Worn Wear es nuestro programa de intercambio y compra de equipo usado Patagonia™
Patagonia no es ajena a las dificultades de deshacerse de las cosas. Recibimos el 100 por ciento del equipo que nos devuelves para reciclarlo a través de nuestro programa Worn Wear. En 2018, reciclamos más de tres toneladas de productos. Pero no podemos reciclar o reparar todo lo que nuestros clientes nos envían. Muchos de esos productos recibieron demasiado amor estando allá afuera (esa es la idea, sigue usándolos así). Otros productos huelen demasiado mal como para ser reutilizados (gracias dirtbags por mantener vivo el espíritu… y las bacterias). Si no podemos encontrar un mercado para ellos, o si aún no existe una tecnología que permita reutilizar este equipo, nos vemos obligados a elegir entre enviarlo a un vertedero, al incinerador o guardarlo hasta que encontremos una solución mejor que esas. Como elegimos lo último, el montón de equipo ya está colmando un área completa en nuestra bodega de Reno.
Nuestro propio montón de ropa inutilizable podría ser una buena metáfora para el océano de basura en el que nos estamos ahogando a nivel global. En 2015, solo en los Estados Unidos, generamos 262 millones de toneladas de desechos sólidos municipales (MSW por su sigla en inglés). Eso es el equivalente a 17.5 millones de autobuses escolares llenos con toda su capacidad de pasajeros. Solo 91 millones de toneladas, o el 34.7 por ciento, de eso fue reciclado o compostado. El resto terminó en vertederos o incineradores para recuperación energética, un proceso sucio que convierte la basura en calor, electricidad o combustible. Además, durante el último año, hemos visto cómo el cese de las importaciones de la mayor parte de los productos reciclables por parte de China ha revelado que la confianza en los contenedores para reciclaje no es más que una quimera.
“Nos vemos obligados a elegir entre enviarlos a un vertedero, al incinerador o guardarlos hasta que encontremos una solución mejor que esas. Como elegimos lo último, el montón de equipo ya está colmando un área completa en nuestra bodega de Reno.”
Típicamente, todo lo que pones en tu contenedor de reciclaje (en los Estados Unidos) se recolecta y se envía a una Instalación de Recuperación de Materiales (MRF por su sigla en inglés), donde se clasifica, se compacta, se tritura o derrite, para luego ser convertido en fardos que luego son enviados a fábricas, domésticas o extranjeras. A no ser que haya una fábrica cerca que esté esperando por tus materiales reciclables de la MRF, tendrán que irse a otra parte. Hasta hace poco, esos lugares “en otra parte” estaban a más de 11 mil kilómetros, en China. Pero en enero de 2018, China dejó de importar 24 tipo de desechos sólidos, incluyendo plásticos posconsumo, papel de desechos no clasificados y materiales de desechos textiles. Pronto India hizo lo propio y, en marzo de 2019, prohibió completamente la importación de desechos plásticos sólidos y retazos.
Las prohibiciones tuvieron un efecto telúrico inmediato: Los países occidentales empezaron a acumular desechos reciclados, enviarlos a vertederos e incineradores o enviarlos a países en el sudeste asiático, como Malasia, Tailandia y Vietnam, así como también a Turquía y Corea del Sur. El aumento de la incineración de cosas “recicladas” se sumó a las emisiones de carbono causadas por humanos que el año pasado alcanzaron registros históricos. Animales y aves, desde cuervos a gaviotas, babuinos y osos, lo han notado también, acercándose más y más a las ciudades para escarbar entre nuestras crecientes montañas de basura.
Solucionando el problema
Hay una huella escondida en cada producto que se fabrica, se compra y luego se desecha. De acuerdo al Instituto por los Recursos Mundiales, por cada contenedor de basura que sale a la calle, hay el equivalente a 87 contenedores de materiales que vienen de las industrias extractivas—como la silvicultura, la agricultura, la minería y el petróleo—y que convierten recursos naturales en productos terminados.
Annie Leonard, directora ejecutiva de Greenpeace USA y creadora de La Historia de las Cosas, un galardonado documental sobre nuestra desatada cultura del consumo, está convencida de que tenemos que pensar más allá del reciclaje.
“Eso no significa que no debamos reciclar”, dice Leonard. “Pero ya no podemos verlo como la solución para todo”.
“Reciclar es lo que hacemos cuando ya no tenemos más opciones para evitar obtener, reparar o reutilizar ese producto primero”, dice Leonard. “Primero, reduce: No compres lo que no necesitas. Luego, repara: Arregla las cosas que aún tienen vida por delante. Además, reutiliza y comparte. Y luego, solo cuando ya has agotado esas opciones, recicla”.
Algunas personas y ciudades están encarnando ese espíritu al iniciar el camino para ser basura cero. La ciudad de San Francisco se está esforzando por convertirse en basura cero para 2030 a través de programas como la recolección obligatoria de compost y una iniciativa textil basura-cero que convierte ropa usada en juguetes, aislación y tejido para alfombras. Pero vivir una vida basura-cero también puede ser más difícil de lo que debería. Y no por las razones que podrías estar imaginando.
Toma por ejemplo un producto de la vida cotidiana con el que todos estamos familiarizados: la crema dental. En 2018, solo una compañía vendió 80.7 millones de tubos de dentífrico en los Estados Unidos, según Statista. Pero estos tubos de crema dental (como otros tubos similares de otros productos) están hechos de al menos tres materiales diferentes—como plástico, cartón, aluminio u otro metal—que son difíciles de separar. ¿El resultado? No pueden reciclarse a través de tu sistema básico de reciclaje municipal.
Si no quieres que el tubo de tu pasta de dientes termine en un vertedero, puedes revisar Earth911.com para encontrar una solución de reciclaje en tu área. O puedes empezar a hacer tu propia crema dental con la ayuda de la comunidad online de basura-cero. O puedes preguntarte de dónde vienen todos los productos y servicios que usas para empezar a tomar mejores decisiones.
“Los diseñadores necesitan pensar en qué pasa con un producto al final de su vida.”
Monica Wilson, directora asociada a GAIA (Alianza Global por Alternativas a los Incineradores), piensa que deberíamos exigir más de nuestras marcas favoritas. “Si un producto es diseñado para ser usado una y otra vez, eso es lo que va a suceder. Si está diseñado para ser usado, descartado, triturado y quemado, entonces ese será su destino”, afirma.
Wilson no está sola en su forma de pensar. Los diseñadores basura-cero creen que el diseño de productos debería estar inspirado por la naturaleza, donde los materiales son reciclados en un flujo circular. Pero es tanto lo que se fabrica hoy en día que está construido para ser usado y luego descartado. En 2016, según un estudio de McKinsey, una persona promedio compró un 60 por ciento más de prendas de vestir y las mantuvo por cerca de la mitad del tiempo de lo que lo habría hecho 15 años antes.
“Los diseñadores necesitan pensar en qué pasa con un producto al final de su vida”, dice Wilson. “Las empresas dicen que están invirtiendo millones de dólares en reciclaje. ¿No habría sido mejor que diseñaran mejor sus productos?
En lo que va de este año, nada del equipo que enviaste a Patagonia para reparar o reciclar ha terminado en un contenedor de reciclaje. Y eso es algo positivo. Hemos reparado, incorporado en proyectos de upcycling, usado en talleres Hazlo Tú Mismo, donado o revendido en Worn Wear todo ese equipo tan apreciado para ti. Y aún así, eso no es suficiente. Solo basta con recorrer nuestra bodega en Reno.
Para reducir de forma considerable nuestra acumulación de equipo inutilizable en Reno, también estamos invirtiendo en soluciones que cierran el ciclo en la cadena de suministro de la industria. Lo más difícil de sortear es el proceso de reciclar, mecánica o químicamente, los productos hechos con una combinación de telas (como una camiseta de algodón con spandex) para convertirlos en materiales a los que se les pueda dar una segunda vida útil. Nuestra meta es usar solo telas recicladas o renovables (cualquier material natural que pueda obtenerse o cosecharse de forma anual, como la lana o el algodón orgánico) en nuestros productos para 2025.
¿Debemos seguir reciclando? Wilson dice que definitivamente hay que seguir haciéndolo, pero que hay otras cosas que tenemos que hacer también: “Se necesita que más personas se involucren en exigir mejores sistemas y pedir más por parte de las marcas”.
Michele Bianchi
Michele Bianchi es escritora/fotógrafa y vive en Mazama, Washington. Fue editora para Patagonia y ahora pasa la mayor cantidad de tiempo posible en las North Cascades, tratando de comprender el lenguaje de los cuervos y prediciendo dónde y cuándo aparecerá el próximo arcoíris.