la parte oeste del río Hoh.
“Estamos bastante seguros de a dónde queremos ir”, dije.
Era verdad. Aunque había poca información sobre la aproximación al Olympus por el noreste. A los 2.400 metros es el punto más alto en la Península Olímpica. Lo mejor que pude encontrar estaba en Olympic Mountains: A Climbing Guide (Montañas Olímpicas: Una Guía de Escalada), una básica descripción de las rutas alpinas del área, actualizada por última vez en 2006. Ahí se presentaba la travesía de Southern Bailey como una serie de senderos de animales, trepadas y toscos descansos en roca suelta y empinada. Tras meses de investigación, Kael descubrió un par de bitácoras de viaje por las Southern Baileys y un único sendero marcado con GPS a lo largo de su cresta que dejó una cordada anónima durante una expedición de finales de verano.
“Tememos splitboards, equipo para glaciares y comida para ocho día”, le aseguré al guarda parques. “Nos devolvemos si es necesario”.
Él nunca había estado en el Bailey Range. Pocas personas lo han hecho, a pesar de los más de tres millones de visitantes que recibe el parque cada año. No había registro de nadie que hubiera ido por el camino que pretendíamos tomar con ningún tipo de equipo para deslizarse sobre la nieve.
“Puede que este sea el permiso más interesante que voy a hacer en todo el año”, dijo el guarda parque. “Solo necesito poder decir que se los advertí cuando entre un llamado para organizar un equipo de búsqueda.”
El río Elwha tiene una larga historia de vinculación con el ser humano. Ha servido a la tribu Klallam del Elwha Bajo por casi 3.000 años. Su existencia estuvo definida por un fértil bosque templado y abundantes poblaciones de salmón y steelhead. Un estimado de 400.000 salmones adultos al año regresaron en algún momento de su historia a esta cuenca de más de 110 kilómetros, incluyendo enormes chinook de hasta 45 kilos. Esos salmones nutrían a más de 130 especies desde lo más alto a lo más bajo de la cadena alimentaria y caracterizaban una cuenca saludable.
Los colonos occidentales llegaron al Elwha bajo a comienzos de 1850. La silvicultura estalló. El naturalista John Muir visitó el Fiordo de Puget y describió las montañas Olímpicas como “una enorme y prolongada muralla, florida y densa en la base, un zigzag de cumbres nevadas en lo alto, con irregulares campos de hielo y nieve bajo ellas”. Durante seis meses en 1889–90, el Equipo de la Prensa, seis hombre, cuatro perros, dos mulas y 680 kilos de víveres, liderados por James Christie, siguieron el Elwha hasta lo que llamaron la “División Baja” a los 1.115 metros. Salieron por el río Quinault hacia el sur, convirtiéndose en los primeros occidentales en cruzar el escabroso interior de la península.
En reconocimiento a la belleza y abundancia biológica de la zona, el Presidente Grover Cleveland creó la Olympic Forest Preserve en 1897. Durante las siguientes cuatro décadas, el tamaño y el nombre de esta área protegida evolucionó hasta que el Presidente Franklin D. Roosevelt la designara como el Olympic National Park en 1938, que ahora cubre cerca de 405 mil hectáreas desde los glaciares de Olympus a los 112 kilómetros de costa en el Pacífico.
Con 32 metros, la represa del río Elwha es un proyecto hidroeléctrico a solo ocho kilómetros de la desembocadura del río, fue construida en 1913 bajo la dirección de un desarrollador inmobiliario de Port Ángeles, Washington, llamado Thomas T. Aldwell y su empresa Olympic Power Company. La ley del estado de Washington requería la incorporación de pasajes para que los salmones de desove pudieran regresar a su hogar, pero Aldwell ignoró el reglamento y la represa se erigió como una firme barrera. En 1927, para cumplir con la mayor necesidad de energía, la represa de Glines Canyon, aún más grande con 64 metros, fue consumada solo 12 kilómetros río arriba.
La batalla entre el desarrollo a través de lo recursos naturales y la preservación del hábitat es una historia tan antigua como la colonización occidental en el Pacífico Noroeste. La extracción de madera impulsó el crecimiento económico desde el 1800 hasta finales del siglo XX, y los ambientalistas han luchado contra los industriales por casi el mismo tiempo. Las represas del Elwha son un caso de estudio. Por casi 100 años suministraron electricidad para el crecimiento industrial y domiciliario, pero bloquearon los flujos de sedimento y madera esenciales para los hábitats de desove, diezmaron las poblaciones de peces e inundaron el valle superior del río.
En 1968, la tribu Klallam del Elwha Bajo ganó reconocimiento federal y llevó adelante un intenso lobby para la remoción de las represas con el objetivo de restaurar los corredores de peces. Junto a numerosos grupos ambientales, fueron capaces de convencer al Congreso de aprobar la icónica Ley del Ecosistema del Río Elwha y Restauración de Pesquerías en 1992, que permitió al gobierno federal adquirir y destruir las entonces obsoletas represas. Después de otras dos décadas de maniobras políticas, las represas Elwha y Glines Canyon se derrumbaron en 2012 y 2014 respectivamente. Fue el primer paso del proyecto de remoción de represas, que contó con financiamiento federal por $325 millones de dólares.
De acuerdo a George Pess, del Programa de Cuencas Hidrográficas del Centro de Ciencias de las Pesquerías del Noroeste, de NOAA, en solo un par de años la desembocadura del río avanzó 480 metros hacia el Estrecho de Juan de Fuca, creando una playa con arena y un estuario costero. El estuario, explica Pess, es particularmente substancial para los salmones juveniles, ya que ahora pueden residir y crecer en sus aguas, protegidas y nutricionalmente ricas, antes de trasladarse hacia el Estrecho y el océano. También pueden utilizar un nuevo hábitat dentro del aún cambiante río, gracias a los sedimentos y la madera que se ha asentado en el canal que está entre las dos ex represas y más abajo de ellas.
“Estamos viendo positivos retornos de la mayoría de las especies de peces involucradas (en el canal del río Elwha)”, explica Pess. “Incluyendo consistentes incrementos anuales de salmón chinook, coho y stealhead”.
Pero Pess también notó que hay poca evidencia de recuperación hasta ahora para el salmón rosado, el chum y el sockeye, y que deberá pasar todavía una década o dos antes de que podamos sacar conclusiones de peso. Los conteos de chinook y stealhead retornados fueron de apenas 3.083 y 1.130 respectivamente, muy lejos todavía de lo que eran las poblaciones hace un siglo. Pero a pesar de todo esto, el río parece estar moviéndose en una mejor dirección. Y Pess es cuidadosamente optimista. “Estamos viendo el tipo de interacción entre la arteria principal del río, el área de inundación y el desarrollo de los estuarios que será bastante favorable para el salmón en el futuro”, dice Pess.
El proceso en marcha del Elwha para volver a su estado natural eliminó el acceso vehicular a las antiguas arterias de turismo río arriba. Por eso, comenzamos nuestra caminata entre donde estaban ubicadas las dos represas en Madison Falls. Desde ahí, ascendimos cerca de 13 kilómetros por fuera de la ruta hasta Whiskey Bend siguiendo el lado este del río, deteniéndonos para contemplar el agua que corre por los colosales restos de la represa de Glines Canyon. Más arriba, la ex reserva de Lake Mills muestra verdes retazos de flamante vegetación nueva, que se levanta desde el lecho del río hacia los oscuros y antiguos bosques perennes.
Pasamos la noche en Humes Meadow, una alta pradera calentada por el sol, de hierba seca y rosas silvestres bajo la espigada cicuta, luego avanzamos 17 kilómetros y ascendimos cerca de 1.350 metros por las curvas y los bosques primigenios del Long Ridge Trail.
La parte difícil comenzó al tercer día. Nos tomó 10 horas cubrir menos de ocho kilómetros, ya que un sendero a medio construir en la década de 1.930, por el Cuerpo Civil de Conservación, terminó abruptamente por detrás de Ludden Peak. Una mezcla de nieve y tierra complicó el reconocimiento del camino en un terreno que se hacía cada vez más severo. La lluvia comenzó a caer. Solo nos fijamos las tablas una vez.
Aún así, llegamos a la sección alpina con buen ánimo. Estábamos aproximando por el oeste de la cordillera, el lugar más húmedo en los Estados Unidos Continentales. La guía representaba los próximos veinte kilómetros como difíciles de navegar, y consideraba una aproximación seca a fines del verano.
Era casi medio día cuando el sol nos mostró el camino.
Las habituales bromas de Marie y Kael se silenciaron al pasar sobre un filo húmedo y cubierto de hierba. La mandíbula de Kael funcionó mientras estudiaba el mapa con detención. Marie se relajó y lamentó la pérdida de su cuchara de madera a medio tallar. La había llevado con ella por treinta y tantos kilómetros, colgando de su cargada mochila de splitboard y equipo de escalada. Este habría sido un buen momento para trabajar en ella.
Ahora, enfrentando un clima inestable, lo teníamos todo pero decidimos dar la vuelta. El terreno hacia delante era demasiado empinado y complicado como para permitir un paso rápido. La maratón por los matorrales del día anterior estaba aún fresca en nuestra memoria
Luego, el sol. Pasó por sobre nuestras cabezas y recorrió todo el empinado filo noreste de Mount Ferry hasta su final en la pared de una cornisa que aún mantenía buen grosor.
“¿Tal vez deberíamos subir y mirar más de cerca?”, dijo Marie. Kael sonrió.
“No nos va a hacer daño”, contesté. “Por lo menos ya sabemos por dónde volver”.
Finalmente, estábamos escalando por nieve continua. Con los crampones puestos, Kael nos aseguró en un ascenso expuesto pero manejable a la cumbre de Mount Ferry. Hicimos una pausa para dar una última mirada hacia abajo, desde el Elwha al Estrecho. Las nubes se cerraron.
Por dos días continuamos hacia el sur, marcando nuestro progreso por el ocasional atisbo del sol. Los neveros se desvanecían en la niebla, quebrada solo por manchones de roca donde pequeñas flores violeta crecen entre los cristales de cuarzo más grandes que una pelota de baseball. Mount Meany, Mount Queets y Mount Seattle dominaban la silueta del horizonte frente a nosotros; el Elwha siguió su curso más allá de un precipitado salto a nuestra izquierda. Nos fastidiamos con el mal funcionamiento de las pieles, nos armamos con crampones y piolets, y atacamos hacia el cielo entre pequeños glaciares, largas canaletas y frágiles torres de basalto. Juntamos las tablas y luego saltamos para cruzar los arroyos de lluvia más abajo. Encontramos agua, refugio y risas. No había mucho más que hacer que seguir moviéndose.
Avanzado nuestro segundo atardecer en los Baileys, llegamos a Queets Basin. Dodwell-Rixon Pass y el inicio de la sección de nieve del Elwha yacían justo al frente, el nacimiento del río, ahora enviaba toda su carga de nieve derretida, sin impedimento, al Estrecho. A la vuelta de la esquina, en 2016, un solitario chinook llegó a Godkin Creek, 57,7 kilómetros río arriba. Los peces recuerdan a dónde deben ir, aunque sea un siglo después. Es de esperarse que tome al menos 20 años para que las poblaciones de salmón alcancen niveles saludables, pero la presencia de peces anádromos en los tributarios más altos es una buena señal.
En 2018, el Servicio de Parques Nacionales junto al Servicio Geológico de los Estados Unidos, realizaron un censo fluvial del Elwha utilizando buzos altamente capacitados y sofisticados aparatos de geo-referencia para registrar las cantidades y ubicaciones de los peces. Esto es parte de un esfuerzo mucho mayor para crear un atlas fluvial de la Península Olímpica. Hicieron estudios similares en 2007 y 2008.
“Encontramos más de 15.000 truchas arcoíris en el censo de 2018 desde el nacimiento a la desembocadura del Elwha, y en 2007 observamos cerca de 7.000 truchas arcoíris cuando las represas estaban aún en su lugar”, dice Sam Brenkman, Biólogo en Jefe de Pesquerías del Olympic National Park. “Pero la trucha, una especie declarada bajo amenaza federalmente, tenía una abundancia relativamente baja cuando las represas estaban ahí, pero (este año) observamos casi el doble de los números del censo de 2008”.
La trucha toro ahora viaja desde el océano a la cabecera del río. Mayor disponibilidad de alimento las hace ser más grandes y veloces. Esta conexión renovada es importante. “Mucha gente se enfoca en cuántos (peces) regresan y cuán arriba del río llegaron”, dice Brenkman, “pero este incremento en la diversidad de la historia de vida es fundamental también para la persistencia de la población”.
Bajo de un rampa ciega yace una pronunciada pendiente, más larga que cualquiera que hubiéramos corrido hasta ahora, cubierta de nueve granulada. Descendimos y encausamos hacia el oeste. Con pieles cruzamos la parte alta de Queets Basin, pasamos por huellas de osos y luego encontramos un precario campamento sobre una veloz caída de agua.
Tras seis días adentro, habíamos terminado por aceptar la ruta serpenteante. En la mañana, conectar senderos de animales hacia el Olympus se sentía natural. Cualquier sensación de estrés o incertidumbre se había ido, reemplazada por el momentum. Tras una partida en falso por la línea alta de la travesía estival sugerida por la guía, encontramos un rapel hacia el río Queets y nos abrimos paso río arriba al pie del glaciar Humes y sus piscinas turquesa de nieve derretida. El cielo amainó. Marie tomó la delantera.
Tres horas y una vuelta equivocada más tarde, nos paramos sobre una pequeña meseta conocida como Blizzard Pass. Ahí, al otro lado del glaciar Hoh, estaba el domo cumbrero del Olympus. Habíamos planeado cruzar la montaña ese día y acampar en el glaciar Meadows, por el que el 99% de las personas acceden al Olympus. Pero se estaba haciendo tarde, el sol brillaba y teníamos la montaña solo para nosotros. ¿Por qué apurarnos ahora?
Llegamos a Camp Pan tras 305 metros de ascenso por nieve granulada, y esparcimos nuestro equipo en el borde del acantilado para que se secara con al viento, suave y tibio. Debajo estaba el glaciar Hoh y el nacimiento del río epónimo, un cause sin represas donde los peces salvajes aún retornan para desovar cada año.
Si bien el Elwha es un río en recuperación, el Hoh es la prueba de que aún hay trabajo por hacer. La presión de la pesca deportiva, comercial y de subsistencia han llevado a la mengua de la población de chinook, trucha toro y steelhead nativos, un problema exacerbado por 60 años de steelhead criados en pisciculturas, que compiten con los steelhead nativos por el hábitat y degradan su grupo genético. Pero 58% del Hoh permanece bajo protección en Olympic National Park, donde los peces salvajes son premiados con un hábitat prístino, intacto. Igual como el que encontrarán en los tramos superiores del Elwha.
Desde Camp Pan miramos al sol ponerse sobre los Northern Baileys mientras la luna creciente se levantaba sobre Mount Olympus. Venus emergió desde detrás del glaciar Pass, a 1.600 metros, que nos llevaría al glaciar Blue, luego a los bosques siempre verdes de helechos, musgos y enormes cedros y cicutas antiguas que es el valle del río Hoh.
Mañana no habrá hacia dónde más ir que hacia aba